Fue la suya una infancia de tierra, pozos y lodazales en donde las manos negras fueron ley y no costumbre. Poco quiso saber Lluvia de muñecas, tele o videojuegos, pues ninguna Barbie ni princesa Dinsney pudo regalarle nunca algo parecido a la emoción de cavar un hoyo con su palita. A los seis años ya le llamaban Lluvia, la niña de la tierra y le fueron colgando apodos como la Terregosa o la Lodazala. Tampoco es que hubiera demasiadas opciones pare divertirse en los rumbos de San Bernabé y la Granja Sanitaria, pero por ruda que fuera la miseria en aquellos años noventa de su niñez, siempre había en los hogares del barrio una tele de segunda y una estirpe de puercas muñecas sin brazos A Lluvia le daba lo mismo. Del magro juguetero de sus hermanitos integrado por carritos sin llantas y monos percudidos de Star Wars, sólo le interesaba aquello susceptible de hundirse en sus túneles. Por años su único juguete insustituible fue la palita de jardinera con la que desafiaba yermos terrones en tiempo de sequía o moldeaba esculturales pasteles de lodo tras las lluvias de primavera
Tuesday, September 27, 2016
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