Duermes poco y mal, inmerso en un insomnio pantanoso y obsesivo. En una mochila arrojas la muda de ropa y los diez libros defectuosos que aspiras a vender y autografiar en La Paz. También las lecturas elegidas como compañeras de viaje. El primer rayo de sol no aparece todavía cuando sales de casa e inicias la caminata rumbo a la central camionera. El invierno ha hecho su arribo un par de días atrás y dice presente con la helada lluviecita que cubre el puerto esa mañana. Tu vuelo sale a las 10:30 de la mañana, pero antes debes cubrir en camión la ruta Ensenada-Tijuana, a la que el hundimiento de la Carretera Escénica hace casi un año ha transformado en una travesía mayor, sobre todo cuando la angosta carretera libre es saturada por tráfico pesado.
El amanecer llega cuando vas a bordo del camión en las cercanías de San José de la Zorra, inmerso en los delirios de un personaje de Horacio Castellanos Moya. La lluvia arrecia en la carretera. Te resistes a la tentación de asumirte como la más elevada expresión del absurdo y la estupidez, yendo a cumplir tu gran misión literaria con diez abortos de imprenta dentro una mochila mojada. Por supuesto, lo de despertarte de madrugada y joderte a bordo de camiones paleolíticos no te resulta extraño. Como todo buen reportero debiste tomar mil y un veces tu caldo de agua y ajo y te volviste maestro en la práctica de sobarte el lomo. Expediciones mártires a San Quintín, cobertura de incendios en la Sierra de Juárez, noches blancas de cierre en jornadas electorales. En tu fuero interno asumías que aquellos infortunios reporteriles le ocurrían a otra persona, a un trabajador de línea de producción. En el fondo eras un soldado de infantería cumpliendo órdenes. Tus fotos y tus notas eran talacha, no inspiración. En cambio, Fotógrafo de niños calvos es el retrato de tu alma. En esos cuentos intentaste conjurar tus más hondos pavores, hablarte de tú con los demonios que te infestan el subconsciente, exorcizar obsesiones ancestrales.
Abandonas la lectura de Castellanos y extraes de tu mochila un maltratado ejemplar de La pluma y el lapicero, un libro de crónicas de periodismo cultural editado por el Cecut a finales de los noventa. Relees una vez más el texto de Federico Campbell, El gusano y la mariposa, en el que reflexiona sobre el imperfecto y a menudo mentiroso matrimonio entre periodismo y literatura. Durante casi dos décadas fuiste un reportero de tiempo completo y un escritor de clóset. Por años quisiste ver a la literatura como algo sublime, una dimensión superior, pero tu salto al vacío te demuestra una y otra vez lo mucho que hay de pretexto y simulación en los quehaceres literarios.
Sunday, July 24, 2016
<< Home