Y así, tan quitado de la pena y como si tal cosa, el invierno va a morirse y nadie parece tener intenciones de funeralearlo. El último día invernal agarra su vereda mientras la dominical luz se despinta y le deja entreabierto el portón a la distraída primavera, tan ajena ella, tan mosca muerta la primaverucha, pateando piedras por las laderas pintadas de verde, deshojando sus misterios por venir, su desparramadero de presagios, sus jolgorios interruptos y esas cosas tan ordinarias de flores, pajarracos y arrimones diversos. Cosas primaverales pues.
Mírate Paul, aquí y ahora, amaneciendo en el desierto con tus 130 kilos de peso y el cansancio eterno de una vida náufraga. Piensa solo en el día que te espera, en los años que aún te quedan ¿La vida te oculta todavía alguna sorpresa? ¿Hay alguna razón para seguir cantando una noche más las mismas canciones?
Vendedor de la nostalgia más barata, la nostalgia por aquello que jamás a sucedió. Venga Paul, saca fuerzas de tu cuerpo entumido, levántate, suda grita tus canciones hasta que el asma te derrumbe.
Vamos Paul. El arte de morir a tiempo es asunto de dioses, pero tú, como los jodidos mortales, estás condenado a vivir.
Es guardia vieja, tropa a la antigüita que teclea con una pachita de brandy en el cajón del escritorio. Su hígado y sus neuronas arrastran una maltrecha veteranía de mil y un madrugadas de cierres mártires en redacciones piojosas, rematados con baratos alcoholes mendigados en la última cantina abierta del amanecer tijuanense.
Sunday, March 20, 2016
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