Es difícil saber en qué momento una cultura es consciente de la inminencia de su destrucción y tampoco es que sobren ejemplos en la Historia. No todos los finales son tan abruptos como el de Pompeya consumida bajo la lava del Vesubio. A veces la catástrofe es paulatina, escalonada y obedece a la conjugación de varios factores. En el caso de la costa de las californias se puede hablar de una fatal alineación de astros que conjugó factores tales como un conflicto internacional, una delincuencia sin control y recurrentes estallidos sociales acaecidos en medio de severas alteraciones climáticas y desastres naturales.
Al igual que le sucedió a algunas ciudades en bancarrota, como fue el caso de Detroit, la frontera de Baja California y California empezó paulatinamente a despoblarse. La rápida extinción de los polos industriales asiáticos, el acelerado cierre de fuentes de empleo, las cada vez más severas restricciones para cruzar la frontera y la incontenible ola delincuencial provocaron una huida masiva, un efecto de sálvese quien pueda. De la misma forma que mil y un pueblos del campo mexicano se convirtieron en fantasmas por la migración hacia Estados Unidos, la mega región fronteriza del noroeste fue en muy poco tiempo cubierta por la desolación. De la misma forma que tan solo en la década de los veinte Tijuana multiplicó por once su población, bastaron menos de tres lustros para que la redujera a menos de la cuarta parte.
Wednesday, March 23, 2016
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