No pocas veces he escuchado que ese idílico y a menudo engañoso concepto llamado felicidad solo puede dimensionarse cuando yace en el pasado. “No sabes lo que tienes hasta verlo perdido”, perora la socorridísima frase. De pronto, un día cualquiera caes en cuenta que eras inmensamente feliz y no lo sabías. El cénit de tu vida ya es pretérito y ni siquiera fuiste capaz de disfrutarlo. La felicidad es tan embriagante y la convicción de un idílico futuro tan pertinaz, que lo normal es creer que lo mejor está por llegar y lo actual es un preludio, una etapa destinada necesariamente a ser superada
Hoy sin embargo me sucede lo contrario. Por vez primera empiezo a sentir la saudade del mañana, la añoranza terrible que sentiré por estos días.
El Carpe Diem es la maximización del instante, la total entrega al presente, pero no hay Carpe Diem posible en la Saudade del mañana (podría también narrar algo en torno a la persona de quien escuché por vez primera la expresión Carpe Diem y la persona de quien escuché por vez primera la palabra Saudade, pero esa es otra historia) Te emborrachas de esta tarde sin preocuparte por intuir las señales de la nostalgia anticipada. La embriaguez no conoce nada del mañana, pero tú empiezas a sentir nostalgia por los días que vives ahora mismo. Vaya negación del éxtasis: el mejor día de tu vida es hoy, pero tu felicidad se empaña ante la certidumbre de su fugacidad.
Las sombras de diciembre arriban puntuales por la puerta corrediza del patio. Este mes nunca se niega a sí mismo. En la esquina brilla el árbol y por la ventana irrumpe el traje negro bordado de niebla.
Thursday, December 24, 2015
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