Eterno Retorno

Wednesday, December 16, 2015

Prófugas letras decembristas (que no decembrinas). En una sentada vespertina con rigurosa botella de vino abierta me bebo La Leyenda del Santo Bebedor de Joseph Roth, ilustrada por el alicantino Pablo Auladell y editada por el canijo zorrito colorado. Alguna vez escribí que los pordioseros y las prostitutas son los seres más universales de la humanidad. Irrumpen desempeñando el mismo rol en todas las épocas y en todas las culturas. Pues bien, creo que he olvidado incluir al teporocho para completar el trío. El espíritu del borrachito es eterno y atemporal, blindado contra el Zeitgeist de una era. La historia de Andreas Kartak ocurre en el París de 1934 y es narrada por un escritor austriaco llamado Joseph Roth, tan exiliado, crápula y teporocho como su personaje. La Leyenda del Santo Bebedor pudo también ocurrir en la Tijuana de 2015. Andreas bebe ajenjo y siente el deseo de pagar a una deuda de 200 francos a una niña santa, pero cuando las campanadas de la misa dominical rompen el silencio de la mañana, el espíritu del vino ya ha hecho de las suyas. Kartak es como el narrador de aquella canción del Piporro en donde mi paisano de Los Herrera dice que “la vida de los borrachos es una vida muy sana, empieza con los domingos y acaba con la semana, o “la vida de los borrachos es una vida tranquila, comienza con el sotol y le sigue con tequila”. Concluyo este día con Viaje al fin de la memoria de Gastón García Marinozzi. Chingón relato caminero con demasiados puntos de encuentro. Ser reportero es una enfermedad crónico-degenerativa que se recrudece cada cierto tiempo. La mayoría de mis personajes de ficción son reporteros (es decir, derrumbes) e inevitablemente sucumbo a aquellas historias donde el narrador es un colega de oficio, tan cuatrapeado y hecho mierda como marca el manual de la estirpe. Y si de reporteros hablamos, en la fila me aguarda la bielorrusa Sveltana Alexiévich, recién traducida al español y editada en México por Debate. Cierto espíritu solidario de peón del oficio me hace sentirme contento al saber que el Nobel es por vez primera para una reportera pateadora de calle y pepenadora de mil y un testimonios mostrencos. La cosecha de la FILomena nunca se acaba.