Raza del ágora facebookero: Sepan ustedes que en la agonía de este verano cruel estoy un poco más afuera del mundo de lo que ya de por sí suelo estar. Si no contesto, si no salgo, si permanezco literalmente enclaustrado y mi respuesta ante cualquier propuesta o amable invitación es una negativa o un “nos vemos en octubre o noviembre” no es por el pedazo de infierno que ha tomado el termómetro en Tijuana, sino porque estoy hasta la madre de trabajo, ahora sí ocupado y no chingaderas. He dicho sí a más de un proyecto, pero ningún plan de trabajo incluye días de 50 horas ni cafés más negros que mi alma. La hostilidad de este septiembre sudoroso no ha menguado mi delirio cafetalero. Por el contrario: he exterminado mis yacimientos consumiendo seis o siete prensas por mañana mientras escucho el coro de mil y un voces norteñas narrando una historia extraordinaria. Libreta en mano, reconstruyo y reinterpreto horas y horas de largas charlas para tratar de ir deshierbando el monte hasta dar con una vereda narrativa capaz de llevarnos a alguna parte. Ténganme paciencia raza.
Mi hermana Elisa amablemente me ha abierto un perfil público de Facebook, pero por ahora no tengo demasiado tiempo para administrarlo, así que todavía está en sus manos, aún no en las mías. Espero que en otoño, cuando llegue la hora de ciertos desenlaces, pueda alimentarlo con buenas nuevas. Por cierto, uno de los mejores libros que he leído en 2015 (recién concluyo) se llama El año del verano que nunca llegó del bogotano William Ospina. Bien, pues yo voy a escribir El año del verano que nunca se fue; El año del verano que nunca tuvo a bien largarse a la chingada. Del helado junio de 1816 brotaron en Villa Diodati Frankenstein y El Vampiro. ¿Qué carajos brotará de las fauces de este septiembre verdugo? Hagan sus apuestas.
Saturday, September 12, 2015
<< Home