RAFA
Lo leí por vez primera en el verano-infierno de 1994, nueve años antes de conocerlo y fue (no podía ser de otra manera) en un fanzine. Lo primero que me sacudió fue el nombre de la publicación: El Centro de la Rabia. “Qué nombre tan demencialmente perro para una revista”, le dije a mi amigo Pablo Lozano, que desde la lejana Tijuana había traído algunos ejemplares a su exilio regio. En ese entonces las calles tijuanenses eran para mí una fábula contracultural difusa y El Centro de la Rabia encarnaba la esencia de una ciudad plagada de leyendas sobre ceremonias undreground y madrugadas infinitas que desde mi lejano Monterrey parecían relatos de otro mundo. El primer texto de Rafa Saavedra que leí en mi vida, fue una reseña del Downward Spiral de Nine Inch Nails. Volví a tener contacto con él hasta 2002, cuando de golpe y porrazo irrumpió en Tijuana la primavera de la blogósfera, de la que Rafa Saavedra fue un padrino involuntario y a la que me volví adicto. Si a algún intelectual le da por escribir algún día la historia de las redes sociales en México, deberá nombrar a Rafa como uno de sus caudillos fundacionales. Años antes de que las “buenas conciencias” y los “políticamente correctos” pronunciaran la palabra blog, Rafa ya era pez veterano en el océano de la blogósfera. Fue hasta el verano del 2003 cuando lo conocí personalmente. Rafa nos invitó a Héctor Javier González y a mí a charlar con sus alumnos de la UABC. Fue un encuentro animado, de ida y vuelta, como suelen ser las charlas con los cimarrones. Aquella tarde me regaló su libro Lejos del Noise. Confieso que me costó trabajo entrarle a su prosa y sin embargo, dentro del caos aparente y ese happening inconexo de charla antrera, encontré néctar espontáneo. Hay atmósferas que solo pueden ser narradas con un tono y Rafa fue el único escritor que logró capturar el espíritu que envuelve a una velada tijuanense, “donde la razón no puede ser ferozmente intrusiva”. Cuando se hable de la movida tijuanense entre milenios y alguien recuerde el surgimiento de Artefakto, Nortec, Tijuana No y Julieta como quien recuerda la Factory Records manchesteriana y la movida madrileña, tendrá que recurrir a Rafa como la fuente primordial, como el cronista que fue capaz de plasmar el alma de una Tijuana efervescente e irrepetible. Coincidí con él algunas veces en las inolvidables veladas en casa de Pedro Beas, y en el otoño de 2012 nos tocó viajar en paquete a Hermosillo para presentar los Premios Estatales de Literatura. Hablé con él por última vez en la Feria del Libro de Tijuana (nos tocaba presentar juntos nuestros libros, pero por paternales razones de fuerza mayor no pude presentar el mío). Recuerdo también la última vez que lo vi, aunque él no me vio, hace poco más de un mes: desde la ventana de un restaurante griego en Chula Vista lo observé caminando por la Broadway un domingo al medio día. Tomando en cuenta que uno de los sueños no cumplidos de mi juventud era morir joven, no soy el más indicado para escribir obituarios, sobre todo porque no suelo ver en la muerte una desgracia. Tal vez lo doloroso de la muerte sea interrumpir o truncar una vocación. Sé que Rafa trabajaba en una tesis doctoral sobre la historia e influencia del fanzine en México que espero se publique. Por azares del destino, en las últimas semanas he escuchado mucho Neil Young y he pensado obsesivamente en el concepto de consumirse o dormir oxidado. Creo que la esencia de Rafa era contraria al óxido. Podría haber cumplido 70 años y su esencia hubiera sido la de un escritor joven. ¿Homenaje póstumo? La mejor manera de honrar a un escritor es releyéndolo y yo esta noche me sumergiré en el Noise, “violento y simple como tambor de contingencia urbana”. DSB