Hubo un tiempo, hace no mucho, en que Arno no la pasaba tan mal. Junto con un amigo abrió una pequeña tienda en donde vendían guitarras usadas y discos de rock radical. Las ganancias, si las había, eran siempre magras, pero al menos Arno no vivía las 24 horas del día con una soga atada al cuello. Arno y su novia Agnella acudían de vez en cuando a conciertos, fumaban un poco de hierba en la playa y viajaban por el continente en vagones de segunda clase. Tampoco olvidaban la militancia. En el verano de 2001 fueron a manifestarse contra la cumbre del G8 en Génova y vieron morir a Carlo Giuliani. La sangre de Carlo regó con fertilizante las semillas del movimiento. Durante algunos meses todo el bestiario de anarcos postmodernos que integraba la cofradía antiglobalización conoció algo parecido a la unión y la efervescencia. Después irrumpió el hastío. Tras viajar por media Europa, Agnella y Arno decidieron ir a buscar un edén revolucionario al otro lado del mar. A finales del verano de 2005 llegaron a Chiapas con la firme intención de sumarse a las huestes del subcomandante Marcos. Lo que encontraron en su peregrinar chiapaneco fue mil y un pordioseritos siguiéndoles como enjambre de abejas por cada pueblo. Encontraron indígenas que les hablaban en inglés para intentar venderles muñequitos de Marcos y camisetas del EZLN. Encontraron encapuchados que cobraban por dejarse sacar una foto con los turistas. Dos meses después Agnella y Arno vivían una luna de miel paria en la playa de Zipolite. El edén oaxaqueño activó la fertilidad y Agnella quedó embarazada. Arno sugirió volver a Italia. Agnella quiso quedarse. La acompañaría en su exilio un surfo mexicano con quien empezaba a entenderse de maravilla. La niña nació en Puerto Escondido cuando Arno ya estaba de regreso en Livorno. Nunca ha podido verla más que en foto. Agnella nunca ha querido volver a Europa. A Arno lo aguardaba un paraíso de desempleo. Lo aguardaba la indiferencia de los colegas de pandilla que habían madurado. La militancia antifascista radical y la indignación eran asuntos de hormonas adolescentes. Ahora había que buscarse un empleo e intentar construir algo parecido a una vida. La euforia y la rabia yacían domesticadas. Brotaban por quincena y se limitaban a la grada del Armando Picchi. El resto era pura y vil corrosión de la conformidad.
Sunday, June 23, 2013
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