Barco de papel en altamar. Por Daniel Salinas Basave
Fue mi maestro el escritor tampiqueño Rafael Ramírez Heredia quien me enseñó la importancia de dejar navegar a nuestros textos. Hay que saber liberar a la palabra y dejar que nuestros libros se defiendan solos, me decía el autor del Rayo Macoy. Las palabras publicadas ya no nos pertenecen. Su dueño es el improbable lector al que llegan algún día. En el taller que durante más de dos años tomé en la vieja estación del ferrocarril en Monterrey, Ramírez Heredia, sin duda el mejor tallerista que ha dado este país, tenía un método de trabajo inalterable: uno leía su texto y todos los integrantes del taller lo criticaban, cerrando con un comentario final, casi siempre demoledor, a cargo del tampiqueño. Lo particular del método era que aunque el texto en cuestión fuera destrozado sin clemencia, con mala leche y sin argumentos, el autor no tenía derecho a decir una sola palabra y debía aguantar callado, sin importar que la crítica fuera injusta. Ramírez Heredia tenía razones para inculcarnos semejante resistencia, pues un escritor no puede andar por la vida defendiendo siempre a sus libros como si fueran niños pequeños. El libro se debe defender solo, pues desde el momento en que se publica deja de pertenecer a su autor. El libro pertenece a cada uno de sus lectores. Una metáfora que me gusta es la del barco de papel que navega en altamar, desafiando aguas turbulentas y tempestades. El escritor ha armado su barquito, pero desde el momento en que lo arroja al agua dejar de ser su dueño. Cada lector es un nuevo puerto al que nuestro barco arriba. Pues bien, mi nuevo libro, La Liturgia del Tigre Blanco, yace navegando sobre aguas profundas. Lo he dejado zarpar del puerto y ahora pertenece a cada uno de sus lectores. Ya no es mi papel salir a defenderlo o justificarlo a cada momento. Ahora sólo me toca agradecer a todos y cada uno de los que me acompañaron a presentarlo en la Feria del Libro. Mi gratitud total con los colegas periodistas que me han dado espacio en sus respectivos medios. Gracias por su solidaridad compañeros. ¿Qué puedo decir? ¿Cómo expresar mi más brutalmente honesta gratitud? Hubo tantos y tan significativos detalles. A todos y cada uno de los que acudieron les agradezco inmensamente todo su apoyo. El libro es suyo, pueden ustedes hacer de él lo que gusten. Pueden rayarlo, hacerle anotaciones, escribir un poema en él, pintarle monitos, destrozarlo, usarlo para matar una mosca, pero por favor no lo arrojen a una caja ni lo dejen en la indiferencia. Si quieren hacerlo pedazos yo no voy a defenderlo. Ese barquito de papel ya ha zarpado y debe enfrentar sus propias tempestades. Me hubiera gustado poder decir salud y beberme una copa de vino con cada uno de ustedes. También me hubiera gustado presentar Réquiem por Gutenberg como estaba pactado, pero de eso ya hablaremos fuerte si las cosas con el Instituto no se componen. Esta columna es solamente para decir gracias totales y salud.