Eterno Retorno

Monday, January 09, 2012






Me van a perdonar, pero yo sigo clavado en la tecla de mi desintoxique literario...

Así, debidamente colocado en los territorios de la hastalamadrez, transcurre una semana en la Ciudad de los Palacios, mirando el mundo desde una azotea, escuchando historias y leyendas de las tocadas dominicales en la Última Carcajada de la Cumbancha, donde hardcoreros como Massacre 68 y Atoxxxico alternaban con punketos de vieja escuela como Síndrome o RebelDPunk. Lo peor es cuando en el escenario alternaban bandas punketo-hardcoreras con bandas metaleras de thrash-death. En esos casos las madrizas se tornaban sanguinarias, un auténtico holocausto de tribus enfrentadas a muerte, mohaks contra greñas, defendiendo cada uno su clase de ruido. Punks y metaleros eran como perros y gatos. No podían verse. De ahí surgió la rola Divisiones Absurdas de Atoxxxico (Yo necesito de ti, tanto como tú de mí, dejémonos de pendejadas basta ya de agredir) cantaba Alejandro Echavarría el Mosh antes de convertirse en líder estudiantil del CGH una década después, con las mismas rastas sin lavar. Y eso que tú no fuiste a la tocada de la Polla Records en la Cumbancha, el 1 de septiembre de 1990. Aquello estuvo a punto de convertirse en una tragedia de proporciones mayores, algo así como el Cromagnon en Buenos Aires o el News Divine en el mismo DF, una verdadera carnicería. Como marca la regla en las tocadas punketas, hubo portazo, lo que significa que unos 100 o 200 punks bravos de Neza entraron a putazo limpio y en cargada al pequeño local que ya para entonces estaba atiborrado. Yo traía mi boleto en la mano (sí, yo, no tú, porque esto es otra vez un delirio autobiográfico) y ni siquiera tuve que entregarlo, porque entré así, sacudido por el huracán del portazo justo cuando empezaba a tocar Massacre 68. Cuando la Polla salió a escena aquello era una lata de sardinas drogadas donde el sudor evaporado caía del techo en forma de lluvia. Adentro del LUCC estaba lloviendo cuando el Evaristo arrancó cono “Quiero un Buey”. Dicen que el bataco de la Polla se puso claustrofóbico, que alguien apeló a una dosis de sentido común, pero así no se podía tocar. El sudor llovía y las guitarras les daban toques eléctricos. A las pocas rolas la Polla decidió que no podían seguir y el Evaristo ofrecía boletos gratis para Pantitlán que es al aire libre, pero que por favor desalojaran antes de que ocurriera una tragedia. Esa noche Jacobo Zabludowsky, Lolita Ayala y los comunicadores oficiales del régimen de dictadura perfecta (Vargas Llosa dixit) que aún imperaba en México, habrían podido enterarse que en la ciudad había un hoyo llamado la Última Carcajada de la Cumbancha (L.U.C.C) y que en el mundo existía una banda llamada la Polla Records y que en este país habíamos gente que escuchaba algo más que los pedazos de mierda que nos chutaban en Siempre en Domingo. Jacobo habría hablado de la inconsciencia y el desenfreno de jóvenes drogadictos que provocaron una tragedia con decenas de muertos por asfixia y sofocación, aplastados bajo un enjambre de botas militares entre nombres de guerreros urbanos llamados el Ganso, el Confitón, el Thrasher, el Chompis y el Mosh, que en aquella tocada la hacía de portero y que diez años después sería líder de la huelga más larga de la historia de la UNAM y 20 años después andaría vendiendo cosas de puerta en puerta y jalando como maestro sustituto en una playa michoacana. Esos épicos relatos los escuchas mientras inhalas resistol en el techo de esa vivienda inundada por el omnipresente hedor de los basureros de Santa Fe.