Eterno Retorno

Sunday, January 08, 2012





Por improbables rutas me conduce mi desintoxique literario.

Vas a subirte a un tren, sí, pero no al Regiomontano, sino en el guajolotero de media noche, un mitológico tren lumpen de cuya existencia dan fe alguna crónicas de viajeros supervivientes. Este tren es la forma más barata de viajar de Monterrey a la Ciudad de México. No hay una forma más económica de trasladarte. El pasaje te cuesta menos del 1% de lo que te cuesta viajar en avión. El problema es que tu viaje será unas 30 veces más largo que si lo hicieras en avión. El guajolotero tarda mínimo 30 horas en llegar de Monterrey a México. Su hora de partida es aleatoria, improbable. Vaya, el guardagujas de del maestro Arreola trabajaría en una compañía alemana si lo comparamos con los horarios del guajolotero de la media noche en el que tú y Napalm Goyo (o Goyo Carcass) se trasladarán a la Capital de la República para asistir a una tocada tan incierta e improbable como los horarios de ese tren de la era precámbrica que han de abordar una madrugada de primavera del año del señor 1991. Y lo peor de todo es que lo abordan. Decir que viajan en tercera clase sería demasiado sofisticado. Hay muchos más pasajeros que asientos en esos vagones y acaban amontonados en el suelo polvoso en donde la peste a sudor tiene un duelo por imponerse al hedor de los pedos constantes a los que tú por supuesto contribuyes. Baste señalar que han transcurrido más de cuatro horas y media y ni siquiera han llegado todavía a Saltillo. El tren es una suerte de reptil agónico, el último estegosaurio sobre la Tierra arrastrándose pesadamente por una estepa nevada de la era de la glaciación. Por momentos crees que el reptil ha muerto y quedará como alimento de buitres ahí en la capital de ninguna parte entre Coahuila y Nuevo León. Luego resucita y vuelve a arrastrarse pero te queda claro que si te bajas de ahí y te vas caminando, avanzarás más rápido que él. En algún lugar que supones es Matehuala, Goyo y tú compran una botella de plástico que contiene un extraño e incierto potaje de dudosísima procedencia, un pasaporte a la ceguera o la peor cruda de tu existencia, una patada a los huevos y una llamarada de fuego para el esófago ¿Es don Bucho? ¿O es más bien un Canoas? Me parece que el Viva Villa y el Tonayita no se comercializan por esos rumbos. Si este fuera un relato popular con ambiciones de realismo revolucionario en donde pretendiéramos mostrar una imagen heroica y abnegada del pueblo mexicano, podríamos hablar de hieráticos campesinos de rostros pétreos y abnegadas mujeres hijas de la tierra que viajan a través del México profundo en ese sombrío vagón sin ventilación, aunque viéndolo bien ya me estoy imaginando más bien un relato con la endiablada prosa de un José Revueltas ¿Te imaginas si el barbudo de Papasquiaro describiera la escena de ese vagón donde compartes una pachita del más barato aguardiente? La muerte estaba ahí, blanca en la silla con su rostro. En efecto, la muerte podría estar sentada ahí, en ese tren herrumbre. El mezcal, el vinagre. Porque el hombre tiene sed junto a la muerte. El tren se arrastra entre pueblos de polvo y amasijos de lámina que se juran estaciones. La población estaba cerrada con odio y con piedras, dice Revueltas.
Un anciano con un rostro labrado por siglos de joda y borrachera les ofrece un acuerdo comercial que ustedes no pueden rechazar: compartirle unos tragos de aguardiente a cambio de unos cigarros que por supuesto son Faros. Así, entre faritos, don buchanas y un silencio compartido transcurren las largas horas a bordo de un tren que y sin embargo…se mueve.