José Guadalupe Posada
Con el pecho cruzado por cananas o con sombrero de pluma y escote; en caballo o bicicleta; en parranda pulquera o en baile de salón, la Catrina de Posada sonríe soez e irreverente, sabiendo que es ella y nadie más la única directora en la obra teatral de nuestras vidas. A un costado de la imprenta, respirando el omnipresente olor de la tinta entre cerros de papeles, José Guadalupe Posada dibuja una nueva calaca y resume en un amasijo de huesos los anhelos y miserias de un pueblo. El afrancesado señorito porfiriano y el lépero de pulquería hermanados en el abrazo final de un verso burlón. Es Posada el padre de la mexicanísima calavera y en su herencia nos regodeamos cada 2 de noviembre, pero es también Posada el padrino de la caricatura política en México. En un país donde más del 90% de los habitantes eran analfabetos, poco podían hacer las letras para denunciar la injusticia y los grabados de Posada fueron la única arma de combate periodístico contra la injusticia de un sistema del que Lupe y sus catrinas se burlaron a placer mientras bebían un caballito de mezcal y olfateaban en el horizonte la tormenta de plomo que se avecinaba.