Eterno Retorno

Friday, January 28, 2011



Canica no aparece. Buscarla me ha hecho reforzar y darle un sentido de deja vu a este pensamiento que traduje en letras hace poco. Hay un mundo muy raro bajo lo que crees cotidiano. Buscar a una perrita te hace ver la rareza de tu entorno.

Dos concepciones del mundo viven en mi mente y ambas se manifiestan con igual claridad.

La primera es la de la “Coronación o Consagración del Estereotipo”. Bajo esta mirada, el mundo es un lugar espantosa y predeciblemente estereotípico, un sitio donde apenas hay lugar para la sorpresa. Las personas, todas las personas, somos el resultado de ecuaciones facilonas, sencillísimas. Hasta quienes se las dan de complejos e interesantes, acaban siendo el resultado de una ecuación humana de primaria. “Imagínatelos cagando”, seria la máxima que coronara la declaración de principios de esta concepción del mundo. Cagamos, comemos, dormimos y aunque con disfraces diferentes, todos deseamos más o menos lo mismo. Como al final no somos más que animalitos conductuales metidos en una cajita de Skinner, nuestras reacciones y respuestas son predecibles y casi siempre coherentes. Al final te gana el hambre y te gana el sueño, como te gana el ego y te gana el deseo. Al final, nada es más absolutamente real que tener el estómago vacío o unas ganas insoportables de mear. La expresión del rostro siempre acaba por delatar a las personas y aunque con margen de error, el estereotipo casi nunca falla. Apestas a los que eres y casi nunca niegas la cruz de tu parroquia social. Si tienes dudas asómate a facebook y regodéate en el sencillísimo y ordinario Atlas de la Conducta Humana. Por esta concepción del mundo como una ecuación resuelta, es que las campañas de mercadotecnia son nuestras amas y señoras. Como somos una ecuación de primero de primaria, estas campañas casi siempre resultan triunfadoras. Basta con aplicar un poco de elemental conductismo para tenernos en un puño. Somos seres fáciles de dominar. Aún las variables de la fatalidad y el infortunio que pueden aguardar a la vuelta de la esquina, están debidamente presupuestadas y por ello existen las compañías de seguros y por eso una insoportable e insistente empleada de la Funeraria Gayosso llama todos los días y noches a la casa buscando venderme un paquete para mi día final (anoche por cierto la mandé al carajo de forma grosera). La subordinación del mundo bajo el gran Ojo Eléctrico contribuye a esa concepción. Viajas buscando que el Universo se transforme, pero a no ser que tengas la posibilidad de ser un turista interplanetario, a donde vayas encontrarás básicamente lo mismo. Caminarás por una calle de Sudáfrica y encontrarás un McDonalds con la misma repugnante hamburguesa en donde pagarás con la misma tarjeta de crédito que aceptan en la esquina. Al final, en el baño del hotel de Dubai o en el de la Central de Autobuses de Tecate te sentarás a cagar y después te sentirás amodorrado y dormirás y en las calles de El Cairo o de San Diego verás siempre a un japonesito tomando fotos y te toparás con un pordiosero y te toparás con una puta y a tu alrededor habrá anuncios publicitarios invitándote a consumir y al pedazo de mundo donde vayas, verás la cuota de soberbios y la cuota de miserables, la cuota de niños y la cuota de ancianos y la humanidad entera te dirá: “soy predecible, soy dominable, soy el más absoluto estereotipo universal”.

Pero he dicho que tengo dos concepciones del mundo y apenas he nombrado la primera.

¿Cuál es la segunda? La de la “Perpetua Extrañeza”, la del “Misterio Incomprensible”.

Bajo esa concepción, el mundo en el que vivimos es un lugar extraño que nunca podremos comprender, un camino poblado de misterios no resueltos, un enigma permanente que empieza por nosotros mismos. Crees comprenderlo todo pero en realidad no sabes nada, absolutamente nada y cualquier día podrías espantarte con los demonios que habitan en tu interior. Lo que has construido es una fortaleza de ideas que supones claras y firmes, pero es una fortaleza de arena que se derriba soplando. Tu cordura y tu racionalidad son una vela de pastel en medio del ciclón, una delgada capa de hielo, un mar en aparente calma bajo cuya superficie habitan bestias. Caminas por el sendero de la vida como un asno con los ojos vendados, siguiendo una y otra vez el mismo caminito, empujando la piedra cada mañana por la misma vereda sin siquiera voltear un poquito a ver a tu alrededor. Crees que el mundo es lo que ves, lo que asimilas, lo que comprendes y racionalizas, pero en realidad desconoces hasta lo más cercano. Una simple calle (y ya no digamos una ciudad) es un Aleph total, un caleidoscopio de enfoques, un mar de historias tejidas por una orfebre aleatoriedad. Caminas al medio día por una calle cualquiera, digamos el Paseo de los Héroes. Un lugar conocido, nada nuevo puede ofrecerte. Pero ahí mismo a tu lado están hirviendo las historias y los destinos. Lo que tú en ese momento ves, es contemplado al mismo tiempo de formas tan contrastantes, que podría decirse que varios mundos distintos están siendo asimilados. Caminas por Paseo de los Héroes y desde las copas de los árboles de los camellones te contemplan uno o cien pájaros. La fotografía que sus ojos toman desde el aire es la de otra ciudad, que se mueve a un ritmo distinto en donde distinguen un gusanito o una semilla, que ante ti, obvia decirlo, pasan desapercibidos y que a ellos les hará el día. El perro callejero que pasa a tu lado contempla una ciudad en blanco y negro donde percibe olores, sonidos y movimientos que tú jamás percibirás. Podría hablar claro está de los millones de microorganismos, de los insectos, del inexplorado reino molecular, pero concentrémonos en lo humano, en esos tipos que aparentemente ven y asimilan lo mismo que tú. La calle que contemplas no es la misma que entra por la mirada del recién llegado (y Tijuana es una ciudad donde si algo abunda, son los recién llegados) Una calle que mucha, muchísima gente sólo contemplará una vez en su vida, tal vez este día, pues por la noche intentarán el cruce al otro lado y Tijuana habría cumplido en ellos su destino de estación de paso. Mientras caminas hay varios ojos sobre ti. Eres potencial presa de un asaltante que por unos segundos te evalúa como tú harás más tarde con un libro en la librería o con un tomate en la sección de verduras del súper. Te mira y piensa cuánto dinero en efectivo podrás llevar encima, si cargas un arma, si opondrás resistencia. Alguien más desde un carro te reconoce pero tú no lo ves. No intenta saludarte ni llamar tu atención, pero al verte recuerda alguna anécdota de hace algunos años que tú has olvidado por completo o recuerdas con un sentido totalmente distinto. Caminas y por supuesto, has pasado muchas veces afuera del infierno, de casas de seguridad donde yacen en tormento los secuestrados, de bancos donde se realizan transacciones fraudulentas y de siniestros ministerios donde los funcionarios que tú no elegiste se están robando tu dinero. Pasas frente a una persona que a lo mejor esta noche será asesinada, compartes el asiento del camión con un criminal y caminas afuera de un bar donde una mujer y un hombre se encontrarán por vez primera y traerán al mundo un hijo cuyo destino se está empezando a construir en este preciso segundo. Frente a ti pasan carros que se van, con sus sueños y pavores rumbo a la autopista hacia ninguna parte, vidas errantes, cáscaras de nuez navegando en un océano en tormenta. Tijuana, el gran tornado de almas anfibias, de seres en metamorfosis, la ciudad donde un hombre con sombrero de reno o de langosta alza un efímero papel donde se lee la historia de siete ejecuciones y una tasa siempre creciente de desempleo. ¿Quieres viajar demasiado lejos para huir de ti mismo y ver un mundo distinto? No tienes que irte a los Emiratos Árabes. Simplemente modifica tu ruta, salte un poco del camino, y una tarde cualquiera toma la avenida en sentido opuesto, ve al Este y no al Oeste, súbete a una calafia al anochecer sin ver a donde se dirige y deja que te lleve al final de su ruta.