Eterno Retorno

Thursday, September 16, 2010


Bueno, pues Gutenberg ya está haciendo su trabajo. Espero puedan acompañarme el próximo jueves 23 a las 19:00. Es en el segundo piso del ICBC, entre Centro de Gobierno y Palacio Municipal, arriba del ex café Giussepis. Vamos a faltarle al respeto a los ídolos patrios y a romperle lo cuadrado al Bicentenario. Los espero.


Iker ya sube las escaleras. Un día simplemente se soltó gateando por toda la casa y una mañana cualquiera, gateó rumbo a la escalera. Pensé que daría media vuelta al topar con el primer escalón, pero para nuestra sorpresa subió uno y luego otro y luego otro escalón y nadie lo paraba. Como si tal cosa, el Conejito llegó al piso de arriba y sin detenerse a celebrar su hazaña, enfiló rumbo al estudio donde se dio a la ardua y productiva tarea de romper revistas. Cuando abre los ojos tras sus “larguísimas” siestas de 25 minutos que le permiten cargar gasolina para las siguientes ocho horas, invariablemente se para apoyado en el barandal de la cuna y ganas no le faltan de arrojarse. Para él la gravedad es una falacia, una superchería de viejos mitómanos, pues considera que está capacitado para bajarse de la cama, de la cuna y, por qué no, ir escaleras abajo. En el parque es feliz en el columpio y también se da gusto gateando en el pasto. Durante 12 horas en la vida de Iker hay más transformaciones que en diez años de mi vida. Tiene tanta prisa por conocer el mundo, que no quiere perder el tiempo durmiendo. Hay tantas cosas por descubrir, tantos rincones de esta casa por explorar, tantas puertas y cajones por abrir, tantos objetos que deben ser tocados, chupados y aventados, que no vale la pena perder horas valiosas en la cuna. Iker es algo así como el Conejito Duracell con una pila que simplemente no se acaba nunca. Es como un centro delantero ultra goleador que requiere marca personal permanente de dos defensas centrales que deben estar a un centímetro de él y aún así los burla. Y esto… esto apenas es el principio. Agárrate…


El verano no llegó nunca y el otoño ya dice presente. En el 2010 simplemente no fue preciso sacar el ventilador del closet y la cobija fue compañera inseparable aún en agosto. Cielos oscuros a la mitad del verano y el omnipresente viento helado del mar celebran con nosotros este Bicentenario. Por cierto ¿Les dije que llevamos a pasear Julien Temple por Puerto Nuevo y Rosarito? The Great Baja-Roll Swindle.



Una aleatoriedad caprichosa

Por Daniel Salinas Basave

En la historia oficial sobra el bronce y falta el corazón. Hay héroes y villanos, ángeles y demonios, pero faltan mujeres y hombres con carne, huesos, sangre y alma. La historia de calendario cívico es una pastorela, una parábola bíblica, un evangelio cuya veracidad no se pone en duda. Se aprende y memoriza como los libros del Génesis. No importa que haya sido materialmente imposible que un anciano como Noé metiera en un arca de madera todas las especies animales existentes sobre la Tierra o que persistan ciertas dudas de los oceanógrafos a la hora de admitir que el Mar Rojo se abrió para dejar pasar al pueblo hebreo. Tampoco se pone en tela de juicio que un angelito exterminador se despachara de buenas a primeras con todos los primogénitos de Egipto. Son mitos, símbolos, narrativa eucarística nacida para creerse y no para ponerse en duda. La veracidad del hecho no es en los evangelios lo más importante. Con nuestra historia sucede lo mismo. En nuestros poemas de asamblea y en ese litúrgico civismo de “firmes, tomar distancia, saludar, ya”, tampoco es muy bien visto el cuestionamiento. Se nos habla de un humilde indito zapoteco de Guelatao, de un ancianito venerable que hizo libre nuestra nación, de un Juan Escutia capaz de inmolarse en un trapo sagrado, de un Pípila y unas armas nacionales siempre cubiertas de gloria. Eso nos cuentan en las asambleas de la primaria y en las letanías que los políticos, tan obedientes del calendario cívico, repiten sin entrar siquiera a un proceso de elemental y hamletiana duda. Pero si de entrar a los terrenos de la desgarradora sinceridad se trata, justo es señalar que los poemas cívicos de asamblea son, en cualquier caso, más divertidos que la soñolienta historiografía de nuestros “solemnes intelectuales colegiados”. En la historia de los colegiados no hay miedos, deseos, corajes ni humanos intereses. No hay debilidades ni pasiones. No hay sangre ni sudor. Hay, eso sí, procesos sociológicos estudiados con congelante e intelectual distancia, pasos epistemológicos, mortal aburrimiento y sobre todo, citas, muchas citas bibliográficas de estudios igual o -si es que tal hazaña es posible- más aburridos que los suyos. Los colegiados, tan obsesionados con sus abstract, con su metodología científica y su ego insufrible, son los principales responsables de que en este país más del 80% de los ciudadanos sean espantosamente apáticos y se muestren desinteresados frente a su historia. Pero a los colegiados eso les importa poco. Muy tarde comprendimos que los intelectuales de colegios no escriben para que los lea el ciudadano común. Escriben, en primer término, para ganar becas que les permitan dedicarse a escribir otros estudios igualmente aburridos. Escriben para que sus investigaciones se perpetúen empolvadas en los libreros de otros intelectuales tan patéticos como ellos que jamás los leerán, mientras millones de mexicanos siguen consumiendo tele-basura, apáticos y desinteresados por nuestra fascinante Historia que es, pese a tantas toneladas de aburrimiento colegiado, el más emocionante tópico, la más alucinante aventura que ninguna narrativa de ficción podrá crear jamás. Una aventura que tiene que ver con nosotros, con nuestra sangre y nuestra vida presente y futura, la vida de nuestros hijos y la de nuestros nietos.
En fin. Así como no queriendo mucho la cosa y a las carreras, llegó el Bicentenario de la Independencia o al menos el punto más alto de esta “fiesta”, el momento en que empieza a tocar el mariachi y se destapa el mejor tequila. Cuando iniciamos con esta columna en el primer número de EL INFORMADOR aquel 1 de octubre de 2009, el septiembre de los dos siglos parecía lejano, pero el 2010 tuvo prisa y corrió como un caballo desbocado. El punto culminante de la liturgia ha llegado ya, en medio de los cuestionamientos, el desencanto y la furia de un país que siente que no hay nada que celebrar. Lo que exactamente ocurrió hace 200 años poco importa. Celebramos una escena de aleatoriedad pura, una oda a la anárquica circunstancia. Entre una y otra taza de chocolate, un cura de pueblo se transforma en una madrugada de insomnio en el jefe de una revuelta populachera. El objetivo del alzamiento instigado por este párroco de villorrio -aunque pocos o ni uno solo de sus improvisados soldados lo entiende- es preservar la soberanía de esta tierra para el lejano e indiferente rey de una lejana e invadida España. Ese rey es un tipo llamado Fernando VII, uno de los más patéticos e insípidos monarcas paridos por la Borbona dinastía, quien jamás se enteró que existía un pueblo lejano llamado Dolores donde un 16 de septiembre de 1810 unos humildes desarrapados clamaron vivas a su nombre y se lanzaron a morir por él, a combatir la herejía francesa, aprovechando de paso la solemne ocasión para entregarse al pillaje. Con machetes y piedras, palos y hoces, esa muchedumbre, no tan distinta en actitudes y psicología de los macheteros de Atenco o los anarco-punks del CGH unamita, se lanzaron a recorrer los josealfredianos caminos de Guanajuato (que pasan por tanto pueblo) siguiendo a un párroco iluminado que ni en su más alucinado sueño de grandeza se imaginó que pasaría a la posteridad como el Padre de una patria que no existía, ni concebía, ni imaginaba, ni entendía. Iturbide y Santa Anna se pasaron la vida imaginando los monumentos y mausoleos que los honrarían en la posteridad y su destino –vaya escupitajo a su egocentrismo- fue el más triste olvido. Hidalgo, en cambió, se inmortalizó como el padre de una nación que jamás imaginó. La aleatoriedad, he llegado a creerlo, es una diosa de sofisticados caprichos. DSB