Poco a poco le voy agarrando el gusto a un autor que un principio me generó problemas digestivos. A veces son buenos los libros anárquicos.
Sergio Pitol
El Mago de Viena
Fondo de Cultura Económica
Por Daniel Salinas Basave
He aquí un libro híbrido, renuente a cualquier intento de clasificación. Un ejemplar que se resbalará entre las manos de aquel que pretenda encerrarlo dentro de la jaula de un género específico. Decir que es un relato autobiográfico o un esbozo de memorias sería una definición en extremo corta como inexacto sería llamarlo ensayo literario. Tampoco es por fortuna una recopilación de artículos o fragmentos
¿Qué es entonces El mago de Viena? Qué importa. Las preguntas aquí salen sobrando, pues lo importante es que sin saber a ciencia cierta qué es lo que está leyendo, uno disfruta inmensamente su lectura. No hay prisa alguna por llegar al final y si me apuran un poco, no es estrictamente necesario comenzar por el principio, aunque en este caso todo comienza, con Alfonso Reyes. El propio título, escogido tal vez al azar, alude en cierta forma, según lo explicó el propio autor en una entrevista, a esa “literatura burra” sensacionalista que se las arregla para colarse siempre a los aparadores aunque rara vez dure más de seis meses. Fabulación, anécdota, relato, crónica, análisis, charla. Chejov, Shakespeare, Borges, Reyes, Walter Benjamin, Mario Bellatin son solo algunos de los autores que se pasean por la obra. Roma, Varsovia, Sicilia, México, Belgrado son escenarios que aparecen de repente. De todo un poco hay en estas páginas, junto y también revuelto, a medio camino entre el cuaderno de viajes, el diario íntimo y la libreta de apuntes. Según explica el autor, “mis viajes, mis lecturas, mi escritura, mis amigos y aun personas que conozco casualmente se me convierten en personajes”.
Tal vez la única constante en “El mago” es la declaración de amor por la literatura. La magia del libro como instrumento revelada Borges consuma aquí su eterno sortilegio.
Sergio Pitol se regodea en esta deliciosa asimetría que contagia cada página de “El mago de Viena”. El autor nacido en Puebla en 1933, es una de esas raras aves de las letras mexicanas. Genial y atípico, sin padrino estilístico aunque sí con una legión de discípulos y fallidos imitadores, Pitol es una pluma que se cuece aparte. Aún así, el disfrute y el gozo por la literatura que comparte no tiene desperdicio alguno. Estas palabras escritas por el propio Pitol, contienen el néctar puro de esta obra: “Uno, me aventuro a decir, es los libros que he leído, la pintura que ha conocido, la música escuchada y olvidada, las calles recorridas. Uno es su niñez, unos cuantos amigos, algunos amores, bastantes fastidios. Uno es una suma mermada por infinitas restas”.
Sergio Pitol
El Mago de Viena
Fondo de Cultura Económica
Por Daniel Salinas Basave
He aquí un libro híbrido, renuente a cualquier intento de clasificación. Un ejemplar que se resbalará entre las manos de aquel que pretenda encerrarlo dentro de la jaula de un género específico. Decir que es un relato autobiográfico o un esbozo de memorias sería una definición en extremo corta como inexacto sería llamarlo ensayo literario. Tampoco es por fortuna una recopilación de artículos o fragmentos
¿Qué es entonces El mago de Viena? Qué importa. Las preguntas aquí salen sobrando, pues lo importante es que sin saber a ciencia cierta qué es lo que está leyendo, uno disfruta inmensamente su lectura. No hay prisa alguna por llegar al final y si me apuran un poco, no es estrictamente necesario comenzar por el principio, aunque en este caso todo comienza, con Alfonso Reyes. El propio título, escogido tal vez al azar, alude en cierta forma, según lo explicó el propio autor en una entrevista, a esa “literatura burra” sensacionalista que se las arregla para colarse siempre a los aparadores aunque rara vez dure más de seis meses. Fabulación, anécdota, relato, crónica, análisis, charla. Chejov, Shakespeare, Borges, Reyes, Walter Benjamin, Mario Bellatin son solo algunos de los autores que se pasean por la obra. Roma, Varsovia, Sicilia, México, Belgrado son escenarios que aparecen de repente. De todo un poco hay en estas páginas, junto y también revuelto, a medio camino entre el cuaderno de viajes, el diario íntimo y la libreta de apuntes. Según explica el autor, “mis viajes, mis lecturas, mi escritura, mis amigos y aun personas que conozco casualmente se me convierten en personajes”.
Tal vez la única constante en “El mago” es la declaración de amor por la literatura. La magia del libro como instrumento revelada Borges consuma aquí su eterno sortilegio.
Sergio Pitol se regodea en esta deliciosa asimetría que contagia cada página de “El mago de Viena”. El autor nacido en Puebla en 1933, es una de esas raras aves de las letras mexicanas. Genial y atípico, sin padrino estilístico aunque sí con una legión de discípulos y fallidos imitadores, Pitol es una pluma que se cuece aparte. Aún así, el disfrute y el gozo por la literatura que comparte no tiene desperdicio alguno. Estas palabras escritas por el propio Pitol, contienen el néctar puro de esta obra: “Uno, me aventuro a decir, es los libros que he leído, la pintura que ha conocido, la música escuchada y olvidada, las calles recorridas. Uno es su niñez, unos cuantos amigos, algunos amores, bastantes fastidios. Uno es una suma mermada por infinitas restas”.