119- Tijuana trasciende y se despliega en mi mente en la medida que la imagino como otra ciudad, o me acerco a dibujarla como se encuentra en la mente del extranjero que nunca la ha visto o la ve por primera vez. La vida misma trasciende y se consuma en la medida que es contemplada bajo la mirada del otro, el yo sin este nombre, el yo sin circunstancias ni entorno
Caigo en la cuenta de que la fantasía gobierna y la realidad tan solo sirve de cimiento y pretexto. Las cosas no son en sí mismas, sino la ilusión que de ellas se tenga y dichas ilusiones ¿pueden ser calificadas de falsas? ¿Qué tan absoluto, qué tan verdadero es el instante?
La realidad alimenta, proporciona el material y acaso finge ser la depositaria del ideal último, pero al final siempre quiere ser evadida, transfigurada, convertida en algo. En algunos casos se vuelve una obra de arte y en la mayoría va al cementerio de los sueños e ilusiones, a escribir la historia universal de lo que pudo ser.
Así que decidieron aferrarse a esa tierra y tomar de ella lo que pudiera darles, por magro que fuera. Los magueyes, las serpientes y unos cangrejos diminutos, se convirtieron en la clave de su supervivencia.
De los magueyes, fermentaron un licor áspero y pendenciero. Las serpientes se convirtieron en carne salada y los cangrejos en un crudo engaño del hambre.
Un escritorio atiborrado de periódicos, recientes y prehistóricos, varios cerros de papeles con información desclasificada prófuga del bote de basura, una buena dosis de literatura y una que otra foto con los buenos momentos que me ha dado esta vida.
No cabe duda que el recuerdo puede multiplicar la intensidad de la vivencia.
Hasta el domingo más ordinario, es susceptible de transformarse en una gran aventura
La saliva de la Bestia es el infinito océano, la ubre de escamas capaz de amamantar al mundo. Y tú estás ahí, lánguido como un feto, aferrado a tu cadena umbilical.
El polvo, eterno aún en la piel de asfalto, es la barrera contra el espejismo de la ciudad y su voluntad de borrar bajo la corteza del neón, su origen de arena.
Era una suerte de terror a algo que sabías superior a tu más férrea voluntad, un enemigo que sin ocultarse acechaba en todas partes. Tardaste en verlo, en poder palpar ese monstruo en sus verdaderas dimensiones, pero empezaste a intuirlo en las sonrisas de tus subalternos, en esa hipocresía amable que cobijaba cada palabra. No había selva ni montaña hostil donde un guerrillero acechara con su fusil detrás de los peñascos y sin embargo el enemigo estaba ahí, frente a ti, junto a ti, acaso dentro de ti. Sus ojos y sus oídos podían meterse en todos los rincones, no hacían falta los actos y la palabra hablada, sentías tener micrófonos ocultos grabando la voz de tu conciencia.
La nostalgia llega así, sin tocar puertas, como una ráfaga de viento, improbable, filosa. Creo que a veces buceo en el fondo del desvarío. Mis pensamientos son el templo de la incoherencia y el tiempo un albur, un puño de arena mojada siempre diluyéndose.
Dicen que los primeros llegaron en el invierno y lo hicieron huyendo, perseguidos por la sombra de estirpes malditas, arrastrando en la piel y el apellido el linaje de estafadores y putas.
Arribaron en silencio, hordas sin nombre buscando depredar el entorno e imponer su código de navajas a los más débiles, pero ahí no habitaban ni siquiera las sombras.
Parecían destinados a convertirse en fantasmas del desierto, ánimas desgraciadas sin un mortal a quien robarle el sueño. Estaban ahí, con el alma de sal y arena, famélicos y decrépitos como sus caballos, seguros de que ese paraje era el infierno que merecieron, el cadalso eterno al que los había enviado la justicia.
Los fantasmas que danzan en mi cerebro nunca dejan sobre mi piel algún vestigio de su sangre. En este delirio parece no existir el sentido del tacto ni son capaces los ojos de descifrar la forma. Hoy estoy muy cerca de la frontera entre el deseo y la nada.
Cabalgaban, rumiando su odio por saberse hermanados a la fuerza en la derrota y la cobardía
A veces tengo certezas fatales. No se trata de deducciones ni análisis razonados, sino una suerte de revelaciones contemplativas. Hoy, como muchos otros días, recorrí por motivos laborales la periferia Este de Tijuana. Gracias a la naturaleza de mi trabajo, puedo jactarme de conocer hasta los más improbables y oscuros rincones de esta ciudad. Andar por las calles del Florido- Mariano- Infonavit Presidentes y zonas aledañas trae aparejado algo más que una depresión. Es más bien una auténtica desolación ontológica la que siento. No es únicamente la miseria, que la he visto de sobra en diversos lugares del mundo, sino la total desesperanza. En términos estrictamente económicos no son los lugares de mayor pobreza de la ciudad y de hecho se les puede catalogar como zonas de clase media baja. Sin embargo, al contemplar las casas, los comercios, los carros, los letreros, la esencia misma del conjunto y lo que representa, pierdo toda esperanza en el futuro. Zona de color siempre opaco, café con gris, de polvo omnipresente, de cerros mutilados. Paraje de carroñeros metamorfeando en carroña, de larvas que se devoran a sí mismas. Graffiti, piedra y baldíos quemados, cerro calvo, roñoso, repleto de viviendas que un día brotaron como chancros. Colores chillantes que quieren ser vistos y al acecho infinitos rostros, de sed y lujuria, de fracaso y dolor, en busca de arrojar un machete que cercene de una vez el tiempo y vacíe de sangre las entrañas. Estos son los paisajes donde se desarrollan las más macabras de las vidas y cuesta trabajo concebir que alguien pueda reír mientras pisa este suelo, pues hasta el agua sabe a tierra contaminada de malos deseos. Y sin embargo ríen y siguen pariendo, bebiéndose, multiplicándose, emigrando. Puedes sentir como si el tiempo se hubiera vuelto polvo chicloso, garras de un mal sueño. Imagino los infiernos individuales que se cocinan en cada una de esas casas pegadas una con otra, inundadas en graffiti, en polvo, en derrota.
¿Que vienes de dónde? Qué chingados importa de donde viene la mierda cuando cae al resumidero. Aquí llegaste, aquí estás, aquí vas a permanecer, primero dirás que es un rato, que vas a agarrar feria y te regresas, pero esto es la arena movediza, mientras más te muevas más vas a hundirte y de pronto te darás cuenta de que han pasado cinco años y aquí estás detenido.
No hay rostros, ni voces bajo el cetro del ruido, amo y señor que engulle sueños, pasiones, risas y llanto. El aparato digestivo de la máquina no cesa su crónico estertor, sordo ante la amalgama de frustraciones que se derriten en sus fauces para quedar convertidas en un mismo cuerpo pastoso, incoloro, bolo alimenticio procesado en ponzoña, excremento abortado sobre grava.
La caricia de aguardiente en tu garganta no es capaz de apagar el ruido. Solo trae mórbidas nostalgias y sed de venganza. El ruido no muere, ni siquiera el sueño seco es capaz de sofocarlo. Llega, dibujado en los rostros obtusos de los que a tu lado comparten la condena.
De pronto, tuve la certeza de estar viviendo una pesadilla apocalíptica, una premonición del fin de nuestros tiempos. Los aciagos días en que el precio de un hidrocarburo mantenía en vilo al mundo.
Cobos
En Argentina el voto del vicepresidente Julio Cobos contra el proyecto fiscal agropecuario de Cristina Fernández pone de cabeza al país. 36 votos contra 36 y el del vicepresidente decide. Toma aire se le quiebra la voz y le dice no a su presidenta y el proyecto de Cristina que generó casi medio año de cacerolazos y jaloneos, se cae. No tengo las tablas ni el conocimiento para opinar en torno a este debate, ni se nada acerca de Julio Cobos y sus posibles intereses (en política nada es gratis) pero así nomás de entrada y a ojo de buen cubero, apunto un par de cosas que me parecen muy sanas: de entrada, que un primer mandatario se tenga que joder y que un vicepresidente pueda pensar diferente a su presidenta. Que vote de acuerdo a su sentir y no a la línea de su partido. Eso es democracia. Pero más allá del voto de Cobos, lo que más envidio es el fondo del debate, independientemente de sus resultados. En La Argentina, tan saqueada, tan devastada, tan rica y tan pobre, al menos están discutiendo un impuesto a las exportaciones. Exportaciones agrícolas. Qué bello sería que en México discutiéramos sobre exportaciones y no sobre subsidios e importaciones. ¿Exportar lo que produce el campo mexicano? ¿Qué chingado campo? Lo único que exportamos son esclavos a los Estados Unidos, mientras nos regodeamos importando el maíz y los frijoles que dieron origen a Mesoamérica, mientras sostenemos nuestros debates prehistóricos peleando por un petróleo patriotero que a la fecha ni siquiera nos consta que exista.
Caigo en la cuenta de que la fantasía gobierna y la realidad tan solo sirve de cimiento y pretexto. Las cosas no son en sí mismas, sino la ilusión que de ellas se tenga y dichas ilusiones ¿pueden ser calificadas de falsas? ¿Qué tan absoluto, qué tan verdadero es el instante?
La realidad alimenta, proporciona el material y acaso finge ser la depositaria del ideal último, pero al final siempre quiere ser evadida, transfigurada, convertida en algo. En algunos casos se vuelve una obra de arte y en la mayoría va al cementerio de los sueños e ilusiones, a escribir la historia universal de lo que pudo ser.
Así que decidieron aferrarse a esa tierra y tomar de ella lo que pudiera darles, por magro que fuera. Los magueyes, las serpientes y unos cangrejos diminutos, se convirtieron en la clave de su supervivencia.
De los magueyes, fermentaron un licor áspero y pendenciero. Las serpientes se convirtieron en carne salada y los cangrejos en un crudo engaño del hambre.
Un escritorio atiborrado de periódicos, recientes y prehistóricos, varios cerros de papeles con información desclasificada prófuga del bote de basura, una buena dosis de literatura y una que otra foto con los buenos momentos que me ha dado esta vida.
No cabe duda que el recuerdo puede multiplicar la intensidad de la vivencia.
Hasta el domingo más ordinario, es susceptible de transformarse en una gran aventura
La saliva de la Bestia es el infinito océano, la ubre de escamas capaz de amamantar al mundo. Y tú estás ahí, lánguido como un feto, aferrado a tu cadena umbilical.
El polvo, eterno aún en la piel de asfalto, es la barrera contra el espejismo de la ciudad y su voluntad de borrar bajo la corteza del neón, su origen de arena.
Era una suerte de terror a algo que sabías superior a tu más férrea voluntad, un enemigo que sin ocultarse acechaba en todas partes. Tardaste en verlo, en poder palpar ese monstruo en sus verdaderas dimensiones, pero empezaste a intuirlo en las sonrisas de tus subalternos, en esa hipocresía amable que cobijaba cada palabra. No había selva ni montaña hostil donde un guerrillero acechara con su fusil detrás de los peñascos y sin embargo el enemigo estaba ahí, frente a ti, junto a ti, acaso dentro de ti. Sus ojos y sus oídos podían meterse en todos los rincones, no hacían falta los actos y la palabra hablada, sentías tener micrófonos ocultos grabando la voz de tu conciencia.
La nostalgia llega así, sin tocar puertas, como una ráfaga de viento, improbable, filosa. Creo que a veces buceo en el fondo del desvarío. Mis pensamientos son el templo de la incoherencia y el tiempo un albur, un puño de arena mojada siempre diluyéndose.
Dicen que los primeros llegaron en el invierno y lo hicieron huyendo, perseguidos por la sombra de estirpes malditas, arrastrando en la piel y el apellido el linaje de estafadores y putas.
Arribaron en silencio, hordas sin nombre buscando depredar el entorno e imponer su código de navajas a los más débiles, pero ahí no habitaban ni siquiera las sombras.
Parecían destinados a convertirse en fantasmas del desierto, ánimas desgraciadas sin un mortal a quien robarle el sueño. Estaban ahí, con el alma de sal y arena, famélicos y decrépitos como sus caballos, seguros de que ese paraje era el infierno que merecieron, el cadalso eterno al que los había enviado la justicia.
Los fantasmas que danzan en mi cerebro nunca dejan sobre mi piel algún vestigio de su sangre. En este delirio parece no existir el sentido del tacto ni son capaces los ojos de descifrar la forma. Hoy estoy muy cerca de la frontera entre el deseo y la nada.
Cabalgaban, rumiando su odio por saberse hermanados a la fuerza en la derrota y la cobardía
A veces tengo certezas fatales. No se trata de deducciones ni análisis razonados, sino una suerte de revelaciones contemplativas. Hoy, como muchos otros días, recorrí por motivos laborales la periferia Este de Tijuana. Gracias a la naturaleza de mi trabajo, puedo jactarme de conocer hasta los más improbables y oscuros rincones de esta ciudad. Andar por las calles del Florido- Mariano- Infonavit Presidentes y zonas aledañas trae aparejado algo más que una depresión. Es más bien una auténtica desolación ontológica la que siento. No es únicamente la miseria, que la he visto de sobra en diversos lugares del mundo, sino la total desesperanza. En términos estrictamente económicos no son los lugares de mayor pobreza de la ciudad y de hecho se les puede catalogar como zonas de clase media baja. Sin embargo, al contemplar las casas, los comercios, los carros, los letreros, la esencia misma del conjunto y lo que representa, pierdo toda esperanza en el futuro. Zona de color siempre opaco, café con gris, de polvo omnipresente, de cerros mutilados. Paraje de carroñeros metamorfeando en carroña, de larvas que se devoran a sí mismas. Graffiti, piedra y baldíos quemados, cerro calvo, roñoso, repleto de viviendas que un día brotaron como chancros. Colores chillantes que quieren ser vistos y al acecho infinitos rostros, de sed y lujuria, de fracaso y dolor, en busca de arrojar un machete que cercene de una vez el tiempo y vacíe de sangre las entrañas. Estos son los paisajes donde se desarrollan las más macabras de las vidas y cuesta trabajo concebir que alguien pueda reír mientras pisa este suelo, pues hasta el agua sabe a tierra contaminada de malos deseos. Y sin embargo ríen y siguen pariendo, bebiéndose, multiplicándose, emigrando. Puedes sentir como si el tiempo se hubiera vuelto polvo chicloso, garras de un mal sueño. Imagino los infiernos individuales que se cocinan en cada una de esas casas pegadas una con otra, inundadas en graffiti, en polvo, en derrota.
¿Que vienes de dónde? Qué chingados importa de donde viene la mierda cuando cae al resumidero. Aquí llegaste, aquí estás, aquí vas a permanecer, primero dirás que es un rato, que vas a agarrar feria y te regresas, pero esto es la arena movediza, mientras más te muevas más vas a hundirte y de pronto te darás cuenta de que han pasado cinco años y aquí estás detenido.
No hay rostros, ni voces bajo el cetro del ruido, amo y señor que engulle sueños, pasiones, risas y llanto. El aparato digestivo de la máquina no cesa su crónico estertor, sordo ante la amalgama de frustraciones que se derriten en sus fauces para quedar convertidas en un mismo cuerpo pastoso, incoloro, bolo alimenticio procesado en ponzoña, excremento abortado sobre grava.
La caricia de aguardiente en tu garganta no es capaz de apagar el ruido. Solo trae mórbidas nostalgias y sed de venganza. El ruido no muere, ni siquiera el sueño seco es capaz de sofocarlo. Llega, dibujado en los rostros obtusos de los que a tu lado comparten la condena.
De pronto, tuve la certeza de estar viviendo una pesadilla apocalíptica, una premonición del fin de nuestros tiempos. Los aciagos días en que el precio de un hidrocarburo mantenía en vilo al mundo.
Cobos
En Argentina el voto del vicepresidente Julio Cobos contra el proyecto fiscal agropecuario de Cristina Fernández pone de cabeza al país. 36 votos contra 36 y el del vicepresidente decide. Toma aire se le quiebra la voz y le dice no a su presidenta y el proyecto de Cristina que generó casi medio año de cacerolazos y jaloneos, se cae. No tengo las tablas ni el conocimiento para opinar en torno a este debate, ni se nada acerca de Julio Cobos y sus posibles intereses (en política nada es gratis) pero así nomás de entrada y a ojo de buen cubero, apunto un par de cosas que me parecen muy sanas: de entrada, que un primer mandatario se tenga que joder y que un vicepresidente pueda pensar diferente a su presidenta. Que vote de acuerdo a su sentir y no a la línea de su partido. Eso es democracia. Pero más allá del voto de Cobos, lo que más envidio es el fondo del debate, independientemente de sus resultados. En La Argentina, tan saqueada, tan devastada, tan rica y tan pobre, al menos están discutiendo un impuesto a las exportaciones. Exportaciones agrícolas. Qué bello sería que en México discutiéramos sobre exportaciones y no sobre subsidios e importaciones. ¿Exportar lo que produce el campo mexicano? ¿Qué chingado campo? Lo único que exportamos son esclavos a los Estados Unidos, mientras nos regodeamos importando el maíz y los frijoles que dieron origen a Mesoamérica, mientras sostenemos nuestros debates prehistóricos peleando por un petróleo patriotero que a la fecha ni siquiera nos consta que exista.