La liguilla sin los Tigres es un cielo sin estrellas, un bosque sin árboles, una mujer agria sin mayor gracia ni atributo. No me interesa lo que viene. No veré la semifinal ni la final. Mi interés futbolístico se centra en la suerte del Liverpool. Los demás pueden hacer de su vida un cacahuate.
Malebolge es la palabra con la que Dante llamó al remolino del Infierno en la Divina Comedia. Un hervidero caótico y amorfo en donde los gritos de los condenados se confunden con las risotadas de los demonios.
Reseña Snakes and Arrows Rush
Por Daniel Salinas Basave
En el pandemonio del rock hay ciertas deidades, muy pocas por cierto, que hace algún tiempo volaron mucho más allá del bien y del mal para entrar a una suerte de estado de gracia.
No pueden considerarse comerciales en el estricto sentido de la palabra, pero llenan estadios con sold out en casi toda su gira y aunque no están de moda ni se cuelan al primer puesto del top 40, cuentan con legiones de fans tan sólidas y fieles, que pueden convertirse en autistas del rock y desentenderse del mundo de la música actual.
Rush cumple la edad de la crucifixión, pero no hay clavos ni corona de espinas a la vista. 33 años han transcurrido desde que un trío de adolescentes de Toronto encontraran su camino pegando es grito zeppeliano con Finding my Way y empezaran a labrar carrera con ese riff denso de Working Man.
No se puede hablar de un auténtico complejo camaleónico como el de Bowie, pero lo cierto es que las diferentes etapas de Rush, sin llegar a ser contrastantes, marcan importantes diferencias.
El Rush prehistórico de 1974 sonaba terriblemente a Led Zeppelin, aunque la genial vena progresiva ya asomaba por ahí
Transcurrieron los setenta y el virtuosismo progre emprendió un viaje de ciencia ficción por las estrellas que trajo como resultado un himno como 2112.
Los retratos movientes inauguraron los ochenta y el sonido de Rush llegaba a los cielos, aunque con la década perdida llegó también la sobredosis de sintetizador. Los 90 trajeron esa mínima aunque para muchos imperdonable dosis de rap en Roll the Bones.
Rush recibió el nuevo milenio con Vapor Trails que para algunos fue una sutil vuelta a los orígenes rockeros de los primeros setenta y ahora, tras 33 añitos, con ustedes las serpientes y las flechas.
¿A qué suena el Snakes and Arrows? A Rush, así de simple. Una definición de primera escuchada concluiría que Snakes and Arrows es una continuación del Vapor Trails y que Rush no se apartó del camino con que inició el milenio. Cierto, el trío estrena productor en la persona de Alex Raskulinecz, un tipo que ha trabajado con Velvet Revolver y Foo Fighters, lo que de entrada pudo anticipar un cambio en el sonido aunque luego de más de diez escuchadas no lo encuentro. Rush suena exactamente como siempre. ¿Habrá acaso un sacrílego productor que se atreva de golpe y porrazo a cambiar su sonido? Alex no lo hizo e hizo bien.
Pero vamos al grano, que el espacio se acaba. Antes que nada y por siempre, la batería. El cordial recibimiento a Snakes and Arrows es la batería de Neil Peart cuyo protagonismo vuelve a ser la piedra angular del álbum.
Vale la pena comentar que Peart, alias el mejor baterista del Universo, escribió todas y cada una de las letras del álbum sin ayuda de nadie, aunque Lee y Lifeson metieron su cuchara en la música.
Peart, a quien la trágica muerte de su esposa e hija en un accidente cambió la existencia para siempre, es el cerebro tras Snakes and Arrows. Un álbum con algo de melancolía y mucho de misticismo y reflexión, sensación que crece si uno se da a la tarea de leer las letras y contemplar detenidamente el arte.
Eso sí, la voz de Geddy Lee sigue tan aguda como siempre y su técnica con el bajo sigue siendo de impresionante solidez, mientras que el maestro Alex Lifeson demuestra una vez más que además de virtuoso de la guitarra, no le teme a la experimentación con otros instrumentos, pues se permite usar la mandolina en “Workin Them Angels”.
La primera canción Far Cry abre con tremendo batacazo de Peart y es quizá la más pegajosa del álbum, sensación que contrasta con la aparente calma de Armor and Sword.
¿Un auténtico trancazo de canción? Workin Them Angels, con su guiño en la letra y el sonido al legendario Moving Pictures. Spindrift va de escolta con esa guitarra en sincronía con voces pausadas y qué decir del genial solo acústico que Lifeson nos regala en la reflexiva Hope.
Un disco por cierto con tres temas instrumentales y cierto epílogo juguetón con la inclusión del sonido original de la película canadiense de marionetas Team América: World Police en la penúltima canción Malignant Narcissim.
En resumen, este álbum no será piedra angular de su carrera, ni testamento, ni nota suicida, ni cambio de dirección, ni canto de cisne. Es un disco de Rush, uno más, que vale la pena ser escuchado. Sus fans sin duda lo amarán y para los neófitos es una excelente puerta de entrada, pues si bien este álbum no será Moving Pictures o 2112, sí que tiene el néctar de la pura esencia rushiana y esa esencia es en todos los casos delicia absoluta.
Malebolge es la palabra con la que Dante llamó al remolino del Infierno en la Divina Comedia. Un hervidero caótico y amorfo en donde los gritos de los condenados se confunden con las risotadas de los demonios.
Reseña Snakes and Arrows Rush
Por Daniel Salinas Basave
En el pandemonio del rock hay ciertas deidades, muy pocas por cierto, que hace algún tiempo volaron mucho más allá del bien y del mal para entrar a una suerte de estado de gracia.
No pueden considerarse comerciales en el estricto sentido de la palabra, pero llenan estadios con sold out en casi toda su gira y aunque no están de moda ni se cuelan al primer puesto del top 40, cuentan con legiones de fans tan sólidas y fieles, que pueden convertirse en autistas del rock y desentenderse del mundo de la música actual.
Rush cumple la edad de la crucifixión, pero no hay clavos ni corona de espinas a la vista. 33 años han transcurrido desde que un trío de adolescentes de Toronto encontraran su camino pegando es grito zeppeliano con Finding my Way y empezaran a labrar carrera con ese riff denso de Working Man.
No se puede hablar de un auténtico complejo camaleónico como el de Bowie, pero lo cierto es que las diferentes etapas de Rush, sin llegar a ser contrastantes, marcan importantes diferencias.
El Rush prehistórico de 1974 sonaba terriblemente a Led Zeppelin, aunque la genial vena progresiva ya asomaba por ahí
Transcurrieron los setenta y el virtuosismo progre emprendió un viaje de ciencia ficción por las estrellas que trajo como resultado un himno como 2112.
Los retratos movientes inauguraron los ochenta y el sonido de Rush llegaba a los cielos, aunque con la década perdida llegó también la sobredosis de sintetizador. Los 90 trajeron esa mínima aunque para muchos imperdonable dosis de rap en Roll the Bones.
Rush recibió el nuevo milenio con Vapor Trails que para algunos fue una sutil vuelta a los orígenes rockeros de los primeros setenta y ahora, tras 33 añitos, con ustedes las serpientes y las flechas.
¿A qué suena el Snakes and Arrows? A Rush, así de simple. Una definición de primera escuchada concluiría que Snakes and Arrows es una continuación del Vapor Trails y que Rush no se apartó del camino con que inició el milenio. Cierto, el trío estrena productor en la persona de Alex Raskulinecz, un tipo que ha trabajado con Velvet Revolver y Foo Fighters, lo que de entrada pudo anticipar un cambio en el sonido aunque luego de más de diez escuchadas no lo encuentro. Rush suena exactamente como siempre. ¿Habrá acaso un sacrílego productor que se atreva de golpe y porrazo a cambiar su sonido? Alex no lo hizo e hizo bien.
Pero vamos al grano, que el espacio se acaba. Antes que nada y por siempre, la batería. El cordial recibimiento a Snakes and Arrows es la batería de Neil Peart cuyo protagonismo vuelve a ser la piedra angular del álbum.
Vale la pena comentar que Peart, alias el mejor baterista del Universo, escribió todas y cada una de las letras del álbum sin ayuda de nadie, aunque Lee y Lifeson metieron su cuchara en la música.
Peart, a quien la trágica muerte de su esposa e hija en un accidente cambió la existencia para siempre, es el cerebro tras Snakes and Arrows. Un álbum con algo de melancolía y mucho de misticismo y reflexión, sensación que crece si uno se da a la tarea de leer las letras y contemplar detenidamente el arte.
Eso sí, la voz de Geddy Lee sigue tan aguda como siempre y su técnica con el bajo sigue siendo de impresionante solidez, mientras que el maestro Alex Lifeson demuestra una vez más que además de virtuoso de la guitarra, no le teme a la experimentación con otros instrumentos, pues se permite usar la mandolina en “Workin Them Angels”.
La primera canción Far Cry abre con tremendo batacazo de Peart y es quizá la más pegajosa del álbum, sensación que contrasta con la aparente calma de Armor and Sword.
¿Un auténtico trancazo de canción? Workin Them Angels, con su guiño en la letra y el sonido al legendario Moving Pictures. Spindrift va de escolta con esa guitarra en sincronía con voces pausadas y qué decir del genial solo acústico que Lifeson nos regala en la reflexiva Hope.
Un disco por cierto con tres temas instrumentales y cierto epílogo juguetón con la inclusión del sonido original de la película canadiense de marionetas Team América: World Police en la penúltima canción Malignant Narcissim.
En resumen, este álbum no será piedra angular de su carrera, ni testamento, ni nota suicida, ni cambio de dirección, ni canto de cisne. Es un disco de Rush, uno más, que vale la pena ser escuchado. Sus fans sin duda lo amarán y para los neófitos es una excelente puerta de entrada, pues si bien este álbum no será Moving Pictures o 2112, sí que tiene el néctar de la pura esencia rushiana y esa esencia es en todos los casos delicia absoluta.