Crack
Siempre he sido de los que desprecian la parte superior del teclado. Los números no son lo mío, aunque a gritos y sombrerazos he conseguido arreglar y mantener mi vida valiéndome de las letras.
Pero al final de cuentas tú y yo sabemos que esas letritas son tan etéreas como un sustantivo abstracto. Lo que al final cuenta son los numeritos, esos que están hasta arriba de tu teclado y que casi ningún periodista sabe manejar y que ni tú ni yo entendemos para acabar pronto.
Y en al aire se intuye que los números están a punto de escupirnos una de esas crueles verdades que tanto lastiman.
Esos siniestros alquimistas de la economía suelen fallar en sus pronósticos aún más que los lectores de horóscopos, pero cuando escuchas que todos están preocupados, algo te dice que este río que tanto suena lleva agua puerca
Ahí está el hechicero Alan Greenspan que con sus 81 añitos de edad ve en su bola mágica de cristal un amenazador 33% de posibilidades recesivas para este año. Los que saben de esto, y conste que yo no se un carajo, empiezan a ver paralelismos entre 1987 y el 2007. Intuyo que los factores que rodean y condicionan la economía mundial son harto distintos 20 años después, pero una suerte de abominable vaivén, propio de plagas y sequías o un caprichoso Eterno Retorno de nuestras pesadillas, anticipan que el siete no será el número de la suerte y que el aire apesta a crack financiero.
Y mientras acá los tundeteclas nos rompemos la cabeza con encontrarle la cuadratura al círculo en la campaña de Jorge Hank Rhon, allá en Wall Street los brujos ven señales funestas en el cielo, presagios macabros de un Apocalipsis del que no te salvará ni la poesía, ni la inspiración, ni los deseos de prosperar, porque de esta no te salva ni Felipe Calderón ni el gordo Agustín Carstens ni Guillermo Ortiz ni los blindajes de ninguna especie.
Amamantando calostro de la economía estadounidense, estamos condenados a aguardar la llegada del crack como cerdos en el camión que los conduce al matadero.
Que los mercados del Pacífico, que los subsidios chinos, que la desaceleración estadounidense, que la pérdida de poder adquisitivo, que los jinetes del Armagedón y mientras nosotros ahogamos en licor la noche tijuanense y aguardamos hedonistas el inevitable arribo de la catástrofe.
Antiyanquis
Muchas personas definen al antiyanquismo como una característica muy propia del mexicano, pero en honor a la verdad en el ranking del odio hacia el Tío Sam, los mexicanos apenas figuramos.
Las manifestaciones de rechazo y repudio a Estados Unidos y su política que he visto en otros países del mundo superan por mucho el antiyanquismo bravucón de cantina que se profesa en México.
En octubre de 2005, en nuestra primera visita a Argentina, encontramos Buenos Aires tapizado por pintas Anti Bush y furiosas manifestaciones por su visita a Mar del Plata. Algo similar, aunque no tan fuerte, vi en República Checa y en Francia en 2004.
Ahora Latinoamérica entera se rasga las vestiduras con la llegada de Mister Bush. Brasil, Uruguay, Guatemala queman banderas y despotrican contra el texano, pero en México, como suele suceder, nos vale un carajo. En teoría tenemos más razones históricas para odiar realmente a Estados Unidos. A ningún país de Latinoamérica le han mochado más de la mitad del territorio ni le han colocado la bandera de las Barras y las Estrellas en pleno Palacio Nacional como sucedió en 1847. ¿Qué le ha hecho USA a Argentina? Sí, que las políticas del FMI, que el apoyo a Tatcher en las Malvinas y la carabina de Ambrosio. Bla, bla, bla. Nosotros sí tenemos más de un rencorcillo por ahí guardado, pero las visitas de mister Bush nos tienen sin cuidado. Sí, están las protestas de los cegehacheros y perredistas de toda la vida, pero esos protestan de oficio, como modus vivendi de todo chilango izquierdozo y en honor a la verdad las manifestaciones antiyanquis mexicanas no tienen nada que hacer con las que he visto en el Cono Sur, en Europa o en Cuba.
Y además, no se si te has puesto a pensar en lo ocioso que resulta protestar contra Bush. Es tan ocioso, tan inútil y tan sin sentido como su visita a México. Ni las protestas ni la visita van a cambiar en algo, en un mínimo carajo la situación del país. Con o sin visita de Bush seguiremos en las mismas y con o sin visita de Bush nadie nos salva del chingazo financiero que viene. ¿Qué quieren? ¿Que Felipito Calderón no lo reciba? Sería tanto como que tu jefe o el jefe de tu papá o el tipo de cuya economía dependes te dice que va a ir a cenar a tu casa y te pones los moños y le dices que no lo recibes y que se vaya a chingar a su madre. En el momento en que se le de la gana venir a México a Bush lo recibe Calderón, lo recibe AMLO, lo recibe Madrazo y hasta Doña Rosario Ibarra. No veo un solo político mexicano tan demente como Hugo Chávez para darse el lujo de desairar e insultar al que, queramos o no y con todo y su IQ de retrasado mental, truena los chicharrones de nuestra magra y escuálida alcancía.
Siempre he sido de los que desprecian la parte superior del teclado. Los números no son lo mío, aunque a gritos y sombrerazos he conseguido arreglar y mantener mi vida valiéndome de las letras.
Pero al final de cuentas tú y yo sabemos que esas letritas son tan etéreas como un sustantivo abstracto. Lo que al final cuenta son los numeritos, esos que están hasta arriba de tu teclado y que casi ningún periodista sabe manejar y que ni tú ni yo entendemos para acabar pronto.
Y en al aire se intuye que los números están a punto de escupirnos una de esas crueles verdades que tanto lastiman.
Esos siniestros alquimistas de la economía suelen fallar en sus pronósticos aún más que los lectores de horóscopos, pero cuando escuchas que todos están preocupados, algo te dice que este río que tanto suena lleva agua puerca
Ahí está el hechicero Alan Greenspan que con sus 81 añitos de edad ve en su bola mágica de cristal un amenazador 33% de posibilidades recesivas para este año. Los que saben de esto, y conste que yo no se un carajo, empiezan a ver paralelismos entre 1987 y el 2007. Intuyo que los factores que rodean y condicionan la economía mundial son harto distintos 20 años después, pero una suerte de abominable vaivén, propio de plagas y sequías o un caprichoso Eterno Retorno de nuestras pesadillas, anticipan que el siete no será el número de la suerte y que el aire apesta a crack financiero.
Y mientras acá los tundeteclas nos rompemos la cabeza con encontrarle la cuadratura al círculo en la campaña de Jorge Hank Rhon, allá en Wall Street los brujos ven señales funestas en el cielo, presagios macabros de un Apocalipsis del que no te salvará ni la poesía, ni la inspiración, ni los deseos de prosperar, porque de esta no te salva ni Felipe Calderón ni el gordo Agustín Carstens ni Guillermo Ortiz ni los blindajes de ninguna especie.
Amamantando calostro de la economía estadounidense, estamos condenados a aguardar la llegada del crack como cerdos en el camión que los conduce al matadero.
Que los mercados del Pacífico, que los subsidios chinos, que la desaceleración estadounidense, que la pérdida de poder adquisitivo, que los jinetes del Armagedón y mientras nosotros ahogamos en licor la noche tijuanense y aguardamos hedonistas el inevitable arribo de la catástrofe.
Antiyanquis
Muchas personas definen al antiyanquismo como una característica muy propia del mexicano, pero en honor a la verdad en el ranking del odio hacia el Tío Sam, los mexicanos apenas figuramos.
Las manifestaciones de rechazo y repudio a Estados Unidos y su política que he visto en otros países del mundo superan por mucho el antiyanquismo bravucón de cantina que se profesa en México.
En octubre de 2005, en nuestra primera visita a Argentina, encontramos Buenos Aires tapizado por pintas Anti Bush y furiosas manifestaciones por su visita a Mar del Plata. Algo similar, aunque no tan fuerte, vi en República Checa y en Francia en 2004.
Ahora Latinoamérica entera se rasga las vestiduras con la llegada de Mister Bush. Brasil, Uruguay, Guatemala queman banderas y despotrican contra el texano, pero en México, como suele suceder, nos vale un carajo. En teoría tenemos más razones históricas para odiar realmente a Estados Unidos. A ningún país de Latinoamérica le han mochado más de la mitad del territorio ni le han colocado la bandera de las Barras y las Estrellas en pleno Palacio Nacional como sucedió en 1847. ¿Qué le ha hecho USA a Argentina? Sí, que las políticas del FMI, que el apoyo a Tatcher en las Malvinas y la carabina de Ambrosio. Bla, bla, bla. Nosotros sí tenemos más de un rencorcillo por ahí guardado, pero las visitas de mister Bush nos tienen sin cuidado. Sí, están las protestas de los cegehacheros y perredistas de toda la vida, pero esos protestan de oficio, como modus vivendi de todo chilango izquierdozo y en honor a la verdad las manifestaciones antiyanquis mexicanas no tienen nada que hacer con las que he visto en el Cono Sur, en Europa o en Cuba.
Y además, no se si te has puesto a pensar en lo ocioso que resulta protestar contra Bush. Es tan ocioso, tan inútil y tan sin sentido como su visita a México. Ni las protestas ni la visita van a cambiar en algo, en un mínimo carajo la situación del país. Con o sin visita de Bush seguiremos en las mismas y con o sin visita de Bush nadie nos salva del chingazo financiero que viene. ¿Qué quieren? ¿Que Felipito Calderón no lo reciba? Sería tanto como que tu jefe o el jefe de tu papá o el tipo de cuya economía dependes te dice que va a ir a cenar a tu casa y te pones los moños y le dices que no lo recibes y que se vaya a chingar a su madre. En el momento en que se le de la gana venir a México a Bush lo recibe Calderón, lo recibe AMLO, lo recibe Madrazo y hasta Doña Rosario Ibarra. No veo un solo político mexicano tan demente como Hugo Chávez para darse el lujo de desairar e insultar al que, queramos o no y con todo y su IQ de retrasado mental, truena los chicharrones de nuestra magra y escuálida alcancía.