Reflexiones lupitas
Mi actitud deicida ha obedecido mucho más a un estado de ánimo que a un sistema de creencias. Más que de la filosofía, el jacobinismo, el anticlericalismo, el odio a la religión o como ustedes quieran llamarlo, ha brotado de mis vísceras. Y la adolescencia suele ser una etapa visceral donde pueden más la furia y los riñones que las lecturas de Nietzsche y Ciorán. Desde hace más de 15 años no tengo dios. En la adolescencia me transformé en deicida y aún no hay resurrección, aunque hay una gran diferencia: Antes descreía con odio, pero hoy ya no odio a nadie. Descreo en paz.
De adolescente no podía evitar insultar testigos de Jehová, evangélicos y de más predicadores que tenían la desgracia de acercarse a mi hogar. Uno de mis deportes favoritos era gritarles Dios no existe, Jesús murió por sus propios pecados y no por los míos.
Pero las vísceras se han relajado. Ya no me da por insultar a los creyentes. En realidad ya no me da por insultar a casi nadie. Desde un tiempo para acá profeso una aburrida y adulta tolerancia. Todo se reduce a dejarlos ser y sentir pena por el fanático. Este partido va a quedar cero a cero. Ni ellos van a convencerme a mí ni yo los convenceré a ellos
Hace unos años, el 12 de Diciembre me resultaba la encarnación máxima del fanatismo idólatra mexicano, la síntesis de su complejo edípico y su ignorancia perpetua. Hoy respeto esta fecha. La fuerza de esta tradición es mucho más potente que cualquier sistema lógico o racional de creencias. Al final de cuentas, en un mito lo que importa no es la verdad en sentido periodístico sino la persistencia de la fe. El mito anula los conceptos de verdad y mentira como un periodista los entiende. ¿Existió Juan Diego? ¿Se reflejó la imagen de la Virgen en el sayal? No lo se y no me importa averiguar si fue verdad. Cuando mi devoción por Voltaire y la Ilustración estaba en su clímax, todo se reducía a eso. Existió o no existió. ¿Pero hay un mito nacional cuya veracidad esté certificada? Ya no me importa tanto recabar pruebas. Eso lo dejo para mis reportajes.
No se si existe la Virgen y si existió Juan Diego, pero sí se que existe la devoción y la fe sincera de una humilde mujer mexicana venida de un pueblo serrano a cientos de kilómetros que deposita toda la esperanza y el sentido de su vida en la contemplación de esa imagen y la flor que coloca en el altar. ¿Por qué acuden millones a la Villa? Cada quien sabrá sus motivos. Nada más íntimo que la espiritualidad. ¿Qué es rezar? Entregarse al máximo ejercicio de humildad, de reconocerse como vela en el huracán, polvo en la tormenta. Al final a mí no me quedan más que los monstruos que engendró el sueño de la razón, la incertidumbre y la plena conciencia del absurdo absoluto.
Cuando alguien se entrega a la oración con verdadera devoción sólo puedo sentir respeto por esa persona. En general suelo respetar a quienes se entregan así, por algo superior a lo que entendemos por práctico o racional. Y aunque muchas veces he practicado el elogio de la soberbia, casi siempre me acaba por conmover la humildad, la sincera humildad. Hace dos años trato de aprender a ser agradecido. ¿Con quién? No lo se, pero hay que agradecer. Por absurdo e inútil que pueda resultar el Universo entero, el mío ha estado lleno de cosas bellas. No me ha ido mal en la feria ¿a quién debo agradecerle?
No profeso religión alguna y no, todavía no creo en Dios. El concepto aún no cabe en mí, pero ya no odio al ser que negaba. ¿Dios existía en la medida que lo negaba? Tal vez por eso, ahora que me limito a respetarlo, me siento tan huérfano de deidad. El odio es un sentimiento pasional, sumamente religioso. El deicidio es un acto de fe. El respeto es frío. Durante años mi ateísmo fue místico y pensaba en Dios, vivo o muerto, mucho más de lo que piensa un creyente promedio de domingo.
Si algún día vuelvo a profesar una religión (ya no digo de esta agua no beberé) volveré al catolicismo. Jamás me sedujeron las modas orientales tan propias de snobs y siento una desconfianza sistemática por los cultos derivados del protestantismo evangélico. Con todos sus defectos a cuestas, el catolicismo es la religión que más respeto. ¿Contradictorio? Nunca dije que este espacio aspirara a la coherencia.
Mi actitud deicida ha obedecido mucho más a un estado de ánimo que a un sistema de creencias. Más que de la filosofía, el jacobinismo, el anticlericalismo, el odio a la religión o como ustedes quieran llamarlo, ha brotado de mis vísceras. Y la adolescencia suele ser una etapa visceral donde pueden más la furia y los riñones que las lecturas de Nietzsche y Ciorán. Desde hace más de 15 años no tengo dios. En la adolescencia me transformé en deicida y aún no hay resurrección, aunque hay una gran diferencia: Antes descreía con odio, pero hoy ya no odio a nadie. Descreo en paz.
De adolescente no podía evitar insultar testigos de Jehová, evangélicos y de más predicadores que tenían la desgracia de acercarse a mi hogar. Uno de mis deportes favoritos era gritarles Dios no existe, Jesús murió por sus propios pecados y no por los míos.
Pero las vísceras se han relajado. Ya no me da por insultar a los creyentes. En realidad ya no me da por insultar a casi nadie. Desde un tiempo para acá profeso una aburrida y adulta tolerancia. Todo se reduce a dejarlos ser y sentir pena por el fanático. Este partido va a quedar cero a cero. Ni ellos van a convencerme a mí ni yo los convenceré a ellos
Hace unos años, el 12 de Diciembre me resultaba la encarnación máxima del fanatismo idólatra mexicano, la síntesis de su complejo edípico y su ignorancia perpetua. Hoy respeto esta fecha. La fuerza de esta tradición es mucho más potente que cualquier sistema lógico o racional de creencias. Al final de cuentas, en un mito lo que importa no es la verdad en sentido periodístico sino la persistencia de la fe. El mito anula los conceptos de verdad y mentira como un periodista los entiende. ¿Existió Juan Diego? ¿Se reflejó la imagen de la Virgen en el sayal? No lo se y no me importa averiguar si fue verdad. Cuando mi devoción por Voltaire y la Ilustración estaba en su clímax, todo se reducía a eso. Existió o no existió. ¿Pero hay un mito nacional cuya veracidad esté certificada? Ya no me importa tanto recabar pruebas. Eso lo dejo para mis reportajes.
No se si existe la Virgen y si existió Juan Diego, pero sí se que existe la devoción y la fe sincera de una humilde mujer mexicana venida de un pueblo serrano a cientos de kilómetros que deposita toda la esperanza y el sentido de su vida en la contemplación de esa imagen y la flor que coloca en el altar. ¿Por qué acuden millones a la Villa? Cada quien sabrá sus motivos. Nada más íntimo que la espiritualidad. ¿Qué es rezar? Entregarse al máximo ejercicio de humildad, de reconocerse como vela en el huracán, polvo en la tormenta. Al final a mí no me quedan más que los monstruos que engendró el sueño de la razón, la incertidumbre y la plena conciencia del absurdo absoluto.
Cuando alguien se entrega a la oración con verdadera devoción sólo puedo sentir respeto por esa persona. En general suelo respetar a quienes se entregan así, por algo superior a lo que entendemos por práctico o racional. Y aunque muchas veces he practicado el elogio de la soberbia, casi siempre me acaba por conmover la humildad, la sincera humildad. Hace dos años trato de aprender a ser agradecido. ¿Con quién? No lo se, pero hay que agradecer. Por absurdo e inútil que pueda resultar el Universo entero, el mío ha estado lleno de cosas bellas. No me ha ido mal en la feria ¿a quién debo agradecerle?
No profeso religión alguna y no, todavía no creo en Dios. El concepto aún no cabe en mí, pero ya no odio al ser que negaba. ¿Dios existía en la medida que lo negaba? Tal vez por eso, ahora que me limito a respetarlo, me siento tan huérfano de deidad. El odio es un sentimiento pasional, sumamente religioso. El deicidio es un acto de fe. El respeto es frío. Durante años mi ateísmo fue místico y pensaba en Dios, vivo o muerto, mucho más de lo que piensa un creyente promedio de domingo.
Si algún día vuelvo a profesar una religión (ya no digo de esta agua no beberé) volveré al catolicismo. Jamás me sedujeron las modas orientales tan propias de snobs y siento una desconfianza sistemática por los cultos derivados del protestantismo evangélico. Con todos sus defectos a cuestas, el catolicismo es la religión que más respeto. ¿Contradictorio? Nunca dije que este espacio aspirara a la coherencia.