Eterno Retorno

Wednesday, August 09, 2006

Juan de Dios

El parte policíaco de cada día está lleno de fantasmas condenados a los fugaces tres párrafos de una nota breve antes de recibir su pasaporte al eterno olvido.

Ejecutados envueltos en cobijas, vagabundos que amanecen tiesos bajo un puente, viejos gringos teporochos que se suicidan en algún hotelucho de la calle Coahuila. Si en el periódico hay algo de espacio en el cintillo de breves policíacas, estos muertos alcanzarán tres o a lo mucho cinco párrafos perdidos en la alta mar de las páginas interiores. Pero si ese día hubo algún hecho policíaco mayor, como la ejecución de un caca- grande o el secuestro de un empresario, pan de cada día en nuestra Tijuana, estos muertos anónimos se irán de aquí sin siquiera haber alcanzado una esquina en la página de un diario.

En el parte policíaco de ayer se consigna el hallazgo del cadáver de un joven de 24 años llamado Juan de Dios. Apareció dentro de un canal de aguas negras de la Calle Río Sinaloa, colonia Alamar, Delegación Centenario. El informe rendido por la Municipal de Tijuana señala que el joven murió al inyectarse una cantidad excesiva de heroína e incluso refiere que en sus manos estaba aún la jeringa hipodérmica. Nosotros ni siquiera llevamos la nota en Frontera mientras que Rafael Morales de El Mexicano le dedicó una breve nota de exactamente cuatro párrafos, ubicada en la esquina inferior izquierda de la página policíaca.

El hecho ha pasado absolutamente desapercibido y se ha amontonado en el río de la intrascendencia, pero no para mí, pues resulta que yo conocía a ese joven. No me pregunten cómo es que lo conocí, pero sólo diré que la última vez que hablé con él fue el pasado 30 de julio en la mañana, al terminar la carrera atlética que organizó Periódico Frontera. Juan de Dios, al igual que yo, corrió esa carrera. Lo acompañaban sus padres. Su condición físico atlética era buena y su ánimo no parecía en absoluto decaído. Platicamos con él mientras recogía su camiseta conmemorativa del evento. Parecía contento. Juan de Dios era aficionado al rock progresivo y psicodélico. Amante de Serú Girán y de Invisible, aquel exquisito proyecto setentero de Luis Alberto Spinetta, Juan de Dios nos prestó por lo menos diez discos de bandas progresivas la mayoría desconocidas por mí. Tenía un gran oído musical. Su familia piensa que fue un asesinato. El cuerpo aún está en el Semefo y aún está pendiente que se determine la causa oficial de muerte. Detrás de cada fantasma del parte policíaco hay una historia que es arena entre los dedos, polvo seco en el terraplén. Allá va el Capitán Beto por el espacio, canta Invisible. Juan de Dios escuchó mil veces esa canción y sin duda como el buen Spinetta, se preguntó ¿Dónde está ese lugar al que todos llaman cielo?


La posada de los muertos

Cuando trabajas en un medio de comunicación estrechas demasiadas manos en un día. Tal vez cueste horrores hacer un solo amigo o lograr conocer una persona que se gane tu confianza, sin embargo te llenas de conocidos. Politiquetes de primera y cuarta, comandantes y policías rasos, achichincles de diversa categoría, seudo colegas y un sin fin de personajes satelitales que rondan por siniestros ministerios.
Tras más de siete años de ejercer el periodismo en Tijuana, he perdido la cuenta de las personas por mí conocidas que hoy están muertas. Gente a la que alguna o varias veces estreché la mano, a los que entrevisté con la grabadora debidamente encendida o simplemente platica en off record y que hoy en día yacen tres metros bajo tierra: Francisco Ortiz Franco, Alfredo de la Torre, Rogelio Delgado Neri, Héctor Manjarez, Willie Castellanos, Gabriel Tapia sólo por mencionar unos cuantos, son personas con las que varias veces en mi vida tuve la oportunidad de charlar o entrevistar. Todos ellos murieron por bala. Ello por no hablar de policías de la tropa. No voy a rasgarme las vestiduras y a decir, como tantos oportunistas, que fui el gran compadre de alguno de ellos y que sus muertes me afectaron mucho en lo personal (salvo el caso de Ortiz Franco por ser colega de oficio). Sin embargo son personas a las que alguna vez vi con cierta regularidad, a unos más que a otros. Para un reportero eso no es nada especial. Vaya, no pasa una semana sin que vea, por ejemplo, al Alcalde, o al Secretario de Seguridad o al de Desarrollo Urbano. Forma parte de la vida de todos los que nos dedicamos a este oficio. La diferencia es que en Tijuana morirse es muy fácil. Las balas suelen estar en oferta. Pero si he perdido la cuenta de gente conocida que hoy está muerta, me sería imposible calcular una cifra siquiera aproximada de los anónimos cadáveres que he visto a lo largo de siete años. Envueltos en cobijas, tirados en el pavimento con los brazos en cruz y el arroyo de sangre emergiendo de la cabeza, dentro de un automóvil con los cristales pulverizados por las balas.