Tal vez no hay un regalo más significativo para mí que un libro. Y dado que la gratitud, antes que un deber es un privilegio, tengo el privilegio de dar las gracias a mi amigo Morcillo por un trío de libros que me hizo llegar desde la Gran Tenochtitlán vía el compa Manuel Lomelí, que amablemente los trajo hasta mi escritorio en la Redacción. El grito de la lechuza de Patricia Highsmith, una señorona de la novela negra, Cuando el calor aprieta de Chester Himes, autor que será nuevo para mí y Tigres, un equipo con garra, de Miguel Lara Salazar, libro que habla sobre el mejor equipo del mundo o por lo menos el que más amo. No queda más que un brutalmente honesto Gracias.
No hay tiempo para más. En este momento llevo más de 16 horas trabajando sin parar. No escribir no significa que no haya nada que narrar, pero hay más trabajo que tiempo y vida.
Inspiración sobra.
El Monje
Matthew G. Lewis
Club Diógenes Valdemar
Por Daniel Salinas
El libro del que hablaremos este domingo no es precisamente la última novedad literaria ni el ejemplar de moda en las librerías.
Sí, lo se; lo ordinario en una columna de reseñas literarias es presentar productos editoriales recién saliditos del horno que ocupen un palco de honor en los aparadores. Pero Pasos de Gutenberg detesta lo ordinario y considera que un espacio dedicado a los libros pierde mucho si no se ocupa, aunque sea de vez en cuando, de ciertos clásicos que acabaron por convertirse en libros de culto.
El Monje, de Matthew G. Lewis, fue publicado hace exactamente 210 años, en 1796 y en su momento fue un suceso editorial que fascinó y horrorizó a generaciones enteras. Condenado por impío, ateo y corrompido, este libro, escrito por un jovencito de 21 años de edad, se transformó con el tiempo en la piedra angular de la literatura gótica. Aunque tal vez algunos de los que hoy son best seller con sus historias de terror no lo sepan, El Monje es la ubre de la que amamantaron muchos de los narradores clásicos del género. Baste decir que un monstruo sagrado de la narrativa macabra como es Howard Philips Lovecraft lo consideró su libro de cabecera y una de sus principales influencias.
Claro, para leer El monje hay que despojarse de absurdos prejuicios vanguardistas y entender que se trata de una novela escrita en el auge del romanticismo. De hecho, una de las principales influencias del joven Lewis, fue el célebre Werther de Goethe. La elegancia del lenguaje, la pulcritud de la prosa, la atmósfera barroca y la personalidad del autor como amo y señor de sus personajes, hacen de El Monje una novela que sería el ejemplo perfecto del texto romántico de no ser por un par de detalles: El veneno moral y la omnipresencia de lo maldito. A diferencia de otras obras que abordaron el socorrido tópico de la lucha entre el bien y el mal, El Monje no es un texto moralizante ni cae en la tentación de transformarse en advertencia sobre los peligros de jugar con el lado oscuro. Simplemente narra y deja que sea el lector quien saque sus conclusiones lo que fue motivo de escándalo.
La novela nos narra la historia de Ambrosio, un virtuoso monje madrileño casi anacoreta, modelo de severidad y ascetismo cristiano transformado en una suerte de santo viviente para sus feligreses.
Pero la incorruptible virtud de Ambrosio enfrenta la tentación primero de la soberbia y después de la lujuria, cuando aparece en su vida Matilde. De entrada, nos enfrentamos a un añejo dilema moral expuesto en demoníaca maestría. La virtud espiritual contra las tentaciones de la carne. El pacto infernal que de pronto se coloca sobre la mesa del virtuoso para que estampe su firma. Pero más allá del drama fáustico, El Monje se sumerge, tal vez como ninguna novela hasta ese momento, en el reino de lo macabro, de lo horroroso, aderezado con una trama de misterios capaces de hipnotizar al lector más indiferente. El resultado es el gótico en estado puro. El horror romántico y la catástrofe moral. Un coro de fantasmas y demonios en nocturna serenata.
Se considera que a El castillo de Otranto, de Horace Walpole como el Génesis de la novela gótica. Escrito a mediados del Siglo XVIII, este libro sería el embrión del que nacieron tal vez los dos máximos clásicos del género como fueron El Monje de Lewis y Melmoth El Errabundo de Charles Robert Maturin. El gótico clásico tuvo un efímero periodo de auge que va de 1775 a 1820, aunque su descendencia fue enorme. Sin la influencia del gótico, Poe jamás hubiera sido Poe, ni hubieran nacido el Drácula de Stoker o Carmilla de Sheridan Le Fanú por no hablar de productos modernos como Ann Rice, que quieran o no, siguen bebiendo calostro de la fuente de Lewis, Maturin y compañía. ¿Quiere usted probar el néctar de lo gótico? No le de más vueltas al asunto y comience a leer El Monje en una nublada tarde poblada de sombras y recuerdos.
No hay tiempo para más. En este momento llevo más de 16 horas trabajando sin parar. No escribir no significa que no haya nada que narrar, pero hay más trabajo que tiempo y vida.
Inspiración sobra.
El Monje
Matthew G. Lewis
Club Diógenes Valdemar
Por Daniel Salinas
El libro del que hablaremos este domingo no es precisamente la última novedad literaria ni el ejemplar de moda en las librerías.
Sí, lo se; lo ordinario en una columna de reseñas literarias es presentar productos editoriales recién saliditos del horno que ocupen un palco de honor en los aparadores. Pero Pasos de Gutenberg detesta lo ordinario y considera que un espacio dedicado a los libros pierde mucho si no se ocupa, aunque sea de vez en cuando, de ciertos clásicos que acabaron por convertirse en libros de culto.
El Monje, de Matthew G. Lewis, fue publicado hace exactamente 210 años, en 1796 y en su momento fue un suceso editorial que fascinó y horrorizó a generaciones enteras. Condenado por impío, ateo y corrompido, este libro, escrito por un jovencito de 21 años de edad, se transformó con el tiempo en la piedra angular de la literatura gótica. Aunque tal vez algunos de los que hoy son best seller con sus historias de terror no lo sepan, El Monje es la ubre de la que amamantaron muchos de los narradores clásicos del género. Baste decir que un monstruo sagrado de la narrativa macabra como es Howard Philips Lovecraft lo consideró su libro de cabecera y una de sus principales influencias.
Claro, para leer El monje hay que despojarse de absurdos prejuicios vanguardistas y entender que se trata de una novela escrita en el auge del romanticismo. De hecho, una de las principales influencias del joven Lewis, fue el célebre Werther de Goethe. La elegancia del lenguaje, la pulcritud de la prosa, la atmósfera barroca y la personalidad del autor como amo y señor de sus personajes, hacen de El Monje una novela que sería el ejemplo perfecto del texto romántico de no ser por un par de detalles: El veneno moral y la omnipresencia de lo maldito. A diferencia de otras obras que abordaron el socorrido tópico de la lucha entre el bien y el mal, El Monje no es un texto moralizante ni cae en la tentación de transformarse en advertencia sobre los peligros de jugar con el lado oscuro. Simplemente narra y deja que sea el lector quien saque sus conclusiones lo que fue motivo de escándalo.
La novela nos narra la historia de Ambrosio, un virtuoso monje madrileño casi anacoreta, modelo de severidad y ascetismo cristiano transformado en una suerte de santo viviente para sus feligreses.
Pero la incorruptible virtud de Ambrosio enfrenta la tentación primero de la soberbia y después de la lujuria, cuando aparece en su vida Matilde. De entrada, nos enfrentamos a un añejo dilema moral expuesto en demoníaca maestría. La virtud espiritual contra las tentaciones de la carne. El pacto infernal que de pronto se coloca sobre la mesa del virtuoso para que estampe su firma. Pero más allá del drama fáustico, El Monje se sumerge, tal vez como ninguna novela hasta ese momento, en el reino de lo macabro, de lo horroroso, aderezado con una trama de misterios capaces de hipnotizar al lector más indiferente. El resultado es el gótico en estado puro. El horror romántico y la catástrofe moral. Un coro de fantasmas y demonios en nocturna serenata.
Se considera que a El castillo de Otranto, de Horace Walpole como el Génesis de la novela gótica. Escrito a mediados del Siglo XVIII, este libro sería el embrión del que nacieron tal vez los dos máximos clásicos del género como fueron El Monje de Lewis y Melmoth El Errabundo de Charles Robert Maturin. El gótico clásico tuvo un efímero periodo de auge que va de 1775 a 1820, aunque su descendencia fue enorme. Sin la influencia del gótico, Poe jamás hubiera sido Poe, ni hubieran nacido el Drácula de Stoker o Carmilla de Sheridan Le Fanú por no hablar de productos modernos como Ann Rice, que quieran o no, siguen bebiendo calostro de la fuente de Lewis, Maturin y compañía. ¿Quiere usted probar el néctar de lo gótico? No le de más vueltas al asunto y comience a leer El Monje en una nublada tarde poblada de sombras y recuerdos.