Eterno Retorno

Thursday, October 13, 2005

Cuba

Yo siempre he sido un viajero, nunca un turista. Si algo odié de Cuba, es que en ese país es el único en el mundo en donde me han obligado a ser un despreciable turista. Por más que lo intenté jamás me dejaron ser un viajero. Desde el momento en que pones un píe en la tierra que huele a caña, tabaco y brea, ellos te transforman en la clase más odiosa de turista que puede existir en el mundo, el que cree merecer privilegios, atenciones especiales, trato diferente. Ellos te obligan a recibir ese trato, te obligan a no ser igual a ellos
Ni un país en el mundo como Cuba pinta tan drásticamente su raya entre un turista y un nativo. Más que una raya es un abismo, una muralla infranqueable. Eso es odioso señores. Yo no puedo disfrutarlo.


No volveré a Cuba. Al menos no volveré a elegirlo como destino de viaje ni volveré a invertir mi dinero en visitar esa isla. Si algún día la Diosa Aleatoriedad y sus extraños designios vuelve a colocarme en el feudo de Castro, entonces trataré de disfrutarlo. Por lo que a mi voluntad respecta, elegiré 50 destinos antes que volver a esa isla caribeña.

En el blog de un amigo de la hermana República de La Laguna, www.alexander-prime.blogspot.com , que escribe desde los terruños donde el Santos de Torreón truena sus chicharrones, leo algo que me ha hecho recordar nuestro viaje a Cuba en el verano de 2002.

Reproduzco textualmente un párrafo escrito por el autor de este blog.

Ahora sólo pienso en visitar Cuba. La Habana. Las calles empedradas, el sol habanero, la playa, el malecón tan inconfundible con los edificios treinteros de fondo. Carros de los 50s, y en sus calles, la música fluyendo, de puerta en puerta. Fidel, el Che, y 500 años de historia detrás de cada piedra y escondida en cada som bra. Algún día iré. Pronto, pronto, Nemersito.

No es mi intención decepcionar al autor de este blog, pero esa visión por ser tan terriblemente idílica, corres el riesgo de hacerse pedazos una vez que aterrice en el José Martí de La Habana.

Sí, todos y cada de los viajes que he realizado en mi vida, sean a Tecate Baja California o a Reykjavik Islandia, a Aramberri Nuevo León o a Edimburgo Escocia me han enseñado algo y no me arrepiento de uno solo. Todavía no se da el caso de que vaya a algún lugar y afirme que me hubiera gustado no ir. Pero ciertamente no puedo afirmar que todos los viajes han sido igual de mágicos y si tuviéramos que hacer una tabla de posiciones de nuestros viajes, Carolina y yo coincidimos en que Cuba queda en último lugar. No es que hayamos odiado la isla, pero elegiríamos 100 lugares antes de pensar en volver. Vaya, hay lugares de los que simplemente te enamoras. Me moriría de ganas de volver a estar en Praga, en Viena, en Amsterdam, en Hamburgo, en Islandia. Regresaría cuantas veces fuera posible y no creo que algún día me sintiera harto. Sin embargo, no me quedan muchas ganas de volver a Cuba. Vaya, si por alguna situación incidental volviera pues no me molestaría, pero no volvería a elegirlo jamás como destino para vacacionar. Con una vez bastó y sobró.


Hay demasiados factores, por lo que a mí respecta, que hacen a priori de Cuba un sitio poco atractivo. No soy afecto a los trópicos, no me gusta la salsa ni la música latina. Mucho menos los lamentos del canto nuevo silviorodrigozo milanesozo y pestilencias similares. Tampoco me gusta el ron. No tengo en mi esencia ni en mi sangre nada que evoque al cacareado y celebrado calor latino. Pero todo eso pasa a segundo término. Pude odiar el ron y la salsa y aún así haber disfrutado Cuba. Lo que más desprecié de esa isla, lo repito una vez más, es que me convirtieron en un turista.


¿A qué me refiero con viajero y turista? Un viajero llega a un lugar y se olvida de guías, tours y de más pendejadas. Un viajero sale a caminar por las calles y trata de fundirse con el espíritu de los locales. En Cuba nunca nos dejaron hacer eso. Apenas pusimos un píe en la calle, ya teníamos 10 tipos ofreciéndonos ser nuestros guías, vendiéndonos cohibas y ron habanero de contrabando, ofreciéndonos putas, baile, sensualidad latina. No podíamos caminar tres pasos antes de que un mulato nos saliera al paso a ofrecernos su estuche de monerías locales


Por supuesto que al viajar disfruto hablando con la gente del país en la calle, preguntándoles cosas, bebiendo un trago con ellos. Desgraciadamente en Cuba eso no puede ser espontáneo. Ante los cubanos un turista es y será por siempre un dólar con patas. Hagas lo que hagas, digas lo que digas, siempre serás un dólar y te verán como un dólar. Nunca como un amigo. Estás condenado a tener el signo de los dólares tatuado en la frente. Los cubanos te venderán su amistad, su conversación amable, sus historias. Serán tremendamente simpáticos con tigo, se dirán dispuestos a hacerte cualquier favor, a conseguirte lo que pidas con tal de que la pases bien. Pero tú sabes bien que esas sonrisas no son gratis. Esas sonrisas y esa amistad cuestan dólares. Tú sabes bien que lo hacen porque al final del viaje les regales unos tenis, una camarita, una playera de marca, unos dolaritos. Ese es el meollo del asunto.


Conozco mucha gente enamorada de Cuba y mucho más de sus jineteras. Sobre todo conozco políticos y abogadetes enamorados de ir cada cierto tiempo a La Habana. A ellos les gusta sentirse poderosos, adulados, sentir que las mujeres los desean, que ellos pueden mandar, imponer, ser la ley, tener privilegios. La mayoría se han casado con jineteras cubanas. En el Ayuntamiento de Tijuana conozco algunos. Son tipos despreciables. Yo odio a las putas y odio a los pordioseros. Odio que la gente se finja tu amiga para sacar algo de ti. Me siento mucho más cómodo con la sincera frialdad de un austriaco o un islandés, que con la hipócrita sonrisa de un mulato que jura ser tu amigo o la mirada sensual de una jinetera que promete hacerte el hombre de su vida a cambio de un dólar. Si los cubanos fueran libres y tuvieran dinero ¿Te ofrecerían su amistad? ¿Se enamorarían de ti todas las putas? ¿Por qué las jineteras sólo se enamoran de turistas ricos y nunca de cubanos pobres?


Cómo puede haber igualdad, cuando vas a Varadero y te enteras que los cubanos no pueden entrar a esas playas, que están resguardadas como un privilegio para ti, sacrosanto turista lleno de dólares. Cómo creen que puedo sentirme contento en una playa bebiendo mojitos sabiendo que a los propios ciudadanos de ese país les son negados esos placeres. Los cubanos no pueden ir a Varadero. Los cubanos no podrán nunca entrar a las tiendas que entra un turista. No podrán ir al Tropicana, no podrán gozar tus noches de Cabaret con mojitos de 10 dólares que no ganan en un mes. Eso es mierda.


Fidel, el Che, Silvio Rodríguez. Por favor señores. Ahóguense en una letrina un poco más profunda por favor. ¿Sueños de socialismo y guerrilla? ¿Delirios de Revolución Proletaria? Cuando estés pagando una cena show de 100 dólares en el Tropicana bebiendo los mojitos que el pueblo no podrá pagar nunca, cualquier vestigio de fe en el socialismo se va por el drenaje. ¿Díganme qué cubano puede pagar un mojito en la Bodeguita de En Medio? ¿Díganme uno que pueda comprar una caja de Cohíba con su salario de hambre? ¿Eso es el socialismo? ¿Poner a un pueblo ser humillado por los turistas?


Ya estábamos en Cuba. Pronto nos dimos cuenta que estábamos condenados a ser despreciables turistas y no viajeros como nos gusta. Ni modo, a Carolina y a mí no nos quedaba otra que tratar de pasarla bien. Y bueno, elegimos como guías a unos tipos de Ciego de Ávila que nos trajeron de arriba abajo, que nos vendieron su amistad y sus paseos a cambio de 10 dólares diarios, nos llevaron a bailar salsa a la Casa de la Música donde bebimos hartos mojitos (sí señores, hasta yo bailé salsa) nos llevaron a bucear clandestinamente al Caribe y en fin. No quedaba de otra. La pasamos bien. Lo disfrutamos, pero no pudimos disfrutarlo como hubiéramos querido, sintiéndonos iguales, normales, no acosados a cada momento. Cuba es un país hermoso, pero su sistema transforma a todos los habitantes en cazadores de turistas.


Olvídense de José Martí, olvídense de Reynaldo Arenas, olvídense de Virgilio Piñeira, olvídense de Cabrera Infante, olvídense de Lezama Lima ¿Quieren saber cómo es Cuba hoy? Chútense a Pedro Juan Gutiérrez y luego hablamos.