Pata de perro
Durante años fui un pata de perro que a meados marcó territorio en todas las centrales camioneras del País. El poco dinero nunca fue obstáculo que me impidiera viajar. Con presupuestos miserables me las arreglaba para recorrer México en camiones, aventones o como mi pagano Dios me diera a entender. Era un auténtico canchero del jet de la paradera. Nada como subir a un autobús de Transportes del Norte, ADO u Ómnibus de México para internarte en la carretera. En el verano de 1988 cuando a los 14 años me fui en compañía de mi amigo Jordi Ferrer a viajar desde Monterrey a Chiapas, inauguré una larga cadena de paseos mochileros que me llevaron a recorrer prácticamente todos los estados del país. Salvo la península de Yucatán (en efecto señores, nunca he estado en Cancún ni me interesa gran cosa estar) he estado en todas las regiones del país. Desde la sierra de Chihuahua, hasta las selvas chiapanecas, desde los desiertos potosinos a las playas oaxaqueñas, desde los puertos petroleros del Golfo, a las coloniales calles del Bajío. No puedo quejarme. He sabido disfrutar este país.
Sin embargo, eso se ha acabado. Mis viajes por México fueron cosa del Siglo XX. De pronto miro atrás y me doy cuenta que hace ya bastantes años que no viajo por el país. México se ha vuelto para mí un desconocido. Vivo en la ciudad donde empieza la Patria, pero yo me conformo con quedarme en el principio.
En los últimos seis años de mi vida sólo he estado en la Península de Baja California y en Nuevo León. Únicamente. Es extraño, pues en estos seis años hemos realizado tres viajes intercontinentales, varios al interior de Estados Unidos y uno más Cuba, sin embargo yo me he olvidado del resto de México. Mis paseos más lejanos por el País se reducen a Tecate y Ensenada.
En febrero de de 1999 hicimos un viaje relámpago a Guanajuato y esa fue mi última estancia en el Centro-Sur de México. Desde entonces no he vuelto a viajar al interior de mi País. En todo lo que va del Siglo XXI no he pisado otro estado mexicano aparte de Baja California, Nuevo León y Baja California Sur. Hace más de ocho años que no voy al Distrito Federal y les juro que si no voy en los próximos 50 años no me preocupa en lo más mínimo. Ya viví cuatro años en esa ciudad, fui feliz e hice grandes amigos. Extraño mucho a algunos amigos, habitantes del DF, pero a la ciudad no la extraño en lo más mínimo ni se me antoja ir. Un viaje a Los Cabos BCS en 2002 para cubrir la cumbre de la APEC fue mi incursión más sureña en estos seis años y paren ustedes de contar. Fuera de los viajes a Monterrey en fin de año, no he vuelto a viajar por el País. Vivo confiando en Tijuana. El resto de México me parece absolutamente ajeno.
Durante años fui un pata de perro que a meados marcó territorio en todas las centrales camioneras del País. El poco dinero nunca fue obstáculo que me impidiera viajar. Con presupuestos miserables me las arreglaba para recorrer México en camiones, aventones o como mi pagano Dios me diera a entender. Era un auténtico canchero del jet de la paradera. Nada como subir a un autobús de Transportes del Norte, ADO u Ómnibus de México para internarte en la carretera. En el verano de 1988 cuando a los 14 años me fui en compañía de mi amigo Jordi Ferrer a viajar desde Monterrey a Chiapas, inauguré una larga cadena de paseos mochileros que me llevaron a recorrer prácticamente todos los estados del país. Salvo la península de Yucatán (en efecto señores, nunca he estado en Cancún ni me interesa gran cosa estar) he estado en todas las regiones del país. Desde la sierra de Chihuahua, hasta las selvas chiapanecas, desde los desiertos potosinos a las playas oaxaqueñas, desde los puertos petroleros del Golfo, a las coloniales calles del Bajío. No puedo quejarme. He sabido disfrutar este país.
Sin embargo, eso se ha acabado. Mis viajes por México fueron cosa del Siglo XX. De pronto miro atrás y me doy cuenta que hace ya bastantes años que no viajo por el país. México se ha vuelto para mí un desconocido. Vivo en la ciudad donde empieza la Patria, pero yo me conformo con quedarme en el principio.
En los últimos seis años de mi vida sólo he estado en la Península de Baja California y en Nuevo León. Únicamente. Es extraño, pues en estos seis años hemos realizado tres viajes intercontinentales, varios al interior de Estados Unidos y uno más Cuba, sin embargo yo me he olvidado del resto de México. Mis paseos más lejanos por el País se reducen a Tecate y Ensenada.
En febrero de de 1999 hicimos un viaje relámpago a Guanajuato y esa fue mi última estancia en el Centro-Sur de México. Desde entonces no he vuelto a viajar al interior de mi País. En todo lo que va del Siglo XXI no he pisado otro estado mexicano aparte de Baja California, Nuevo León y Baja California Sur. Hace más de ocho años que no voy al Distrito Federal y les juro que si no voy en los próximos 50 años no me preocupa en lo más mínimo. Ya viví cuatro años en esa ciudad, fui feliz e hice grandes amigos. Extraño mucho a algunos amigos, habitantes del DF, pero a la ciudad no la extraño en lo más mínimo ni se me antoja ir. Un viaje a Los Cabos BCS en 2002 para cubrir la cumbre de la APEC fue mi incursión más sureña en estos seis años y paren ustedes de contar. Fuera de los viajes a Monterrey en fin de año, no he vuelto a viajar por el País. Vivo confiando en Tijuana. El resto de México me parece absolutamente ajeno.