Que bonito es ver llover y no mojarse
Invernar. La lluvia no deja otra alternativa. Llegamos el viernes por la noche a casa y no volvimos a encender el carro hasta el lunes por la mañana. En todo el fin de semana no cruzamos la puerta del fraccionamiento. Las únicas salidas absolutamente necesarias fueron los rigurosos e imperdonables paseos matutino y nocturno al señor Morris y un par de incursiones al video club. Ví dos películas durante el fin de semana, un auténtico record en mi vida y lo más increíble es que no me quedé dormido. Que bonito es ver llover y no mojarse. La noche del sábado Carolina preparó una pasta con atún y anchoas, pero una infausta tragedia nos tenía reservado el destino: No había vino en la cava y nada me produce tanta desesperación que saber que una de las suculentas pastas de Carolina no sería acompañada por vino. Hay comidas que requieren del vino y no admiten otra alternativa. Presa de un síndrome de abstinencia, pensé en dejarme caer al Calimax de Rosarito a traer unos suculentos Sangre de Toro, pero decidí reprimir los deseos y permanecer en casa, en lugar de desafiar la carretera bajo la lluvia y la oscuridad sólo por obtener mi ansiada botella. Así las cosas, comimos la pasta con la última cerveza 1664 de la dotación que nos trajimos del viajecito de noviembre. Ese fue nuestro apacible fin de semana, pero esta mañana no tuvo nada de apacible.
Lo más cruel es levantarse un martes a las 6:30 y encontrarse con una lluvia helada y un acceso a Playas atiborrado de rocas, lodo y baches. Esa es la vida real.
Invernar. La lluvia no deja otra alternativa. Llegamos el viernes por la noche a casa y no volvimos a encender el carro hasta el lunes por la mañana. En todo el fin de semana no cruzamos la puerta del fraccionamiento. Las únicas salidas absolutamente necesarias fueron los rigurosos e imperdonables paseos matutino y nocturno al señor Morris y un par de incursiones al video club. Ví dos películas durante el fin de semana, un auténtico record en mi vida y lo más increíble es que no me quedé dormido. Que bonito es ver llover y no mojarse. La noche del sábado Carolina preparó una pasta con atún y anchoas, pero una infausta tragedia nos tenía reservado el destino: No había vino en la cava y nada me produce tanta desesperación que saber que una de las suculentas pastas de Carolina no sería acompañada por vino. Hay comidas que requieren del vino y no admiten otra alternativa. Presa de un síndrome de abstinencia, pensé en dejarme caer al Calimax de Rosarito a traer unos suculentos Sangre de Toro, pero decidí reprimir los deseos y permanecer en casa, en lugar de desafiar la carretera bajo la lluvia y la oscuridad sólo por obtener mi ansiada botella. Así las cosas, comimos la pasta con la última cerveza 1664 de la dotación que nos trajimos del viajecito de noviembre. Ese fue nuestro apacible fin de semana, pero esta mañana no tuvo nada de apacible.
Lo más cruel es levantarse un martes a las 6:30 y encontrarse con una lluvia helada y un acceso a Playas atiborrado de rocas, lodo y baches. Esa es la vida real.