Eterno Retorno

Thursday, January 06, 2005

El tabaco y los muertos

Soy víctima de algunos vicios, lo admito, pero al menos el tabaco jamás me ha tomado en sus garras. De verdad, el cigarro no es lo mío.
No puedo decir que no fumo, pues un cigarrito de vez en cuando no le cae mal nadie, pero lo cierto es que pueden pasar largos meses, acaso años, sin que pruebe un solo tabaco y yo me siento de lo más campante.
Allá por el 2002, cuando fuimos a La Habana, me dio por entrarle duro a los puros e incluso compramos clandestinamente una caja de suculentos cohíbas a precio de ganga. Sin embargo lo de los puros fue una moda pasajera y muchos de esos cohíbas los acabé regalando al volver a Tijuana.
He tenido amigos que son auténticos chacuacos y en mis años mozos tenía la puntería de agarrarme como novias a puras fumadoras compulsivas. Sin embargo, yo nomás no agarraba ese vicio. No es lo mío pues.
Debo aclarar que cubriendo el Ayuntamiento de Tijuana, es imposible no fumar de vez en cuando un cigarrito en los pasillos de ese horrible inmueble mal llamado Palacio.
Compartiendo el humo con funcionarios y colegas, han brotado innumerables grillas y rumores políticos que van tomando forma conforme se consume el cigarro.

Sin embargo, hay algunas muy selectas y específicas ocasiones en que en verdad siento deseos de fumar. El otro día, platicando con mi colega René Gardner, coincidimos en que nunca dan tantas ganas de fumarse un cigarro como cuando estás frente a un muerto.
Tal vez quien no se dedique a esto no pueda comprenderlo, pero cuando acudes a cubrir a un ejecutado, algo que sucede con relativa frecuencia en nuestra ciudad, sientes unas inmensas ganas de prender un tabaco.
Pese a que no soy un policíaco, lo cierto es que por la naturaleza propia de mi chamba y de la ciudad donde vivo, me toca acudir a ver muertos por lo menos una vez al mes (mis guardias están malditas señores y siempre se pintan de rojo) Cuando llegas a la escena del crimen y miras las torretas encendidas, los curiosos que se amontonan mientras los de Periciales cuentan los casquillos, sientes una inmensa necesidad de atiborrar de humo los pulmones. Recuerdo cuando asesinaron a Angélica, la jefa de publicistas de Tv Azteca. Llegamos a la colonia Hipódromo antes que los ministeriales, el cuerpo de la chica yacía dentro de su automóvil y los familiares proferían escalofriantes gritos de dolor. Sin embargo, antes de empezar a hacer mi trabajo, preguntar los datos elementales a los policías e interrogar a los curiosos para ir armando mi nota, caí en la cuenta de que me era imprescindible conseguir un cigarro a como diera lugar o de otra forma no podría empezar a trabajar. Sólo frente a los muertos me puedo considerar un fumador compulsivo. Señores empresarios tabacaleros, os informo que los cadáveres actúan ante mí como promotores del vicio.