DEA
Disimulado tras una arboleda, frío y discreto en una apacible avenida poco transitada, está el edificio de la DEA en San Diego. Ni una bandera o letrero lo distingue. Es un edificio cuadrado, funcional y ciertamente impenetrable. Ni falta hace decir que uno es sometido a toda una inspección a la hora de ingresar. Eso sí, el edificio tiene nombre: Se llama Enrique Kiki Camarena, el mártir amado de la DEA, el símbolo indiscutible de la corporación. Aún recuerdo el gran escándalo que desató su muerte. Para no ir más lejos, el caso Camarena fue el primer narcoculebrón que conocí en mi vida. Fue la primera vez que escuché la palabra narcotráfico para no ir más lejos y la primera vez que leí las historias macabras de los capos ocupando los titulares de los periódicos. Aún recuerdo esa portada de la revista Impacto, con las caras Don Neto Fonseca y Caro Quintero. Yo tenía 10 años de edad en aquel entonces. Esta mañana mi colega Omar Martínez y yo fuimos a entrevistar a John Fernándes, jefe de la DEA en San Diego. Un funcionario típicamente estadounidense en su actuar, aunque su ascendencia es portuguesa. Una buena entrevista en la medida de sus límites. Y es que con los policías gringos uno no puede tirar tanto chisme y off the record como con los mexicanos, pero aún así dijo cosas interesantes.
Recuerdo mi viaje a Washington DC en abril 2001. Un desfile de entrevistas con funcionarios del Departamento de Estado, padeciendo los terribles controles de seguridad que hay a la entrada de cada edificio federal. Todos los altos funcionarios gringos más o menos muestran la misma personalidad; simpáticos pero sin pasarse nunca de la raya y sin sincerarse. Nunca he escuchado un funcionario gringo grillando a sus jefes o compañeros con un periodista y en cambio con los mexicanos es mi pan de cada día.
Entierro
Regresando de San Diego nos aguardaba una cobertura harto distinta, pues nos fuimos tenidos a seguir la caravana de más de 100 carros de ministeriales que iban al cementerio del Monte de los Olivos. El agente ministerial Rosario Cevallos Olais, quien murió acribillado por más de 100 tiros de AK 47 la noche del lunes fue sepultado. Cosas de la vida, por la mañana hablando con quienes diseñan las estrategias para combatir al narco y al medio día cubriendo el funeral de una de las mil víctimas de la mafia. Me doy cuenta que la cobertura de funerales y entierros de ejecutados se ha transformado en algo bastante ordinario para nosotros. Poco a poco, he ido perdiendo la cuenta de los que he cubierto. El Monte los Olivos ha sido la última morada de todos los policías ejecutados. Las caravanas de patrullas que pasan por la Vía Rápida justamente frente al periódico escoltando el ataúd se han vuelto una postal típica de nuestra Tijuana.
Después la silenciosa llegada al cementerio, siempre en medio día, con aparente seriedad y dominio de la situación. Una seriedad que se hace pedazos cuando el ataúd empieza a descender a las profundidades. En ese momento la viuda y la madre irremediablemente son traicionadas por el llanto. Siempre ocurre igual. Y es que el ver un cuerpo que se queda en un pozo es algo deprimente. No quiero ser sepultado en un lugar como Monte de los Olivos, un oasis verde rodeado de cerros miserables poblados de pobrerío y delincuencia. No quiero símbolos cristianos alrededor de mi cuerpo, no quiero tumbas ni funerales hipócritas. Por favor, arrojen cenizas al mar o al bosque. Algún día haré mi blogtestamento.
Conciertos en puerta
Luego de meses de sequía metalera y de la enorme tristeza que me causó no poder acudir al OzzFest en San Bernardino, parece haber buenas noticias en lo que a conciertos se refiere.
Si no hay cambio de planes y le creo a La Brújula, The Misfits andarán por rumbos tijuanenses el día 24 de octubre. Más que antojable me resulta la idea de escuchar de escuchar a estos punketos de cuya alineación original tan sólo sobrevive Jerry Only, aunque Markee Ramone en la bataca es un remplazo más que adecuado. Hoy en día Mistits jala a mucho fan de Blink 182 y basuras similares de seudo punk melódico que tanto detesto, pero el recuerdo de clasicazos como Die my Darling y Astro Zombies es poderoso.
Exactamente un mes después, el día 24 de noviembre tendremos en el Sports Arena de San Diego nada menos y nada más que a Metallica. Por azares del destino jamás he tenido la oportunidad de escuchar en vivo a esta banda, que queramos o no y rockstareos aparte, es un auténtico pilar de la música extrema. Me gustaría poder regresar en el tiempo y verlos en la gira del And Justicie... o el Master of Puppets, pero bueno, es Metallica y por fortuna la triste etapa de los Load ha quedado muy atrás.
El día 16 de diciembre para cerrar el añito con broche de oro, Slayer nos deleitará en el Soma de San Diego antecedido por Kill Switch Engage y Mastodon. Slayer en vivo es una experiencia única, una purificación en brutalidad y extremismo que ansío repetir.
Como mero dato cultural, el 4 de noviembre tendermos a Cannibal Corpse, Napalm Death y Vader en el Canes de San Diego. Y digo como mero dato cultural, porque yo estaré fuera de la región esos días y no podré chutarme ese ultrabrutal deathmetalero toquín.
Narradores experimentales
Ser experimental a priori es un equívoco. Apostar adrede por una fórmula radical, contestataria, acaso ilegible puede acarrear consigo un gran fracaso si no existe un buen justificante narrativo que lo soporte. Digan lo que digan, la forma es la sirvienta del fondo. Una forma que carece de fondo es tan ridícula como una muchacha fea que apuesta por llamar la atención con un vestido estrafalario y tremendista tratando de hacer olvidar la ausencia de encanto natural.
Y no, no me considero un conservador en materia de letras. Sí, es cierto, profeso una confesa admiración por el Siglo XIX, pero no soy reacio a admitir formas experimentales (llámenle como quieran: contra culturales, post narrativas meta textuales). Ahí está mi admiración por Cortázar como fedatario y mis buceos compulsivos en Joyce
Apostar por un texto experimental se justifica siempre que la historia narrada lo amerite. Pero para ello el narrador debe convencerme que de todas las formas posibles que tuvo para contar esa historia, esa es la mejor, la que tiene mayor fuerza, fluidez, dinamismo. A veces me gusta entrenar escribiendo la misma historia, con la misma trama y los mismos personajes en formas absolutamente contrastantes. Es un buen ejercicio. En verdad lo recomiendo.
Tengo la impresión de que uno de los errores de los narradores modernos, quienes tienden a ignorar sistemáticamente a Tolstoi y a Flaubert, es querer jugarse la vida con formas radicales chocantes en lugar de preocuparse por aprender a contar una historia hecha y derecha, o mínimo demostrar que pueden contarla antes de hacer experimentos. De entrada, difícilmente un experimento contracultural podrá superar el Finnegans Wake de Joyce. A menudo, los intentos de los nuevos narradores por ponerse la máscara de la radicalidad y distorsionar sistemáticamente todo texto hasta crear cacofonías literarias derivan en lamentables fallos. Los veo saltar al ruedo con un disfraz de vanguardia y contracultura que oculta una absoluta falta de solidez y coherencia narrativa. Me gusta la distorsión, me gusta el tremendismo, las formas extremas, pero siempre y cuando se justifique en un buen cimiento narrativo. Creo que en este mundo de las letras lo primero que se requiere es aprender a contar una historia de la forma más coherente posible, como en pintura uno debe aprender a dibujar la forma humana antes de declararse cubista o junk artist. Es como la música metal. Puedes tocar el más demencial y ultra brutal detah metal y hacerlo sin perder un ápice de técnica y virtuosismo.
Disimulado tras una arboleda, frío y discreto en una apacible avenida poco transitada, está el edificio de la DEA en San Diego. Ni una bandera o letrero lo distingue. Es un edificio cuadrado, funcional y ciertamente impenetrable. Ni falta hace decir que uno es sometido a toda una inspección a la hora de ingresar. Eso sí, el edificio tiene nombre: Se llama Enrique Kiki Camarena, el mártir amado de la DEA, el símbolo indiscutible de la corporación. Aún recuerdo el gran escándalo que desató su muerte. Para no ir más lejos, el caso Camarena fue el primer narcoculebrón que conocí en mi vida. Fue la primera vez que escuché la palabra narcotráfico para no ir más lejos y la primera vez que leí las historias macabras de los capos ocupando los titulares de los periódicos. Aún recuerdo esa portada de la revista Impacto, con las caras Don Neto Fonseca y Caro Quintero. Yo tenía 10 años de edad en aquel entonces. Esta mañana mi colega Omar Martínez y yo fuimos a entrevistar a John Fernándes, jefe de la DEA en San Diego. Un funcionario típicamente estadounidense en su actuar, aunque su ascendencia es portuguesa. Una buena entrevista en la medida de sus límites. Y es que con los policías gringos uno no puede tirar tanto chisme y off the record como con los mexicanos, pero aún así dijo cosas interesantes.
Recuerdo mi viaje a Washington DC en abril 2001. Un desfile de entrevistas con funcionarios del Departamento de Estado, padeciendo los terribles controles de seguridad que hay a la entrada de cada edificio federal. Todos los altos funcionarios gringos más o menos muestran la misma personalidad; simpáticos pero sin pasarse nunca de la raya y sin sincerarse. Nunca he escuchado un funcionario gringo grillando a sus jefes o compañeros con un periodista y en cambio con los mexicanos es mi pan de cada día.
Entierro
Regresando de San Diego nos aguardaba una cobertura harto distinta, pues nos fuimos tenidos a seguir la caravana de más de 100 carros de ministeriales que iban al cementerio del Monte de los Olivos. El agente ministerial Rosario Cevallos Olais, quien murió acribillado por más de 100 tiros de AK 47 la noche del lunes fue sepultado. Cosas de la vida, por la mañana hablando con quienes diseñan las estrategias para combatir al narco y al medio día cubriendo el funeral de una de las mil víctimas de la mafia. Me doy cuenta que la cobertura de funerales y entierros de ejecutados se ha transformado en algo bastante ordinario para nosotros. Poco a poco, he ido perdiendo la cuenta de los que he cubierto. El Monte los Olivos ha sido la última morada de todos los policías ejecutados. Las caravanas de patrullas que pasan por la Vía Rápida justamente frente al periódico escoltando el ataúd se han vuelto una postal típica de nuestra Tijuana.
Después la silenciosa llegada al cementerio, siempre en medio día, con aparente seriedad y dominio de la situación. Una seriedad que se hace pedazos cuando el ataúd empieza a descender a las profundidades. En ese momento la viuda y la madre irremediablemente son traicionadas por el llanto. Siempre ocurre igual. Y es que el ver un cuerpo que se queda en un pozo es algo deprimente. No quiero ser sepultado en un lugar como Monte de los Olivos, un oasis verde rodeado de cerros miserables poblados de pobrerío y delincuencia. No quiero símbolos cristianos alrededor de mi cuerpo, no quiero tumbas ni funerales hipócritas. Por favor, arrojen cenizas al mar o al bosque. Algún día haré mi blogtestamento.
Conciertos en puerta
Luego de meses de sequía metalera y de la enorme tristeza que me causó no poder acudir al OzzFest en San Bernardino, parece haber buenas noticias en lo que a conciertos se refiere.
Si no hay cambio de planes y le creo a La Brújula, The Misfits andarán por rumbos tijuanenses el día 24 de octubre. Más que antojable me resulta la idea de escuchar de escuchar a estos punketos de cuya alineación original tan sólo sobrevive Jerry Only, aunque Markee Ramone en la bataca es un remplazo más que adecuado. Hoy en día Mistits jala a mucho fan de Blink 182 y basuras similares de seudo punk melódico que tanto detesto, pero el recuerdo de clasicazos como Die my Darling y Astro Zombies es poderoso.
Exactamente un mes después, el día 24 de noviembre tendremos en el Sports Arena de San Diego nada menos y nada más que a Metallica. Por azares del destino jamás he tenido la oportunidad de escuchar en vivo a esta banda, que queramos o no y rockstareos aparte, es un auténtico pilar de la música extrema. Me gustaría poder regresar en el tiempo y verlos en la gira del And Justicie... o el Master of Puppets, pero bueno, es Metallica y por fortuna la triste etapa de los Load ha quedado muy atrás.
El día 16 de diciembre para cerrar el añito con broche de oro, Slayer nos deleitará en el Soma de San Diego antecedido por Kill Switch Engage y Mastodon. Slayer en vivo es una experiencia única, una purificación en brutalidad y extremismo que ansío repetir.
Como mero dato cultural, el 4 de noviembre tendermos a Cannibal Corpse, Napalm Death y Vader en el Canes de San Diego. Y digo como mero dato cultural, porque yo estaré fuera de la región esos días y no podré chutarme ese ultrabrutal deathmetalero toquín.
Narradores experimentales
Ser experimental a priori es un equívoco. Apostar adrede por una fórmula radical, contestataria, acaso ilegible puede acarrear consigo un gran fracaso si no existe un buen justificante narrativo que lo soporte. Digan lo que digan, la forma es la sirvienta del fondo. Una forma que carece de fondo es tan ridícula como una muchacha fea que apuesta por llamar la atención con un vestido estrafalario y tremendista tratando de hacer olvidar la ausencia de encanto natural.
Y no, no me considero un conservador en materia de letras. Sí, es cierto, profeso una confesa admiración por el Siglo XIX, pero no soy reacio a admitir formas experimentales (llámenle como quieran: contra culturales, post narrativas meta textuales). Ahí está mi admiración por Cortázar como fedatario y mis buceos compulsivos en Joyce
Apostar por un texto experimental se justifica siempre que la historia narrada lo amerite. Pero para ello el narrador debe convencerme que de todas las formas posibles que tuvo para contar esa historia, esa es la mejor, la que tiene mayor fuerza, fluidez, dinamismo. A veces me gusta entrenar escribiendo la misma historia, con la misma trama y los mismos personajes en formas absolutamente contrastantes. Es un buen ejercicio. En verdad lo recomiendo.
Tengo la impresión de que uno de los errores de los narradores modernos, quienes tienden a ignorar sistemáticamente a Tolstoi y a Flaubert, es querer jugarse la vida con formas radicales chocantes en lugar de preocuparse por aprender a contar una historia hecha y derecha, o mínimo demostrar que pueden contarla antes de hacer experimentos. De entrada, difícilmente un experimento contracultural podrá superar el Finnegans Wake de Joyce. A menudo, los intentos de los nuevos narradores por ponerse la máscara de la radicalidad y distorsionar sistemáticamente todo texto hasta crear cacofonías literarias derivan en lamentables fallos. Los veo saltar al ruedo con un disfraz de vanguardia y contracultura que oculta una absoluta falta de solidez y coherencia narrativa. Me gusta la distorsión, me gusta el tremendismo, las formas extremas, pero siempre y cuando se justifique en un buen cimiento narrativo. Creo que en este mundo de las letras lo primero que se requiere es aprender a contar una historia de la forma más coherente posible, como en pintura uno debe aprender a dibujar la forma humana antes de declararse cubista o junk artist. Es como la música metal. Puedes tocar el más demencial y ultra brutal detah metal y hacerlo sin perder un ápice de técnica y virtuosismo.