En el blog de Magda Díaz y Morales leo su reflexión en torno a Klossowski y el erotismo. Su lectura ha revivido en mí un añejo cuestionamiento.
No es difícil resbalar cuando uno intenta teorizar sobre lo erótico. Yo en estos casos, me cobijo en la sombra de Bataille. El erotismo como metáfora omnipresente aún en la más estoica santidad y en la búsqueda del dolor, un descenso a las más profundas cavernas del subconsciente humano, un resplandor único de hermanamiento entre la divinidad y la bestialidad.
Me deprimen los clichés sobre el erotismo, tan lejanos a los conceptos de Bataille. El Erotismo o Las lágrimas de Eros, me parecen los ensayos cumbre de Bataille. Historia del Ojo y Mi madre, me parecen por mucho lo mejor de su narrativa.
Nos hemos acostumbrado a ver al erotismo como una forma nice y artística de reflejar lo sexual. El erotismo es poético y de buen gusto, la pornografía es puerca, decadente y explícita, nos dicen las buenas conciencias. Volvemos a la clásica frase del romanticoide marca Arjona que se refiere a hacer el amor como la expresión linda, y coger como la denominación impura. Yo me quedo con la segunda. Me gusta más y me resulta más auténtica. El término hacer el amor me resulta bastante cursilón.
El erotismo ha adquirido un carnet de identidad de ciudadano políticamente correcto, socialmente aceptado, que paga sus impuestos y se contenta con no asustar a nadie. La pornografía se sigue regocijando oculta en el cajón donde refundimos lo cochino, lo que nos avergüenza. Pero para encender el deseo, son más útiles las cochinadas que la linda poesía.