Luego de nueve años de servicio en la Patrulla Fronteriza, Randolph gozaba de esa cómoda aburrición a la que sólo se accede con la experiencia y la pérdida total de expectativas. Desde el día en que fue admitido y se incorporó en la división de Douglas y Tucson, no había vivido momentos tan relajantes como los que pasaba en las noches frente al Cañón Los Laureles, fumando marihuana al amanecer mientras repasaba mentalmente los días que le faltaban para acceder al retiro. A sus veinte y tantos, cuando se obsesionó por pertenecer a alguna corporación, jamás pensó en la Patrulla Fronteriza como una alternativa. Imaginó la Marina, la Fuerza Aérea, algo con un poco más de presencia hollywoodesca, pero su habitual sobrepeso y su mala condición física le impidieron avanzar demasiado en el proceso de selección. Su edad ya no era la idónea y eran fugaces los arranques de voluntad por fortalecer su cuerpo. El colmo fue cuando el departamento de policia del condado lo rechazó. Sólo quedaba abierta la opción de la Patrulla Fronteriza en la que nunca antes había pensado. Los requisitos de admisión eran factibles y las pruebas de selección no fueron duras. No hacía falta un físico de hierro ni un IQ demasiado alto. Claro, no tenía las posibilidades de desarrollo, ls prestaciones ni mucho menos el prestigio del Ejército y la Marina, pero ear, ante todo, una corporación federal de los Estados Unidos de América.
Sunday, July 18, 2004
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