Estereotipos
Desde nuestros balcones de intolerancia vamos por la vida colgando estereotipos como collares, me dijo una maestra de la UABC en el tag. Cierto. Siendo un adolescente no podía concebir la forma en que la sociedad te prejuzga y se hace una idea de ti por algo tan banal como la facha. Los estereotipos son mentira, gritaba yo. Pero como te ven te tratan, me decían los adultos. La gente no se va a detener a conocer tus sentimientos e ideas y te tratará de acuerdo a la primera impresión. Ahí sí, debo aceptar que tuvieron razón. Justo o no, la realidad es que el estereotipo es odiosamente existente, todo poderoso y omnipresente. ¿De qué creen ustedes que viven las grandes agencias de publicidad? ¿En qué se basan para emprender sus grandes estrategias de mercado? En el estereotipo, en ese mismo que colgamos desde nuestro balcón de intolerancia. ¿En qué piensan los imagólogos de los candidatos y los estrategas de la mercadotecnia política? Piensan en rebaños, no en individuos. ¿Por qué? Porque da la casualidad que todos somos espantosamente ovejunos, predecibles, atiborrados de conceptos, ideas, lugares y prejuicios comunes. Un rebañote que se empeña en negarse a si mismo. ¿Qué yo soy un intolerante por colgar estereotipos que no existen? Carajo, si no existieran, las agencias de publicidad no gobernarían la vida de millones de seres humanos. Sí, pero es que nosotros somos diferentes, me dirán. ¿Diferentes? Mmmm, otras veces he escuchado eso. El publicista ni se entera. Nos agrupa en enorme manada y nos atiborra su producto. Nosotros lo compramos. El candidato nos vende su discurso y acaba por gobernarnos. La psicóloga laboral de recursos humanos evalúa nuestra forzada y nerviosa sonrisa de desempleado y decide si nos integra a la esclavitud o nos manda de regreso a la calle.
Seamos realistas. Apestamos a nuestras circunstancias. Cuesta tanto trabajo ocultarlas o substraerse a ellas. Entorno, educación, valores, ideas, aspiraciones, sueños. Todo ello nos conforma y define. Casi nunca encuentro gente capaz de sorprenderme. Son muy raros los seres impredecibles, capaces de salirse del parámetro. Como periodista uno siempre tiene que dejarle la puerta abierta a la sorpresa, a la posibilidad de irte con el espejismo, pero lo ordinario se impone las más de las veces. Los buenos vendedores lo saben y los policías con olfato sabueso lo entienden muy bien. Algunas veces acompañé a las fuerzas especiales de La Policía a sus redadas. Tenían un ojo clínico. Veían un pelón, tatuado, de pantalón aguado, lo ponían contra la pared y el 95% de las ocasiones les encontraban un envoltorio de crystal y una navaja. Casi nunca fallaban. Nuestros miedos huelen, nuestras inseguridades nos delatan, nuestras aspiraciones y prejuicios nos dibujan. De un día para otro, las inmobiliarias se fueron sobre mí como pirañas para venderme una casa ¿Por qué? Porque traigo un puerco perfume a clase media que no puedo con él. Soy un blanco para sus rifles. ¿Por qué no me buscaban cuando era un adolescente greñudo y harapiento? Porque en esa época los que me salían en cada esquina eran los vendedores de droga que me veían como un cliente en potencia
Si me ponen enfrente el currículum sin foto de un joven regio que estudia Economía en el Itesm, juega en Borregos y vive en San Pedro Garza García, te puedo dibujar todo su castillito de sueños, ideas y aspiraciones sin un mínimo margen de error. Hasta te puedo decir cómo va vestido. Lo mismo cuando se trata de un joven chilango que estudia Filosofía y Letras en la UNAM y es aficionado a los Pumas.
La gente es espantosamente predecible e irradia un hedor a circunstancias. Los pobres apestan a una pobreza imposible de disfrazar. Nosotros hedemos a clase media. El olor de la clase media además de ser el más pestilente es el más ridículo de todos, pues es el más atiborrado de heces de sueños mutilados, disfraces mal logrados y pretensiones rimbombantes. Sí, pero nosotros los artistas somos un desafío contra la uniformidad y la tiranía de lo ordinario, me dirán. ¿Ah sí? A mí que se me hace que son su producto más lógico y explicable. Una reacción más que comprensible. ¿Quién sino un clase mediero tiene las ínfulas y pretensiones de un artista? ¿Han visto un pordiosero que se declare artista conceptual y multidisciplinario? ¿Una maría mixteca que pretenda ser famosa por sus performance y sus mezclas musicales? ¿Hay alguien que cause más risa con sus afanes de superioridad que un clase mediero que busca reconocimiento y aceptación por sus habilidades dentro de una disciplina del ocio?
Poca gente sabe disfrazarse con habilidad. Casi nadie logra jugarnos una buena trampa haciéndonos creer personalidades e imágenes falsas. Eso es un arte y aquellos que lo logran, suelen ser las más de las veces exitosos estafadores o fascinantes criminales.