El prólogo de todos los prólogos de los libros que no existen
Por Ximena Ronzezvalles
Me queda demasiado claro que para hablar de los cuentos incluidos en esta antología, nadie mejor que Encarnación Leydelmonte. Sólo él sabe los motivos que lo llevaron a forzar la convivencia de autores tan espantosamente contrastantes dentro de las mismas páginas.
Con toda honestidad, no creo tener el derecho de emitir critica alguna acerca de los narradores, reales o no, que Encarnación decidió seleccionar para integrar uno de los proyectos que más ha ambicionado en su vida.
Es mejor limitarse a señalar que fuera del hecho de ser casi todos autores nacidos en el Norte del País, generacionalmente ubicados entre los 19 y los 33 años, no existe entre ellos punto de concordancia.
Bajo qué parámetros fue que Encarnación optó por hacer esta especifica selección de autores y de cuentos, es algo que no me compete aclarar.
Quizá el aparecer ahora como editora de esta antologia, parte de algún sentimiento de culpa que arrastro desde el momento en que me tocó ser parte del comité que rechazó la publicación de los autores propuestos por Encarnación. Definitivamente él no estaba acostumbrado al rechazo, mucho menos a escuchar que alguien pusiera en tela de juicio su cordura. Fue a raíz de ese rechazo que comenzó la paulatina decadencia de su salud mental.
Visto a la distancia, me parece evidente que los sinodales encargados de calificar su tésis de licenciatura, pudieron emplear los mismos argumentos bajo los cuales el Comité Editorial de la Universidad de Baborigame rechazo en primera instancia la publicación de la presente antología.
Pero pretender justificar de manera estricta la existencia de los autores propuestos por Encarnación, sería tanto como tratar de explicar su personalidad. Nadie de quienes hemos tenido la oportunidad de tratarlo, podemos afirmar que lo concocemos.
Cuando Encarnación Leydelmonte pisó por vez primera la Universidad de Baboroigame arrastraba ya un cartel académico envidiable. Su tésis titulada ?Lenguas en el borde?, elaborada para obtener su titulo de Licenciado en Filologia por la Universidad de San Luis Rio Colorado, es considerada como una pieza bibliográfica clave para comprender los procesos de mutaciones linguísticas.
En ella, Encarnación elabora un análisis comparativo de tres poemas épicos producidos en épocas de transformación idiomática. Cada uno de los tres poemas, contiene al menos un elemento de una lengua moribunda, otro de una lengua naciente y otro de una lengua en proceso de transformación.
?Lenguas en el borde? inicia con el análisis un poema surgido en la campiña galesa en el año 937, que se atribuye a un pastor o grupo de pastores exiliados de Swansea, en donde se encuentran por igual elementos célticos, anglos y normandos.
Continua con la presentación de un cantar surgido en Burgos en el año 1237, en donde confluyen elementos mozárabes, latinos y protocastellanos, atribuido al escribano Fortín Alqozar Fuentealmijir.
Concluye con un relato en verso que según los cronistas, pertenecía a la tradición oral de los nativos de la isla de Trinidad y que posteriormente fue modificado por los esclavos africanos y enriquecido con vocablos castellanos e ingleses. El poema fue llevado por primera vez al papel en 1634.
Encarnación sostiene que estos tres textos son claves por el hecho de encerrar un momento de equilibrio único e irrepetible en que lenguas en proceso de nacimiento, evolución o muerte, convivían en relativa igualdad de circunstancias.
Como alumno de la maestría en Lenguas Muertas, Encarnación es recordado por la seriedad con que tomaba sus estudios. Sólo un año después de su ingreso, cuando le ofrecimos a cubrir las plazas vacantes como maestro de las materias Literatura Hispanoamericana y Taller de Redacción que cursaban en tronco comun alumnos de varias licenciaturas, pudimos entrar en contacto con la fase extravagante de su personalidad.
Ignoro si las copias de los planes de estudios propuestos para las materias acabaron en la basura o fueron a empolvarse a un rincon de su librero, pero lo cierto es que desde su primer dia como maestro Encarnación hizo las cosas a su manera. Como lecturas de cabecera, encargó a sus alumnos autores que nadie en toda la Universidad había oido siquiera nombrar. Luego de un periodo de gracia de dos semanas en que los estudiantes recorrieron sin éxito todas las librerías de Guadalupe Icalvo, Encarnación reconoció que se trataba de autores cuyas editoriales no tenian la circulación adecuada y accedió a facilitar sus propios ejemplares a la biblioteca para que les sacaran copias
Por aquel entonces, Encarnación parecía seguir entusiasmado con temas relativos a la transición idiomática de las culturas, pero llevado ahora al plano actual. Recuerdo que para la materia de Literatura Hispanoamericana, pidó el análisis de tres poetas chicanos del Sur de California, que bajo su opinion habian elevado el ?spanglish? a un nivel superior al de un simplé caló de calle. El problema fue que nunca fue posible conseguir las ediciones y Encarnación nuevamente hubo de proporcionar sus copias escritas a máquina.
A principios del año pasado, Encarnación empezó a realizar viajes periódicos a diversas ciudades del Norte del país. Iba, según él, a entrevistarse con autores a los que había conocido de diferentes maneras.
Algunos, sostenía Encarnación, le habían hecho llegar sus textos por correspondencia y otros los había conocido por medio de revistas del underground literario.
Los viajes a Cuatro Ciénegas, Soto La Marina, Agua Prieta, Mexicali, Tijuana y Los Cabos, los pagó Encarnación de su bolsa.
Rectoría llegó a cuestionar sus frecuentes ausencias, pero Encarnación lo justificó argumentando que estaba por concretar un Congreso de Narradores Norteños que tendría como sede la Universidad de Baborigame.
Las pocas veces que tenía tiempo de platicar con él en su cubículo, Encarnación no hacía otra cosa que hablarme de los narradores que recién había conocido.
Lo hacía con una emoción que resultaba contagiosa. Me habló de sus caminatas en el desierto de Cuatro Ciénegas acompañado de Lluvia Salguero, de la descomunal biblioteca de Caupolicán Astengo en Soto La Marina, rica en textos de historia antigua, de la enfermiza pasión de Pablo Hernán Mondaca por un viejo cine porno de Tampico, de los reportajes de Julieta Alzamendi en la Sierra Madre y de los desvaríos de Evaristo Aztiazarán, quien vivía recluído en una choza en medio del desierto potosino.
Pese a que era en extremo reservado en lo que a su vida personal se refiere, Encarnación llegó a confesarme haber tenido un episodio amoroso intenso con Ipanema Davila, el día en que acudió a la presentación de su libro en Torreón.
Aunque más de una vez reiteró lo mucho que admiraba el carécter intenso y pasional de Ipanema, Encarnación me dijo que la aparente ingenuidad de la joven Lluvia Salguero lo acercaba a algo que de no ser tratado con urgencia, acabaría en un enamoramiento incurable.
Una noche, salió de su cubículo visiblemente alterado. Me dijo que acababa de recibir una llamada urgente de su amiga Amber Aravena que había sido detenida en Los Cabos en posesión de pastillas psicotrópicas. Lo que más le preocupaba, eran los efectos que esa detención pudiera desencadenar en la frágil salud mental de Amber.
Estas son las anécdotas que recuerdo, pero es un hecho que Encarnación platicó muchas más. En realidad, él no hablaba de otra tema que no fuera relativo a esos nuevos narradores.
Sus alumnos tuvieron que hacer sus trabajos finales sobre la obra de estos desconocidos, aunque nunca fue posible encontrar alguna referencia a ellos, fuera de las que Encarnación proporcionaba.
Con varios meses de anticipación, empezó a planear los detalles del gran Congreso de Narradores Norteños que se llevaría a cabo del 3 al 6 de noviembre en el Aula Magna de la Universidad de Baborigame e incluso pidió mi ayuda para los detalles logísticos.
Para efectos de la transportación de los escritores no pidió un solo centavo, aunque se cuidó de apartar 14 habitaciones de los Dormitorios Universitarios en donde se hospedarían.
Sin embargo, Encarnación fue muy insistente con Rectoría en la urgencia de apurar la publicación de una antología de cuentos de todos estos narradores. La presentación de esta antología, que traería el sello de la Universidad de Baborigame, sería la cereza en el pastel que coronaría el histórico Congreso.
Aquí fue donde Encarnación empezó a topar con obstáculos burocráticos. El Departamento Editorial de la Universidad definía su presupusto para publicaciones desde principio de año y todo se había agotado en la edición de la investigación de la División de Paleontología en torno al hallazgo de trilobites en la sierra de los tepehuanes.
Encarnación insistió en que se aprobara un presupuesto extraordinario e incluso ofreció pagar hasta donde su bolsillo lo permitiera, la edición de la antología. Pero el bolsillo de Encarnación, de por si gastado por tantos viajes, era apenas suficiente para pagar el costo total de la edición.
Yo misma participé en las juntas de consejo y defendí la publicación de la antología, pero el rector se mostraba renuente. La Universidad de Baborigame, sostenía, no iba a recortar presupuestos de otras áreas para arriesgarse a publicar de manera extraordinaria los cuentos de unos narradores que sólo Encarnación conocía.
Por esos días, fue cuando algunos de sus alumnos del nuevo curso empezaron a rumorar algo que yo misma había empezado a sospechar desde hacía algún tiempo, pero que no me había atrevido a compartir con nadie más: Los autores de los que hablaba y escribía Encarnación Leydelmonte no existían. Bueno, la no existencia no es el concepto adecuado. Existen o existieron, pero únicamente dentro de la imaginación de Encarnación. En otras palabras, Encarnación es el autor de todos los cuentos que él atribuye a sus narradores, a los cuales ha tenido el cuidado de inventarles una biografía.
Los alumnos se quejaron por el hecho de que su plan de estudios sólo incluyera el análisis de escritores ficticios. ?No estamos en una Universidad para estudiar las personalidades múltiples de un profesor esquizofrénico?, protestó el líder de la Sociedad de Alumnos.
La noche del 29 de octubre pasó lo que tenía que pasar: Rectoría rechazó en forma definitiva la publicación de la antología. Fue a mí a quien tocó la penosa tarea de notificarlo a Encarnación. La devastación que vi en la expresión de su rostro es algo que no he podido borrar de mi memoria. Lo que pensé sería una rabieta de consecuencias incalculables, se transformó en un silencio desolado. Le expliqué a Encarnación que la no publicación de la antología no debía alterar en nada la celebración del Congreso y le sugerí que explicara a sus amigos escritores que la Universidad contemplaba su publicación en el presupuesto del año entrante. Ya no me fue posible arrancarle una palabra. Durante los dos siguientes días faltó a clases. Según la versión del velador, ni siquiera había salido de su dormitorio. Temiendo una desgracia, la noche del 31 de octubre forzamos la puerta de su habitación y lo econtramos inconsciente tirado en el suelo en medio de un charco de vómitos. La ingestión de los once barbitúricos que según él pensaba enviar a Amber Aravena provocaron la catástrofe.
En vista del estado de salud de Encarnación, la Rectoría decidió posponer el Congreso de narradores que ya había sido anunciado en carteles. Yo tuve que darme a la tarea de buscar a los narradores para notificarles la cancelación y evitar que viajaran a Baborigame, pero sólo Encarnación, que continuaba inconsciente, sabía sus teléfonos y direcciones.
Imaginé que en cuestión de horas empezarían a llegar los narradores a la Universidad para encontrarse con la noticia de que su anfitrión estaba hospitalizado, pero llegó el 3 de noviembre y ni un solo escritor llegó a Baborigame. Los tres días en que se debió celebrar el Congreso transcurrieron sin que ni uno de los invitados se presentara. Ni una llamada, ni un aviso, nada. Para los maestros y alumnos esa fue la prueba irrefutable que demostraba la inexistencia de los autores invitados por Encarnación. El profesor Leydelmonte estaba totalmente loco, de eso no había duda alguna, dijeron los alumnos.
Días después, cuando Encarnación recuperó la conciencia, los médicos reportaron extraños comportamientos. Encarnación afirmaba llamarse Caupolicán Astengo y más tarde sostenía que él era el mismísimo Galaor Zuazua que esperaba la visita de su prometida Lluvia Salguero. El psiquiatra diagnosticó un grave cuadro esquizofrénico.
Poco antes de Navidad, fue enviado a una clínica de salud mental en la población de Conejos. Un mes después acudí a verlo.
Encarnación estaba sentado en una banca del jardín. Aunque estaba en extremo sosegado, supongo que por el efecto de los calmantes, se mostró contento de verme. Platicamos de trivialidades, hasta que él mismo me dijo que lamentaba muchísimo la cancelación del Congreso de escritores y aseguró que ya estaba preparando un evento mayor para mediados del año. Según me comentó, había recibido corresponencia de algunos de los narradores y casi todos habían tenido a bien enviarle sus cuentos más recientes.
Dijo estar muy triste por el hecho de que en la Universidad lo creyeran un loco y que pudieran considerar personajes ficticios a los autores de su antología. Yo sutilmente le sugerí que nada de malo había en mantener heterónimos literarios con vida propia y le cité el ejemplo de Fernando Pessoa. Encarnación se molestó muchísimo y me confrontó: si yo tampoco creía en la existencia de esos escritores, entonces sería mejor que me abstuviera de ir a visitarlo. Después me enseñó una bolsa llena de cartas escritas a mano. Las fechas eran recientes y las firmas y caligrafias distintas. Varias de ellas las firmaba Lluvia Salguero, otras eran de Galaor Zuazua, una más de Caupolicán Astengo, otra de Amber Aravena y otra de Guillermo Demian Lozano. La caligrafía era en efecto distinta y correspondía a pulsos manuales contrastantes. Los sobres tenían sellos postales de los lugares de orígen y los empleados de la clínica de salud mental me confirmaron que las cartas habían sido traídas por el cartero.
Han pasado dos meses desde entonces.Las cartas han seguido llegando a la clínica, pero yo no he podido entrar en contacto con esos narradores o encontrar a alguien que me de razón de ellos. Sin embargo, he hecho el compromiso moral con Encarnación de hacer todo lo que esté en mis manos para conseguir la publicación de esta antología.
Al improbable lector de este prólogo, debo advertirle que yo misma desconozco si los autores de estos cuentos son presonas reales o si se trata de las personalidades múltiples de un escritor llamado Encarnación Leydelmonte. Yo he querido dejar de cuestionármelo, o correré el riesgo de ir a caer a la misma clíncia donde está internado Encarnación.
Si son catorce personas distintas las que escribieron estos cuentos o fue una sola, es cosa que ha dejado de interesarme. He pereferido leer estos cuentos de estilo y temática contrastante sin cuestionarme sobre el origen de la cabeza y las manos que los parieron. Aunque he respetado fielmente los prólogos que Encarnación Leydelmonte escribió para cada uno de estos cuentos así como las reseñas biográficas de los autores, será el lector quien decida si los autores son en verdad los seres que empuñaron la pluma, o si deben ser tomados como personajes de ficción. Por lo que a mí respecta, he cumplido con mi parte y sostengo mi duda. El lector tiene la última palabra.