Parásitos diplomáticos
Nada peor que tener que lidiar contra la burocracia consular mexicana. A menudo, las personas que trabajan en los consulados mexicanos en Estados Unidos son solemnes huevones cuya única labor es nadar de muertito y pararse el cuello en eventos sociales.
En septiembre de 2001, cuando fui enviado a Neza York, tuve una pésima experiencia con el cónsul mexicano en la Gran Manzana, Salvador Beltrán del Río, quien se negaba a darme los nombres de los mexicanos muertos o desaparecidos en las Torres Gemelas bajo el argumento de que se trataba de información confidencial. El pobre inepto, en lugar de ver que la publicación de los nombres y fotografías de los desparecidos motivaría su pronta búsqueda y la localización de familiares, lo manejó como un secreto de estado. Temeroso ante la presencia de medios mexicanos a las puertas del Consulado, Beltrán ocultó su cabeza como un acobardado avestruz. En cambio, en los consulados de Honduras, Nicaragua, República Dominicana y otros países, pegaban las fotos de los desaparecidos en las paredes de las sedes diplomáticas y solicitaban ayuda para localizarlos.
Por fortuna, descubrí la Asociación Tepeyac en la Calle 14, liderada por un carismático jesuita guadalupano, Joel Magallán, padre espiritual de todos los mexicanos en la Gran Manzana. Este hombre me proporcionó las listas de todos los mexicanos que trabajaban en las Torres Gemelas y me dio muchísima información que el Consulado se empeñaba en ocultar.
Esta mañana, he tenido que lidiar con los ineptos del Consulado Mexicano en San Diego, quienes por inexplicables razones, se niegan a darme los nombres de los migrantes mexicanos que fueron arrastrados por las heladas aguas del Pacífico. De nada sirve que la representación diplomática pague con nuestros impuestos a un agregado de prensa llamado Alberto Lozano M, un perfecto inepto que no sirve de una chingada. Pero ahí están, mamando bien y bonito del presupuesto, gozando con comilonas en el Horton Plaza, eventos bonitos con la aristocracia empresarial de mexicanos en San Diego, trayendo personajitos como Sergio Sirviento y Carlos Monsivais para hablar entre traguitos de vino en tertulias soporíferas en la UCSD, pero cuando le pides que se ponga a jalar, el inútil no desquita el sueldo.
La nueva Inquisición
Leo el órgano de difusión católico La Cruz de California y descubro que cuatro de las notas principales de su primera página se refieren a la cuestión del aborto. Vaya, más que un medio de promoción del catolicismo californiano, La Cruz de California es una hoja de combate antiabortista.
La virulencia de los ataques contra quienes apoyan el aborto es en extremo visceral y carece de la más mínima objetividad.
Tal parece que hoy en día la única razón de ser del catolicismo es combatir a sangre y fuego el aborto y oponerse a cualquier forma de anticoncepción. En lugar de promover su labor evangelizadora y difundir la palabra de su dios, los católicos organizados de Estados Unidos dedican su tiempo, su esfuerzo y muchísimo dinero a declarar la guerra al control de la natalidad. Me gustaría saber dónde está la labor social de la Iglesia, por qué en lugar de alzar la voz contra las injusticias del Mundo, impedir guerras, desastres ecológicos y catástrofes macroeconómicas en los países subdesarrollados, ellos han decidido que su única labor es evitar que una mujer goce del acto sexual sin traer al Mundo un desdichado soldado de Cristo. Salvo la labor admirable que realizan algunos jesuitas comprometidos, la jerarquía católica fiel al Vaticano tiene más vocación inquisitorial que pastoral. Les preocupa más censurar libros y películas, condenar penalmente madres que deciden libremente sobre su anatomía y perseguir homosexuales, aunque eso sí, ni se te ocurra señalar a un cura pederasta, porque ellos tienen celestial inmunidad (¿o impunidad?) Tal parece que están empeñados en poblar la Tierra de pordioseros infelices no deseados. En verdad el catolicismo está aferrado a hacer de este Mundo valle de lágrimas donde las almas desdichadas, eternamente dolientes y piadosas, rueguen para que la divina misericordia de su señor les conceda un lugarcito en su paraíso y los libere de esta terrenal existencia de dolor. El catolicismo está podrido, pero ellos mismos no son capaces de percibir su pestilente hedor que lleva dos mil años contaminando a la humanidad. Por lo demás reitero que por lo que mí respecta, creo que el aborto no sólo debe ser absolutamente legal, sino promovido y alentado.
Las autoridades deberían facilitar abortos gratuitos y asesoría psicológica a las madres para liberarlas de falsas culpas y hacerles ver todo el horror que le aguarda a un niño no deseado. Traer un ser no deseado al Mundo es el verdadero asesinato.
Nada peor que tener que lidiar contra la burocracia consular mexicana. A menudo, las personas que trabajan en los consulados mexicanos en Estados Unidos son solemnes huevones cuya única labor es nadar de muertito y pararse el cuello en eventos sociales.
En septiembre de 2001, cuando fui enviado a Neza York, tuve una pésima experiencia con el cónsul mexicano en la Gran Manzana, Salvador Beltrán del Río, quien se negaba a darme los nombres de los mexicanos muertos o desaparecidos en las Torres Gemelas bajo el argumento de que se trataba de información confidencial. El pobre inepto, en lugar de ver que la publicación de los nombres y fotografías de los desparecidos motivaría su pronta búsqueda y la localización de familiares, lo manejó como un secreto de estado. Temeroso ante la presencia de medios mexicanos a las puertas del Consulado, Beltrán ocultó su cabeza como un acobardado avestruz. En cambio, en los consulados de Honduras, Nicaragua, República Dominicana y otros países, pegaban las fotos de los desaparecidos en las paredes de las sedes diplomáticas y solicitaban ayuda para localizarlos.
Por fortuna, descubrí la Asociación Tepeyac en la Calle 14, liderada por un carismático jesuita guadalupano, Joel Magallán, padre espiritual de todos los mexicanos en la Gran Manzana. Este hombre me proporcionó las listas de todos los mexicanos que trabajaban en las Torres Gemelas y me dio muchísima información que el Consulado se empeñaba en ocultar.
Esta mañana, he tenido que lidiar con los ineptos del Consulado Mexicano en San Diego, quienes por inexplicables razones, se niegan a darme los nombres de los migrantes mexicanos que fueron arrastrados por las heladas aguas del Pacífico. De nada sirve que la representación diplomática pague con nuestros impuestos a un agregado de prensa llamado Alberto Lozano M, un perfecto inepto que no sirve de una chingada. Pero ahí están, mamando bien y bonito del presupuesto, gozando con comilonas en el Horton Plaza, eventos bonitos con la aristocracia empresarial de mexicanos en San Diego, trayendo personajitos como Sergio Sirviento y Carlos Monsivais para hablar entre traguitos de vino en tertulias soporíferas en la UCSD, pero cuando le pides que se ponga a jalar, el inútil no desquita el sueldo.
La nueva Inquisición
Leo el órgano de difusión católico La Cruz de California y descubro que cuatro de las notas principales de su primera página se refieren a la cuestión del aborto. Vaya, más que un medio de promoción del catolicismo californiano, La Cruz de California es una hoja de combate antiabortista.
La virulencia de los ataques contra quienes apoyan el aborto es en extremo visceral y carece de la más mínima objetividad.
Tal parece que hoy en día la única razón de ser del catolicismo es combatir a sangre y fuego el aborto y oponerse a cualquier forma de anticoncepción. En lugar de promover su labor evangelizadora y difundir la palabra de su dios, los católicos organizados de Estados Unidos dedican su tiempo, su esfuerzo y muchísimo dinero a declarar la guerra al control de la natalidad. Me gustaría saber dónde está la labor social de la Iglesia, por qué en lugar de alzar la voz contra las injusticias del Mundo, impedir guerras, desastres ecológicos y catástrofes macroeconómicas en los países subdesarrollados, ellos han decidido que su única labor es evitar que una mujer goce del acto sexual sin traer al Mundo un desdichado soldado de Cristo. Salvo la labor admirable que realizan algunos jesuitas comprometidos, la jerarquía católica fiel al Vaticano tiene más vocación inquisitorial que pastoral. Les preocupa más censurar libros y películas, condenar penalmente madres que deciden libremente sobre su anatomía y perseguir homosexuales, aunque eso sí, ni se te ocurra señalar a un cura pederasta, porque ellos tienen celestial inmunidad (¿o impunidad?) Tal parece que están empeñados en poblar la Tierra de pordioseros infelices no deseados. En verdad el catolicismo está aferrado a hacer de este Mundo valle de lágrimas donde las almas desdichadas, eternamente dolientes y piadosas, rueguen para que la divina misericordia de su señor les conceda un lugarcito en su paraíso y los libere de esta terrenal existencia de dolor. El catolicismo está podrido, pero ellos mismos no son capaces de percibir su pestilente hedor que lleva dos mil años contaminando a la humanidad. Por lo demás reitero que por lo que mí respecta, creo que el aborto no sólo debe ser absolutamente legal, sino promovido y alentado.
Las autoridades deberían facilitar abortos gratuitos y asesoría psicológica a las madres para liberarlas de falsas culpas y hacerles ver todo el horror que le aguarda a un niño no deseado. Traer un ser no deseado al Mundo es el verdadero asesinato.