Eterno Retorno

Monday, April 12, 2004

Langosta

No recuerdo si cumplía siete u ocho años de edad, lo que significa que no recuerdo si fue en 1981 u 82. Lo que es un hecho es que ocurrió en Mazatlán, necesariamente el día 21 de abril, cuando se me metió en la cabeza celebrar un año más de vida probando la langosta. Digamos que yo había escuchado que la langosta era un plato suculento y no resistía las ganas de develar el misterio.
Y se me hizo probar la langosta. Me acuerdo que me resultó complicado comerla, e inhábil como soy para toda cuestión de coordinación manual, es de suponer que debí ser auxiliado en la labor por mis padres. De esos dos viajes a Mazatlán que hice en la infancia me quedan una buena cantidad de recuerdos. Ayer sólo me vino a la memoria la langosta.


Un fría noche de diciembre de 1986, estando de visita en casa de la familia Davy en Nueva Inglaterra, fuimos invitados al puerto pesquero de Kittery en el Estado de Maine a probar la suculenta langosta que pescan por esos litorales el platillo más célebre de la entidad (De hecho cuando escucho la palabra Maine, inevitablemente pienso en una roja langosta gigante) Tal vez porque mi paladar de doce años de edad estaba más educado, pero el hecho es que el platillo resultó más suculento aún y aseguré que de existir el cielo, en el se debe comer langosta.

Mito del Eterno Retorno: Diez años después, un día de diciembre de 1996, terminaba mi estancia de seis meses en la casa de la familia Davy y dado que ellos recordaban el gran placer con que disfruté la langosta diez años atrás, volvieron a llevarme a Maine para despedirme. Para chuparme los dedos. Mi paladar con 22 años de edad y un buen kilometraje gastronómico recorrido sintió que nunca le había sabido tan deliciosa la carne de este crustáceo.

Ayer Domingo de Pascua, teníamos la firme intención de ir a comer al Costeau, restaurante francés de Rosarito, pero decidimos seguir por la carretera e ir hasta Puerto Nuevo en donde comimos rechonchas langostas bajacalifornianas acompañadas de su respectiva dotación de frijoles, arroz y sus tortillas de harina tamaño disco (he pensado en exportar la receta a Maine) Acompañados por una botella de vino rosado y la panorámica de un Pacífico calmo nos dimos a la tarea de extraer hasta el último reducto de carne de la concha de los infortunados crustáceos. Una rica comida.

Dado que la langosta ha estado presente en importantes festejos de mi existencia, he pensado que bien valdría la pena festejar el próximo 21 de abril con un buen banquete en Puerto Nuevo y cubrir una langosta con 30 velitas.