De los niños nada se sabe
Simona Vinci
Anagrama
Por Daniel Salinas Basave
Tal vez parezca una frivolidad, pero hay lecturas que hacen una perfecta combinación con la estación del año en que son leídas.
Como si la voz del libro fuera surgiendo en simétrica armonía con el entorno ambiental en que es leído.
Hoy que la primavera parece haberse tomado tan serio su arribo y las flores amarillas se han apoderado de todo el entorno de la carretera de Tijuana a Rosarito, me encuentro con un libro que de pronto me parece parte de ese paisaje.
“De los niños nada se sabe”, es la primera obra de la joven escritora italiana Simona Vinci y cada página parece tener el olor de hierba nueva.
Y no, no hay que mal interpretar la comparación con la primavera con un sinónimo de cursilería o novela rosa.
Al contrario, estamos ante una novela que pese a estar envuelta en una prosa suave, fina, que a cada momento desemboca en lo poético, es bastante fuerte.
Vaya, es una de esas novelas que bien puede escandalizar a las “buenas conciencias” sin necesidad de vestirse de negro. También es una novela profundamente dolorosa.
Desde la primera frase, la narradora revela su obsesión por la creación de atmósferas: “Son las seis de la tarde y la luz es la que corresponde a la de las seis de una tarde de finales de verano: cálida y amarilla, apenas teñida de rosa a lo lejos, en el campo”.
Girasoles, cielos azules, pájaros y atardeceres son el entorno en que la autora coloca a sus personajes, niños en los albores de la adolescencia o recién entrados en ella.
Aunque no son personajes reales, Simona aclara que se inspiró en los muchos jovencitos que veía correr por la campiña del poblado de Granaloro, camino a su natal Bolonia.
A las afueras del poblado, junto a un edificio de la periferia, una niña de diez años llamada Martina y sus amigos un poco mayores Matteo, Luka y Mirko descubren el mundo y sus cuerpos.
Si bien la autora jamás traiciona su apuesta por el lenguaje poético, el néctar del libro está en el hecho de que la historia está contada siempre desde el punto de vista de los adolescentes.
Los adultos están ahí, es cierto, pero jamás dejan de ser unos lejanos y acaso estorbosos satélites que nunca accederán a comprender los misterios del intrincado universo que se desarrolla ante ellos.
Y aunque el lenguaje que utiliza en su narración en tercera persona no es propio de un chico en la pubertad, lo cierto es que el lector de inmediato comienza a mirar con los ojos de los adolescentes, nunca de los adultos.
Habrá quien la pueda catalogar como una novela erótica y sí, hay en todo momento un erotismo al principio imperceptible, oculto, que apenas se anuncia.
Pero la gran diferencia con un clásico de la sexualidad adolescente, como es por ejemplo “Lolita”, en la novela de Vinci no hay espacio para el deseo adulto. De una u otra forma, todo es nuevo y viene acompañada de esa dosis extrema de fascinación, miedo y dolor que produce todo revelación.
Historia de pequeños y grandes descubrimientos, de mínimas transgresiones que suponen el paso de umbral, de precoces fantasías, de una inocencia que parece irse derritiendo en los atardeceres que a cada momento nos describe Simona. Todo ello, inevitablemente, me huele a primavera.
Simona Vinci
Anagrama
Por Daniel Salinas Basave
Tal vez parezca una frivolidad, pero hay lecturas que hacen una perfecta combinación con la estación del año en que son leídas.
Como si la voz del libro fuera surgiendo en simétrica armonía con el entorno ambiental en que es leído.
Hoy que la primavera parece haberse tomado tan serio su arribo y las flores amarillas se han apoderado de todo el entorno de la carretera de Tijuana a Rosarito, me encuentro con un libro que de pronto me parece parte de ese paisaje.
“De los niños nada se sabe”, es la primera obra de la joven escritora italiana Simona Vinci y cada página parece tener el olor de hierba nueva.
Y no, no hay que mal interpretar la comparación con la primavera con un sinónimo de cursilería o novela rosa.
Al contrario, estamos ante una novela que pese a estar envuelta en una prosa suave, fina, que a cada momento desemboca en lo poético, es bastante fuerte.
Vaya, es una de esas novelas que bien puede escandalizar a las “buenas conciencias” sin necesidad de vestirse de negro. También es una novela profundamente dolorosa.
Desde la primera frase, la narradora revela su obsesión por la creación de atmósferas: “Son las seis de la tarde y la luz es la que corresponde a la de las seis de una tarde de finales de verano: cálida y amarilla, apenas teñida de rosa a lo lejos, en el campo”.
Girasoles, cielos azules, pájaros y atardeceres son el entorno en que la autora coloca a sus personajes, niños en los albores de la adolescencia o recién entrados en ella.
Aunque no son personajes reales, Simona aclara que se inspiró en los muchos jovencitos que veía correr por la campiña del poblado de Granaloro, camino a su natal Bolonia.
A las afueras del poblado, junto a un edificio de la periferia, una niña de diez años llamada Martina y sus amigos un poco mayores Matteo, Luka y Mirko descubren el mundo y sus cuerpos.
Si bien la autora jamás traiciona su apuesta por el lenguaje poético, el néctar del libro está en el hecho de que la historia está contada siempre desde el punto de vista de los adolescentes.
Los adultos están ahí, es cierto, pero jamás dejan de ser unos lejanos y acaso estorbosos satélites que nunca accederán a comprender los misterios del intrincado universo que se desarrolla ante ellos.
Y aunque el lenguaje que utiliza en su narración en tercera persona no es propio de un chico en la pubertad, lo cierto es que el lector de inmediato comienza a mirar con los ojos de los adolescentes, nunca de los adultos.
Habrá quien la pueda catalogar como una novela erótica y sí, hay en todo momento un erotismo al principio imperceptible, oculto, que apenas se anuncia.
Pero la gran diferencia con un clásico de la sexualidad adolescente, como es por ejemplo “Lolita”, en la novela de Vinci no hay espacio para el deseo adulto. De una u otra forma, todo es nuevo y viene acompañada de esa dosis extrema de fascinación, miedo y dolor que produce todo revelación.
Historia de pequeños y grandes descubrimientos, de mínimas transgresiones que suponen el paso de umbral, de precoces fantasías, de una inocencia que parece irse derritiendo en los atardeceres que a cada momento nos describe Simona. Todo ello, inevitablemente, me huele a primavera.