Dicho y hecho, se me trepa el Mr Hyde a la cabeza, a veces de manera inconsciente. No lo puedo ocultar ni pretendo negarlo. Mis desencuentro hacia las causas indigenistas no es un secreto para nadie. También he explicado hasta la saciedad que indígena no es lo mismo que indigenista. La enorme mayoría de las veces, por no decir la totalidad, los indigenistas no son indígenas. Todos ellos, por cierto, se expresan en la invasora y pérfida lengua de Cervantes y son católicos bautizados, algunos con profunda devoción por la virgencita de Guadalupe, estafa que los españoles les vendieron tan barata como las cuentas de vidrio. Si tanto odian a España, por favor dejen de expresarse en español y aprendan sus dialectos y les pido que de una vez tiren sus virgencitas y santitos a la basura, para poner un altar de sacrificios. Odiar a España me hace pensar en el remordimiento de un hijo que odia a su padre, pues él mismo fue concebido en una violación. Sólo que sin esa violación, el hijo no hubiera existido. No se puede vivir odiando a España porque el hubiera no existe. Venimos de España y nos debemos a España, queramos o no. Lo demás es romanticismo, una ilusa estupidez patriotera que busca encontrar en el estoico martirio de Cuauhtémoc la gloria y el esplendor de unos pueblos condenados a tragar carne de derrota por los siglos de los siglos.
Friday, March 19, 2004
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