Agua y ajo
Cuando tomaba mis cursos de oratoria y debate en la Facultad de Ciencias Políticas de la UANL, uno de los ejercicios que nos ponía el maestro era dar discursos emotivos y convincentes en los que defendiéramos causas que aborrecemos.
Bajo su criterio esa era la prueba de fuego de un orador. Saber ser convincente, motivador y hasta conmovedor, defendiendo un asunto en el que sentimentalmente no creemos. Ello demuestra cuan frío e impersonal puedes ser a la hora expresarte. El orador es un profesional de la palabra, no un defensor de ideas.
Lo mismo sucedía cuando nos preparábamos para los torneos interuniversitarios de debate sobre temas jurídicos y políticos.
Ahí nos preparaban a defender con ahínco, a capa y espada causas ajenas o contrarias a nosotros. Y es que en los torneos de debate se pone un tema sobre la mesa y los dos equipos participantes deben tirar una moneda para decidir si te toca hablar en contra o a favor. Vamos a pensar el aborto. En un torneo debes ir preparado para defender el aborto como lo haría una radical feminista monarca absoluta de su cuerpo o condenarlo como lo haría un opusdeista de Provida, pues cualquier opción te puede tocar en el sorteo. Yo era feliz en los debates.
Vaya, con decirles que el equipo que yo capitaneaba salió campeón en el debate sobre las reformas al Poder Judicial venciendo en la gran final al equipo de la Libre de Derecho y para ser honesto, no me acuerdo si nos tocó hablar a favor o en contra. Eso es lo de menos.
Digo todo esto porque últimamente he tenido que sacar mucho jugo y provecho de esas habilidades mías. Debo defender públicamente causas en las que no creo, hablar delante de la gente y la cámara pronunciando frases emotivas que mi fuero interno no respalda o escribir crónicas melosas y plañideras atiborradas de falsa poesía rimbombante para tratar de motivar a los lectores. Pero mi fuero interno, sépanlo ustedes, es lo de menos, eso vale un carajo. Lo tengo bien clarito. Aquí no se trata de venir a defender mis convicciones ¿Cuáles? A veces me las gasto muy bien para ser hipócrita, para desempeñar un papelito muy adecuado. Pero puede que un día me canse. Este marzo, estas idus de marzo me han hecho pensar en exceso y más de un instante he estado a punto de tirar la toalla, de mandar a chingar a su madre todo esto que me rodea al momento de escribir esto. Nunca en cinco años había tenido tantos deseos de decir ¡Ya basta¡ Misión cumplida, se acabó el pisto en esta fiesta. Yo ya no tengo mucho que hacer aquí ¿Ah sí? ¿Y a dónde carajos crees que te vas a ir? No, pos a ninguna parte, aquí me quedó, tragando sobredosis de agua y ajo.
Cuando tomaba mis cursos de oratoria y debate en la Facultad de Ciencias Políticas de la UANL, uno de los ejercicios que nos ponía el maestro era dar discursos emotivos y convincentes en los que defendiéramos causas que aborrecemos.
Bajo su criterio esa era la prueba de fuego de un orador. Saber ser convincente, motivador y hasta conmovedor, defendiendo un asunto en el que sentimentalmente no creemos. Ello demuestra cuan frío e impersonal puedes ser a la hora expresarte. El orador es un profesional de la palabra, no un defensor de ideas.
Lo mismo sucedía cuando nos preparábamos para los torneos interuniversitarios de debate sobre temas jurídicos y políticos.
Ahí nos preparaban a defender con ahínco, a capa y espada causas ajenas o contrarias a nosotros. Y es que en los torneos de debate se pone un tema sobre la mesa y los dos equipos participantes deben tirar una moneda para decidir si te toca hablar en contra o a favor. Vamos a pensar el aborto. En un torneo debes ir preparado para defender el aborto como lo haría una radical feminista monarca absoluta de su cuerpo o condenarlo como lo haría un opusdeista de Provida, pues cualquier opción te puede tocar en el sorteo. Yo era feliz en los debates.
Vaya, con decirles que el equipo que yo capitaneaba salió campeón en el debate sobre las reformas al Poder Judicial venciendo en la gran final al equipo de la Libre de Derecho y para ser honesto, no me acuerdo si nos tocó hablar a favor o en contra. Eso es lo de menos.
Digo todo esto porque últimamente he tenido que sacar mucho jugo y provecho de esas habilidades mías. Debo defender públicamente causas en las que no creo, hablar delante de la gente y la cámara pronunciando frases emotivas que mi fuero interno no respalda o escribir crónicas melosas y plañideras atiborradas de falsa poesía rimbombante para tratar de motivar a los lectores. Pero mi fuero interno, sépanlo ustedes, es lo de menos, eso vale un carajo. Lo tengo bien clarito. Aquí no se trata de venir a defender mis convicciones ¿Cuáles? A veces me las gasto muy bien para ser hipócrita, para desempeñar un papelito muy adecuado. Pero puede que un día me canse. Este marzo, estas idus de marzo me han hecho pensar en exceso y más de un instante he estado a punto de tirar la toalla, de mandar a chingar a su madre todo esto que me rodea al momento de escribir esto. Nunca en cinco años había tenido tantos deseos de decir ¡Ya basta¡ Misión cumplida, se acabó el pisto en esta fiesta. Yo ya no tengo mucho que hacer aquí ¿Ah sí? ¿Y a dónde carajos crees que te vas a ir? No, pos a ninguna parte, aquí me quedó, tragando sobredosis de agua y ajo.