Rolita de la tarde: Junkhead- Alice in Chains- Junto con Soundgarden, esta banda es de lo poco bueno que produjo el grunge. La melodía en cuestión sería el equivalente a un himno o canto gregoriano de alabanza al consumo de la heroína, la mismísima chiva loca que acabó por llevarse entre los cuernos al mega tecatérrimo L. Staley. Bueno, al menos le cantó canciones de amor a su asesina.
Sorpresas te da la red
Hace un rato, practicando el egocéntrico deporte de poner tu nombre en Google para ver que aparece, me salió una página francesa llamada Maisons des Sciences de’l Homme en donde viene publicado una artículo mío en inglés titulado “The post September spiral in Baja”. ¿Y ese pinche artículo en qué borrachera lo hice? me pregunté extrañado, hasta que recordé que fue uno que escribí a toda prisa a petición de mi amigo Randy Willoughby, director de Ciencias Políticas de la Universidad Católica de San Diego y a mi juicio uno de los académicos más preparados y críticos de la vecina ciudad. Otra cosa para agradecer al buen Randy, quien en abril de 2001 tuvo a bien invitarme como ponente a un foro sobre periodismo y narcotráfico en donde pude compartir la mesa con expositores como el Zar antidrogas de Colombia Rosso José Serrano, el ex ministro Rafael Pardo y el ex embajador Rodrigo Villamizar, estos últimos personajes que aparecen en la novela Noticia de un secuestro de Gabo García Márquez. Una gran experiencia de la que aprendí mucho. Por supuesto que mis colegas de Zeta se cagaron de envidia. Una vez, meses después, Randy me habló y me pidió que escribiera algo sobre los efectos de 9/11 en Baja California. Recuerdo que lo escribí en chinga loca y se lo envíe. Confieso que había olvidado por completo la existencia de ese artículo, hasta ahora, que lo encontré en esa página. Sorpresas te da la red.
Los esclavos del carro
Uno de los complejos clasemedieros que me resulta más patético (y mira que la clase media está atiborrada de complejos en este país) es el referente a los automóviles y todo lo que los rodea.
Pocos artefactos arrastran consigo tal carga de petulancia y narcisismo a su alrededor como un automóvil.
Una máquina cuyo único objetivo y función en este planeta es mover tus nalgas de un sitio a otro, ha sido elevada a la categoría de becerro de oro del status social.
Gracias al Chango 100, me enteré de una persona a la que le robaron su carro afuera de un rave (otra razón más para despreciar esos rituales de fantochería maricona, pero ese no es el tema de hoy, estamos hablando de carros, no de tachas) La cuestión es que fui al blog del afectado con morbosa curiosidad por saber los detalles del robo y nada más entrando me encontré con una frase que me hizo recordar el desparrame de mierda que supone un simple automóvil para un clasemediero. Transcribo la frase: “No hay nada que se acerque más a la extrema pobreza que no tener auto”.
Snif, snif, pobre hombre.
Bajo mi criterio, no hay nada que se acerque más a la esclavitud que tener un carro. Por hacerte el simple favor de arrastrar tu humanidad de un sitio a otro, el carro se convierte en tu señor. Te exige gasolina y ahí vas a pellizcarle la puerca ubre a Pemex a cambio de retacar tu tanque de naftaleno y basuras similares. Yo no me compro nunca una medicina, jamás en la vida voy al doctor y a veces debo limitar mi compulsión por los vinos caros, pero si el carrito tose, ahí voy en chinga al taller. Aceite de transmisión, afinaciones, frenos. Si vas a un lugar, a cualquier lugar de nuestra amada Tijuana, debes emprender la imposible búsqueda de estacionamiento. Ya que lo encuentras, te la dejan caer. Si lo dejas en la calle, te vas con el culo en la mano de que te lo panchen y ahí estás poniendo bastón, alarma y chingadera y media para asegurar que los amigos de lo ajeno no tengan a bien llevarse tu pedacito de ego. ¿Quién es esclavo de quién? Yo odio manejar. Lo que más detesto de mi vida diaria, son las horas que invierto al volante. Digamos que agarras buen alucinaje cuando vas vuelto madre en la carretera escénica contemplando las Islas Coronado al atardecer mientras vas oyendo una rolita de Deep Purple, pero cuando vas por la 5 y 10 peleando con dos calafias y una doña atolondrada con su camioneta atiborrada de niños, entonces comprendes que el Infierno existe. Si Tijuana tuviera un buen sistema de transporte público y yo viviera en otra parte, simplemente no manejaría. Pero esto de la esclavitud del carro es muy propio de nuestra América y sobre todo de nuestra Tijuana. En esta ciudad no es concebible la vida sin carro y la gente cree que si careces de él, eres un lumpen proletario. Por eso la gente que viene del Sur, lo primero que hace en Tj es comprarse un carrito chocolate de 500 dólares, de esos que venden en la Ruta Mariano Matamoros. Una vez al volante de su chatarrita, llena de mañas y desperfectos, el campesino sureño siente que ha subido de estatus y le contará a sus familiares del pueblo que en Tijuana ya tiene carro. El resultado es que en Tijuana hay un carro por cada tres habitantes, cuando la media nacional es un carro por cada siete. Yo amo esas ciudades donde tienes toda una gama de opciones de transporte público ¿Cuando necesité un carro en Londres, París, Madrid, Nueva York, Roma? Iba a donde quisiera. Y ahí no tienen tan metido el complejo de que tener o no tener carro define tu status. Carajo, en el metro de Nueva York ves ejecutivos de Wall Street y no me digas que son pobres. Yo manejo un carro por la simple razón de que nomás no me queda de otra. Si hubiera un Underground como el de Londres o el RER de París, yo dejaría de ser esclavo del patrón de cuatro ruedas, pero estoy condenado al vasallaje. Vivo en medio de la Carretera Escénica, muy lejos de donde pasa cualquier transporte público y ello me ha condenado a ser el vasallo de un vehículo. Pero si no hay prisa por llegar a algún sitio, siempre optaré por caminar, que es uno de los grandes placeres que reserva esta vida al hombre. Caminando te inspiras, tomas ideas, te relajas, descubres mil y un rincones ocultos de la ciudad y, a menos que a tu paso te eches pedos muy hediondos, no contaminas el ambiente.
Sorpresas te da la red
Hace un rato, practicando el egocéntrico deporte de poner tu nombre en Google para ver que aparece, me salió una página francesa llamada Maisons des Sciences de’l Homme en donde viene publicado una artículo mío en inglés titulado “The post September spiral in Baja”. ¿Y ese pinche artículo en qué borrachera lo hice? me pregunté extrañado, hasta que recordé que fue uno que escribí a toda prisa a petición de mi amigo Randy Willoughby, director de Ciencias Políticas de la Universidad Católica de San Diego y a mi juicio uno de los académicos más preparados y críticos de la vecina ciudad. Otra cosa para agradecer al buen Randy, quien en abril de 2001 tuvo a bien invitarme como ponente a un foro sobre periodismo y narcotráfico en donde pude compartir la mesa con expositores como el Zar antidrogas de Colombia Rosso José Serrano, el ex ministro Rafael Pardo y el ex embajador Rodrigo Villamizar, estos últimos personajes que aparecen en la novela Noticia de un secuestro de Gabo García Márquez. Una gran experiencia de la que aprendí mucho. Por supuesto que mis colegas de Zeta se cagaron de envidia. Una vez, meses después, Randy me habló y me pidió que escribiera algo sobre los efectos de 9/11 en Baja California. Recuerdo que lo escribí en chinga loca y se lo envíe. Confieso que había olvidado por completo la existencia de ese artículo, hasta ahora, que lo encontré en esa página. Sorpresas te da la red.
Los esclavos del carro
Uno de los complejos clasemedieros que me resulta más patético (y mira que la clase media está atiborrada de complejos en este país) es el referente a los automóviles y todo lo que los rodea.
Pocos artefactos arrastran consigo tal carga de petulancia y narcisismo a su alrededor como un automóvil.
Una máquina cuyo único objetivo y función en este planeta es mover tus nalgas de un sitio a otro, ha sido elevada a la categoría de becerro de oro del status social.
Gracias al Chango 100, me enteré de una persona a la que le robaron su carro afuera de un rave (otra razón más para despreciar esos rituales de fantochería maricona, pero ese no es el tema de hoy, estamos hablando de carros, no de tachas) La cuestión es que fui al blog del afectado con morbosa curiosidad por saber los detalles del robo y nada más entrando me encontré con una frase que me hizo recordar el desparrame de mierda que supone un simple automóvil para un clasemediero. Transcribo la frase: “No hay nada que se acerque más a la extrema pobreza que no tener auto”.
Snif, snif, pobre hombre.
Bajo mi criterio, no hay nada que se acerque más a la esclavitud que tener un carro. Por hacerte el simple favor de arrastrar tu humanidad de un sitio a otro, el carro se convierte en tu señor. Te exige gasolina y ahí vas a pellizcarle la puerca ubre a Pemex a cambio de retacar tu tanque de naftaleno y basuras similares. Yo no me compro nunca una medicina, jamás en la vida voy al doctor y a veces debo limitar mi compulsión por los vinos caros, pero si el carrito tose, ahí voy en chinga al taller. Aceite de transmisión, afinaciones, frenos. Si vas a un lugar, a cualquier lugar de nuestra amada Tijuana, debes emprender la imposible búsqueda de estacionamiento. Ya que lo encuentras, te la dejan caer. Si lo dejas en la calle, te vas con el culo en la mano de que te lo panchen y ahí estás poniendo bastón, alarma y chingadera y media para asegurar que los amigos de lo ajeno no tengan a bien llevarse tu pedacito de ego. ¿Quién es esclavo de quién? Yo odio manejar. Lo que más detesto de mi vida diaria, son las horas que invierto al volante. Digamos que agarras buen alucinaje cuando vas vuelto madre en la carretera escénica contemplando las Islas Coronado al atardecer mientras vas oyendo una rolita de Deep Purple, pero cuando vas por la 5 y 10 peleando con dos calafias y una doña atolondrada con su camioneta atiborrada de niños, entonces comprendes que el Infierno existe. Si Tijuana tuviera un buen sistema de transporte público y yo viviera en otra parte, simplemente no manejaría. Pero esto de la esclavitud del carro es muy propio de nuestra América y sobre todo de nuestra Tijuana. En esta ciudad no es concebible la vida sin carro y la gente cree que si careces de él, eres un lumpen proletario. Por eso la gente que viene del Sur, lo primero que hace en Tj es comprarse un carrito chocolate de 500 dólares, de esos que venden en la Ruta Mariano Matamoros. Una vez al volante de su chatarrita, llena de mañas y desperfectos, el campesino sureño siente que ha subido de estatus y le contará a sus familiares del pueblo que en Tijuana ya tiene carro. El resultado es que en Tijuana hay un carro por cada tres habitantes, cuando la media nacional es un carro por cada siete. Yo amo esas ciudades donde tienes toda una gama de opciones de transporte público ¿Cuando necesité un carro en Londres, París, Madrid, Nueva York, Roma? Iba a donde quisiera. Y ahí no tienen tan metido el complejo de que tener o no tener carro define tu status. Carajo, en el metro de Nueva York ves ejecutivos de Wall Street y no me digas que son pobres. Yo manejo un carro por la simple razón de que nomás no me queda de otra. Si hubiera un Underground como el de Londres o el RER de París, yo dejaría de ser esclavo del patrón de cuatro ruedas, pero estoy condenado al vasallaje. Vivo en medio de la Carretera Escénica, muy lejos de donde pasa cualquier transporte público y ello me ha condenado a ser el vasallo de un vehículo. Pero si no hay prisa por llegar a algún sitio, siempre optaré por caminar, que es uno de los grandes placeres que reserva esta vida al hombre. Caminando te inspiras, tomas ideas, te relajas, descubres mil y un rincones ocultos de la ciudad y, a menos que a tu paso te eches pedos muy hediondos, no contaminas el ambiente.