Si yo hubiera sido un adolescente en la época en que nací, sin duda hubiera militado en la Liga 23 de Septiembre. Pero ni modo, esa edad me llegó a finales de los 80, en la panacea de la conformista corrosión del capitalismo. Un tío mío fue militante de esa organización y murió asesinado por el Ejército en el mismo año en que yo nací. A mi me tocó un crecimiento políticamente aburrido en la aristocrática ciudad de Monterrey en medio de mojigatos compañeros de escuela, que hoy en día, supongo, son panzones padres de familia que confiesan sus múltiples pecados ante un sacerdote.
En mi adolescencia mi mayor rebelión consistió en acudir a marginales tocadas de Masacre 68 en el DF y ganar en la prepa concursos de oratoria con discursos incendiarios. Siempre sostuve que el día en que me aburriera de vivir, mataría a algún político o empresario y después me enfrentaría a tiros con sus guarros hasta que me asesinaran
Para cuando llegó el zapatismo en 1994 yo tenía 19 años y demasiada malicia en la mente como para tomarlo en serio, aun-que el día de la matanza de Acteal en diciembre de 1997, fui el único reportero en la aburguesada redacción de El Norte que se adhirió a las manifestaciones de protesta.
Mi amigo Gerardo Ortega, un poeta al más puro estilo Amado Nervo, se hizo zapatista radical. A su hijo lo llamó Ernesto Inti (Por Guevara y Peredo) Siempre admiré su pureza de ideales en medio de una izquierda atiborrada de parásitos solemnes y priistas fracasados.
A veces quisiera tener creencias o convicciones políticas y votar con fe, pensando que mi sufragio sirve de algo. Pero los partidos (y sepan ustedes que mi vida diaria transcurre entre políticos) están atiborrados de abortos en cuyas cabezas hay de todo, menos un ideal. Nunca antes como en estas elecciones había odiado tanto la política. Hoy en día puedo afirmar con co-nocimiento de causa que todos los políticos son unos grandísimos hijos de puta. Lo siento, pero no hay otra palabra. Lo peor es que es una hijoeputez mediocre, jodida. Ni siquiera su cinismo tiene clase o una dosis de humor como los dinosaurios de antaño.
Ni modo, las ideologías y los ideales me los asesinaron prematuramente. Podría decir que fueron embriones abortados. El resto de mis días los he vivido como un apostata eterno que se regocija afirmando que no cree en nada. Lo único real es mi odio. A veces queda el consuelo de ser un anarquista hormonal que oculta muchas bombas en el arsenal de su mente.