No puedo evitar incluir fragmentos de mis incursiones a esas eternas novelas que nunca acabo
Pero últimamente es a esas alturas de la tarde al regresar a la oficina cuando empieza a perder control sobre si mismo. Para empezar, siente ganas de más cocaína cuando no ha pasado ni media hora de la aspiración de la segunda raya del día. El tercer pase, que entra en su nariz cuando la mirada está colocada nuevamente sobre la estructura triangular de la incompleta Pirámide Monumental, empieza a romper cadenas. Ni siquiera es entonces obsesivo con la manera de servir el Blak Label que guarda en el refrigerador de su privado. Incluso se dio el caso, otrora impensable, de que ante la urgencia bebiera el whysky al tiempo en una tarde en que su secretaria había olvidado colocar hielos. En las más recientes semanas, ha concluído la mayoría de sus días jugando arrancones sobre el Bulevar Padre Kino. Cuando hace la primera apuesta de la noche y se dispone a pisar a fondo el acelerador del Thunderbird modelo clásico que acondicionó especialmente para los arrancones, Ariel ha consumido entre cinco o seis rayas de coca, pero aún así, jamás ha dejado de lado la precaución de llamar al Comandante de la Municipal para pedirle que cierre el Bulevar a la circulación normal. Todavía no se da el caso que pierda el control de su auto, aunque empieza a odiar esos arrebatos de lujuria obsesiva que lo han llevado incluso a terminar la jornada masturbándose cuando maneja de regreso a casa.
Uno de esos arrebatos calientes fue el que lo atacó anoche, cuando con tal de llevarse a la morenita de la pañoleta empezó a vomitar incoherencias.
En realidad, medita Ariel, el problema empezó desde el medio día. Supone que debe haber sido ese pinche pase tan duro que se atacó al servirse el segundo Black Label. Es cierto que la culebra blanca sobre el espejo estaba excepcionalmente gorda para la hora, pero lo cierto es que el pase lo enloqueció como nunca. Era una coca ruda, áspera y picante que calaba duro en las fosas nasales. Miró a la ventana y trató de concentrar su vista en la maldita Pirámide Monumental, pero no conseguía estarse quieto y sus pensamientos eran como una bestia rejega, desbocada, incapaz de entender órdenes. Lo único que le quedó claro en ese momento, es que no le sería dado negociar con nadie por la tarde. También se le hizo insufrible la idea de acompañar al Alcalde a dar el Grito de Independencia. Que se jodiera Paco, carajo, por una noche al menos tenía que poder prescindir de él. Había grillado lo suficiente durante la semana como para poderle asegurar que le tenía el camino allanado. Había asegurado que tanto El Patriota como El Alba llevarían en portada una foto del Alcalde agitando la bandera a lado de su esposa y resaltarían como titular alguna frase rimbombante y patriotera del discurso que él mismo se había encargado de corregir.
La instrucción para los dos directores editoriales había sido de lo más clara: Resaltar fotos del Alcalde abrazando a la señora Zara y de ser posible incluir alguna frase de la primera dama. Había que tapar a como diera lugar los rumores sobre el inminente divorcio del Paco que se habían convertido en el tema de sobremesa de todos los grillos.
Debían aparecer en las fotos como una pareja sólida y aunque fuera mucho pedir, enamorada... Sería mucho pedir?
Pero últimamente es a esas alturas de la tarde al regresar a la oficina cuando empieza a perder control sobre si mismo. Para empezar, siente ganas de más cocaína cuando no ha pasado ni media hora de la aspiración de la segunda raya del día. El tercer pase, que entra en su nariz cuando la mirada está colocada nuevamente sobre la estructura triangular de la incompleta Pirámide Monumental, empieza a romper cadenas. Ni siquiera es entonces obsesivo con la manera de servir el Blak Label que guarda en el refrigerador de su privado. Incluso se dio el caso, otrora impensable, de que ante la urgencia bebiera el whysky al tiempo en una tarde en que su secretaria había olvidado colocar hielos. En las más recientes semanas, ha concluído la mayoría de sus días jugando arrancones sobre el Bulevar Padre Kino. Cuando hace la primera apuesta de la noche y se dispone a pisar a fondo el acelerador del Thunderbird modelo clásico que acondicionó especialmente para los arrancones, Ariel ha consumido entre cinco o seis rayas de coca, pero aún así, jamás ha dejado de lado la precaución de llamar al Comandante de la Municipal para pedirle que cierre el Bulevar a la circulación normal. Todavía no se da el caso que pierda el control de su auto, aunque empieza a odiar esos arrebatos de lujuria obsesiva que lo han llevado incluso a terminar la jornada masturbándose cuando maneja de regreso a casa.
Uno de esos arrebatos calientes fue el que lo atacó anoche, cuando con tal de llevarse a la morenita de la pañoleta empezó a vomitar incoherencias.
En realidad, medita Ariel, el problema empezó desde el medio día. Supone que debe haber sido ese pinche pase tan duro que se atacó al servirse el segundo Black Label. Es cierto que la culebra blanca sobre el espejo estaba excepcionalmente gorda para la hora, pero lo cierto es que el pase lo enloqueció como nunca. Era una coca ruda, áspera y picante que calaba duro en las fosas nasales. Miró a la ventana y trató de concentrar su vista en la maldita Pirámide Monumental, pero no conseguía estarse quieto y sus pensamientos eran como una bestia rejega, desbocada, incapaz de entender órdenes. Lo único que le quedó claro en ese momento, es que no le sería dado negociar con nadie por la tarde. También se le hizo insufrible la idea de acompañar al Alcalde a dar el Grito de Independencia. Que se jodiera Paco, carajo, por una noche al menos tenía que poder prescindir de él. Había grillado lo suficiente durante la semana como para poderle asegurar que le tenía el camino allanado. Había asegurado que tanto El Patriota como El Alba llevarían en portada una foto del Alcalde agitando la bandera a lado de su esposa y resaltarían como titular alguna frase rimbombante y patriotera del discurso que él mismo se había encargado de corregir.
La instrucción para los dos directores editoriales había sido de lo más clara: Resaltar fotos del Alcalde abrazando a la señora Zara y de ser posible incluir alguna frase de la primera dama. Había que tapar a como diera lugar los rumores sobre el inminente divorcio del Paco que se habían convertido en el tema de sobremesa de todos los grillos.
Debían aparecer en las fotos como una pareja sólida y aunque fuera mucho pedir, enamorada... Sería mucho pedir?