Cuando un punketo muere
La rola Divisiones absurdas del grupo Atóxxxico mostró con ingenio lo estúpido que resulta esa clásica y añeja rivalidad o rece-lo entre el punk y el metal. “Yo necesito de ti, tanto como tu de mi, dejémonos de pendejadas, basta ya de agredir”.
En lo personal me pasa un poquito más el metal que el punk, aunque entre mis discos de cabecera, los típicos de la isla desierta, están incluidas varias bandas de hard core punketo.
Aún así, creo que al Punk le sobran publicistas y al metal detrac-tores. Los punkies se colaron en el museo del rock y apartaron su sitio en la enciclopedia. El metal, o por lo menos el metal subte-rráneo, se quedó como una simple expresión de lo grotesco y ca-cofónico.
Joe Strummer, se murió y mal que bien, tuvo una buena cantidad de epitafios. En verdad se los merecía, jamás podría decir lo con-trario.
Chuck Shulinder y Paul Boloff dejaron de existir el año pasado y no merecieron lágrima alguna fuera de su infernal círculo.
Mi periódico le dedicó una nota a Strummer. Más de uno la-mentó sinceramente su fallecimiento. Cuando les dije que murió Chuck Shulinder, el gran padrino del death metal, nadie fue capaz de hacerlo en el mundo.
En fin. Toda esta serie de pendejas reflexiones brotaron en mí luego de ver que la revista Milenio le dedicó un extenso y por cier-to recomendable artículo al músico de corazón furioso, Joe Strum-mer que ahora mismo tengo frente a mi.
Creo que The Clash siempre hará eco en la banda sonora de mi existencia, pero Death y Exodus estuvieron a punto de fracturar mi cuello en más de una ocasión.
La rola Divisiones absurdas del grupo Atóxxxico mostró con ingenio lo estúpido que resulta esa clásica y añeja rivalidad o rece-lo entre el punk y el metal. “Yo necesito de ti, tanto como tu de mi, dejémonos de pendejadas, basta ya de agredir”.
En lo personal me pasa un poquito más el metal que el punk, aunque entre mis discos de cabecera, los típicos de la isla desierta, están incluidas varias bandas de hard core punketo.
Aún así, creo que al Punk le sobran publicistas y al metal detrac-tores. Los punkies se colaron en el museo del rock y apartaron su sitio en la enciclopedia. El metal, o por lo menos el metal subte-rráneo, se quedó como una simple expresión de lo grotesco y ca-cofónico.
Joe Strummer, se murió y mal que bien, tuvo una buena cantidad de epitafios. En verdad se los merecía, jamás podría decir lo con-trario.
Chuck Shulinder y Paul Boloff dejaron de existir el año pasado y no merecieron lágrima alguna fuera de su infernal círculo.
Mi periódico le dedicó una nota a Strummer. Más de uno la-mentó sinceramente su fallecimiento. Cuando les dije que murió Chuck Shulinder, el gran padrino del death metal, nadie fue capaz de hacerlo en el mundo.
En fin. Toda esta serie de pendejas reflexiones brotaron en mí luego de ver que la revista Milenio le dedicó un extenso y por cier-to recomendable artículo al músico de corazón furioso, Joe Strum-mer que ahora mismo tengo frente a mi.
Creo que The Clash siempre hará eco en la banda sonora de mi existencia, pero Death y Exodus estuvieron a punto de fracturar mi cuello en más de una ocasión.