Martes de carnestolendas
Ocurrió un 28 de febrero y sabemos que era Martes de
Carnaval o de carnestolendas. Destronado, prisionero y con los pies quemados,
Cuauhtémoc (o Guatemuz, Guatemuzin o Cuauthimoc) murió colgado de una ceiba,
árbol sagrado maya. Yo sigo recurriendo a Bernal Díaz del Castillo como la
fuente fundamental cuando de la Conquista hablamos, aunque hoy digan que fue un
impostor o un prestanombres.
Nos dice Bernal que “sin saber más probanzas, Cortés
mandó ahorcar a Guatemuz y al señor de Tacuba, que era su primo. Antes de que
los ahorcasen, los frailes franciscanos los fueron esforzando y encomendando a
Dios con la lengua doña Marina. Y cuando le ahorcaban, dijo Guatemuz: “¡Oh
Malinche, días hacía que yo tenía entendido que esta muerte me habías de dar y
había conocido tus falsas palabras porque me matas sin justicia!”
Su condición de soldado español, no impidió a Bernal
lamentar la muerte del Águila que Cae en su crónica inmortal:
“Verdaderamente yo tuve gran lástima de Guatemuz y de su
primo, por haberlos conocido tan grandes señores”.
En su Libro Rojo, Vicente Riva Palacio y Manuel Payno se
permiten describir a Hernán Cortés cortando la soga de los ahorcados en un
arrebato de arrepentimiento. Demasiado tarde: Cuauhtémoc y Tetlepanquetzal ya
eran cadáveres. En lo personal, creo que Cuauhtémoc se debió dar muerte a sí mismo
cuatro años antes, cuando fue capturado en una barca en el Lago de Texcoco o
acaso Cortés le debió tomar la palabra cuando el derrotado emperador le pidió
“toma ese puñal y mátame con él”. Después del 13 de agosto de 1521 lo que
siguió para Cuauhtémoc fue tormento, cautiverio y humillación.
En su novela sobre tenistas del Renacimiento, Muerte
súbita, Álvaro Enrigue habla del caído
emperador como el rey feo que debe morir en Martes de Carnaval. “Jugó, cojo,
manco y encadenado, el papel más bien obvio de rey feo que debe morir para que
el mundo se sumerja en las aguas originales del Miércoles de Ceniza al día
siguiente y amanezca, cuarenta días después, salvado”.
Según Enrigue, Cortés le dio a Marina el pelo de
Cuauhtémoc para que le hiciera un escapulario. Afirma que la cabeza fue clavada
en la ceiba y el cuerpo cortado en pedacitos. También dice que el Águila murió
en la penumbra “por garrote” y no colgado del árbol. Muerte súbita es sin duda
una novela sui generis que vale la pena leer, aunque Enrigue comete muchos
errores. Dice que Cortés murió de 67 años (en realidad tenía 62); que fueron los tlaxcaltecas quienes apresaron
a Cuauhtémoc; se refiere a la expedición a Las Hibueras como Hubieras (sospecho
que es ironía o fino humor); que todos
los descendientes varones del conquistador (llamados Martín) fueron muriendo
uno a uno ahorcados. Por inexactitudes no paramos. En fin, es novela, no
historiografía y yo la he disfrutado. Y… ¿en qué estábamos? Pues eso, que hoy
es 28 de febrero, hace sol en Tijuana e Ikercho ha vuelto a clases
presenciales.