Eterno Retorno

Wednesday, May 19, 2021

Inmersos en rabioso cónclave con sus demonios

 


Yacen ahí,  deambulando a la orilla de la avenida,  mirando al vacío o gritándole al viento, inmersos en rabioso cónclave con sus demonios. Siempre a la vera del camino, echados  en el camellón o bajo el puente peatonal, irrumpen de pronto en el estacionamiento del supermercado  o en  el crucero urbano buscando dirigir una reversa o pasarle un trapazo al parabrisas mientras un paranoico automovilista les arroja un “no” desesperado.  Puedes fingir que no están ahí, concentrar tu vista en la luz del semáforo, en la pantallita de tu teléfono  o en el tráfico siempre hostil, pero tarde o temprano sus miradas acertarán a cruzar aunque sea solo por un par de segundos. Tú evadirás sus ojos desde tu climatizada  burbuja móvil y él buscará hacer contacto contigo desde la supurante llaga de su desmoronamiento.  Como forman parte de la vida cotidiana el factor sorpresa se descarta, pero es innegable que en los últimos meses se han multiplicado. 

La calle grita su verdad con desparpajo y la única certidumbre es que el último  año el pavimento  está sobrepoblado en Tijuana y Rosarito. Ignoro si exista un censo apenas aproximado, un cálculo medianamente realista, pero basta mirar alrededor para darnos cuenta que son miles o decenas de miles las personas sin casa. Por pura observación y sentido común, la única  conclusión posible es que su número se incrementa cada día.  Mira en esa banqueta y descubrirás una cobija percudida, un tenderete, un pedazo de plástico o lona que intenta fungir como techo. Observa a un costado de la rampa El Soler y descubrirás que en pocos meses se ha formado una aldea de cartón en la ladera.  Llámalos como quieras: indigentes, pordioseros, vagabundos, homeless,  teporochos, tecatos, jaipos, habitantes todos ellos de la abismal orilla que la autoridad no quiere ver.

¿Cómo desembocaron en este río de aguas negras? Sus afluentes son múltiples: unos migraron del sur y literalmente toparon con pared; otros fueron deportados del norte y cayeron aquí como quien cae en un resumidero. Muchos naufragaron en el pantano profundo de la adicción y encontraron el sentido de la vida en una puerca jeringa o en un foco quemado. Otros se quedaron sin empleo, pues la pandemia acabó con el último flotador que le quedaba sus vidas para no naufragar.  La esquizofrenia, el quiebre psicótico y el derrumbe neuronal llegaron de la mano. También la hepatitis, la tuberculosis, las gangrenas y las mil y una infecciones que regala el sótano. La vida muerde y patea, te zarandea de mil maneras y te desgarra. Tú pisas el acelerador creyendo ir a alguna parte, te colocas tu cubrebocas, checas compulsivamente tu teléfono celular para chacotear en redes sociales y sientes que todo ello tiene sentido, pero la barrera que te separa de quienes moran a la vera del camino es más tenue de lo que tú crees Los cimientos de tu estabilidad económica y mental son frágiles. Tal vez ellos son la expresión más cruda del derrumbe, el mórbido extremo de la cuerda en donde la miseria se muestra con desparpajo, pero la actual crisis sanitaria y económica ha dejado por herencia multitud de damnificados que tal vez no viven aún en las calles, pero cuya salud emocional y física no es mucho mejor que la de los habitantes del río cementado. Después de todo, ellos son nuestro espejo. Tú eres ellos, yo soy ellos. Una delgadísima ficción nos separa.