Adiós a las horas nalga
Acaso uno de los mejores legados la gran distopia del 2020, es la paulatina eliminación de las “horas nalga” en el plano laboral y escolar. Claro, implica todo un rompimiento de paradigmas y un quiebre radical de taras culturales que arrastramos por generaciones. Hemos sido condicionados a que la escuela y el trabajo se definen por el estar y no por el hacer. Para muchísima gente no se trata de desempeñar una labor y cumplir objetivos, sino de hacer presencia dentro de un salón de clases o una oficina en donde la meta más anhelada, el máximo trofeo, es el momento en que el reloj marca la hora de salida. El buen empleado es el que checa tarjeta temprano y el último en retirarse de la oficina, aunque ya no tenga nada que hacer. Mis primeros empleos estaban marcados por el reloj. A las 10:00 am abría la tienda de discos y a las 8:00 pm cerraba. Lo mismo en la librería. Ni un minuto más, ni un minuto menos, pero una vez que salías de ahí eras libre y dejabas de pensar en eso. Cuando empecé a trabajar en medios impresos la cosa no cambiaba mucho. Tenías hora de entrada y rigurosa junta matutina, pero no tenías hora de salida. Lo peor del caso es que aun cuando desahogaras en tiempo y forma todos tus pendientes del día, era muy mal visto si te retirabas de la redacción antes de que anocheciera. El buen reportero era el que se quedaba al pie del cañón hasta la media noche. Fundación viejo periodismo. Hoy el trabajo es un ente abstracto omnipresente. Cuando veo a Carol contestando correos un domingo en la noche reparo en que aun cuando la oficina sea inexistente, el trabajo no termina nunca. Creo que estamos asistiendo a la gran transformación (o acaso deba decir al gran derrumbe) de la oficina como lugar de trabajo