Toda cartografía literaria es un divino accidente. Los cimientos canónicos que sostienen los variopintos edificios de las letras contemporáneas son pura sustancia de improbabilidad. Muy poco hizo falta para que no existieran. Junto a la gran enciclopedia de la literatura universal corre paralela la historia de la literatura que pudo haber sido y no fue.
En la teología católica, el limbo es la dimensión o el no lugar a donde van los nonatos; el sitio donde yacerían miles de embriones o fetos muertos durante el periodo de gestación; el santuario de las millones de posibilidades no materializadas.
Las zancadillas de las circunstancias; el desfase en época y geografía; la adversidad de la crítica; los demonios internos del autor o la terquedad de su auto-sabotaje arrojan a la región límbica miles de libros posibles. En contraparte, no pocas obras canónicas son pura encarnación de aleatoriedad. Todo parecía jugar en su contra y sin embargo existieron y perduraron
A menudo cedo a la tentación de imaginar esos limbos literarios, los valles donde moran las obras abortadas, aquellas a las que hizo falta muy poco para materializarse y sin embargo fenecieron.
También me da por imaginar los giros radicales en el canon si se alterara ligeramente el rol social o político que en el imaginario colectivo han jugado determinados escritores. El joven suicida muere siendo un anciano; la vieja vaca sagrada muere justo a tiempo, antes de oxidarse y corromperse; el marginal encuentra un mecenas; el eterno malquerido encuentra un amor y se olvida de las letras.
Monday, November 11, 2019
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