La marea del olvido
A Sócrates le aterraba la escritura. Al filósofo ateniense, encarnación pura de la tradición oral, la letra le parecía una abominación, pues a su manera de ver acabaría para siempre con nuestra capacidad de atesorar recuerdos. “Fármaco de la memoria” llamó a la palabra escrita. Lo paradójico es que gracias a que un discípulo llamado Platón empleó este “fármaco”, sabemos de la existencia de Sócrates y sus ideas dos milenios y medio después. De cualquier manera, debe ser descomunal el arsenal de conocimiento –oral y escrito- devorado por la marea del olvido. Hay hechos, personajes e ideas de los que jamás tendremos siquiera una noción. A Jorge Luis Borges le obsesionó (y también se permitió parodiar) el conocimiento absoluto o la memoria total. Esa ambición de poseer hasta el último recuerdo es el tema de su cuento Funes el memorioso, de la misma forma que El Aleph es un punto en un sótano donde se puede contemplar la totalidad del universo y la Biblioteca de Babel contiene en sus anaqueles todos los libros escritos a lo largo de la historia de la humanidad. De una u otra forma, Borges fue un involuntario profeta del internet. Ignoro si los seres humanos anteriores a la escritura tuvieran una mayor capacidad de memorizar, pero lo cierto es que ni aún con nuestra obsesión de registrarlo todo y dejar testimonio gráfico de cada mínimo acto, podremos hacer algo contra la marea del olvido. Nuestra capacidad de olvidar es descomunal. Hay un enorme archivo muerto de días enteros, pasajes, anécdotas y personas que no son ni siquiera ceniza en nuestra red neuronal. La gente suele decirme que tengo muy buena memoria. Yo más bien pienso que el negro desván de mi olvido es cada vez más grande. Durante década y media fui un reportero que publicaba un promedio de tres o cuatro notas diarias. En su momento llegué a firmar más de 400 notas de primera plana y en teoría un texto periodístico de portada es algo que demandó esfuerzo y concentración absoluta. ¿Cuántas de esas notas puedo recordar hoy? Menos de la décima parte. A veces me da por revisar mi cada vez más reducida hemeroteca y me sorprende enterarme que escribí sobre tal o cual tema. Hay cientos de personas con las que alguna vez conviví a las que he olvidado por completo. En contraparte, me sorprende la cantidad de nimiedades que soy capaz de recordar a la perfección. Por ejemplo, puedo decirte de memoria cada uno de los marcadores de los 52 partidos que se jugaron en México 86 con absoluta precisión, y sin embargo empiezo a tener lagunas mentales en torno al pasado mundial de Rusia que acabó hace apenas una semana. Recuerdo mínimos detalles de insustanciales partidos de los Tigres en los años 80 y pasajes completos o frases textuales de libros intrascendentes que leí en la adolescencia. De los viajes a veces me queda el recuerdo de un rostro con el que crucé por unos cuantos segundos sin intercambiar palabra, pero olvido mi visita a algún santuario histórico. Acaso no pasará demasiado tiempo antes de que olvide para siempre la mañana de este ardiente día de julio en que invoco infructuosamente la curva de la memoria.