Amarillo es el Transiberiano. Lo habitan reinas de las nieves y el glamour. La hijoeputez del frio, o esa ventisca pasada de lanza con cara de tormenta sorprende a las viajeras que posan para revista Caras. Adentro hay espejos y sabor a té de canela, la promesa de emprender el viaje hoy y no mañana. El tren te jura ir en marcha hacia ignotos arrebatos.
Intuyes la tropa de guardaespaldas en las cercanías, las armas desenfundadas o la omnipresencia del ojo eléctrico, porque la periodista que ha volteado de cabeza a un país en llamas bebe sola y tan quitada de la pena en un bar límbico. Conjura angustias y soledades y pienso entonces en nuestro irrenunciable desamparo mientras pecho amarillo hace su ronda matutina e invoco el sueño de anoche, uno más, en donde dormir es viajar. Un largo viaje grupal a Buenos Aires con tres mudas de ropa interior y las dudas sobre la posibilidad de alcanzar aunque sea un partidito, de primera o de segunda en fecha 19 del diciembre porteño y piensas que Huracán de Parque Patricios no es mala alternativa mientras enfilas rumbo al aeropuerto vestido de pants, con el aura mugrosa.
La sensación de navegar en barcos de arena, e intuir naufragios como quien intuye islas encantadas y cantos blasfemos de sirenas. Ir deshojando instantes de vida como quien deshoja flores marchitas. Amaneceres sobre la taza, ocasos en el parque, la irrealidad impregnándome como brisa marina.
No te es fácil resistir el asalto de la fantasía cuando cada día de tu vida, durante los últimos quince años, contemplas unas islas en el horizonte.
Las islas son tu parámetro de otredad, el omnipresente recordatorio sobre la existencia de mundos paralelos, el símbolo de un más allá asomándose en los límites de tu mirada.
Islas mutantes, camaleónicas, tramposas; tan dadas a los disfraces como al juego de escondidas. Mujeres al fin, las islas parecen divertirse con tu delirio.
Sunday, November 30, 2014
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