Eterno Retorno

Wednesday, June 04, 2025

Échate este Trompo a la uña

 

 

 


Por la naturaleza de mi oficio, las ferias del libro han formado parte de mi vida. Por razones laborales me ha tocado ir a recorrer vendimias librescas en muchísimas ciudades de México y unas cuantas de otros países. Me ha tocado perderme y agobiarme en ferias monstruosas como la de Guadalajara y Buenos Aires o pasar apacibles tardes frente a tres o cuatro puestecitos de libros viejos en Coatepec o Antigua. He visitado ferias montadas en modernos centros de convenciones o bajo la sombra de los árboles y el quiosco de la plaza del pueblo. La primera feria a la que acudí en mi vida fue a la de mi natal Monterrey y era el año de 1992. Se celebraba y se ha celebrado siempre en Cintermex, la fría y tradicional sede de los grandes eventos regios. La primera vez que acudí a la Feria del Libro de Tijuana fue en mayo de 1999 y se celebraba en el patio central de Palacio Municipal.  Había apenas unos cuantos puestos montados y recuerdo que las estrellas del cartel eran el futuro canciller Jorge Castañeda con La Herencia y el gran Élmer Mendoza con Un asesino solitario (el primer libro que compré en Tijuana).  En lo personal prefiero  las ferias de plaza pública o parque, aquellas que de una forma u otra están integradas a la anatomía de la ciudad y son parte de su pulso. Claro, que una feria se celebre en un parque o plaza no significa que sea chica. Ahí está la descomunal Feria del Libro de Madrid en el Parque El Retiro que me parece fascinante o la Feria del Zócalo en la Ciudad de México. La Feria de Buenos Aires se celebra en un predio llamado La Rural, antiguos establos de vacas a las orillas de Palermo. Es una feria tan grande como la de Guadalajara, pero me parece que tiene más espacio vital y permite respirar. La de Bogotá se celebra en Corferias y sus pabellones suelen ser creativos. La de Guadalajara me produce sentimientos encontrados pues me fascina y  me repele a un mismo tiempo. Todo en ella es desbordante y aunque me alucina e hipnotiza la oferta editorial, siempre acabo por asfixiarme, saturarme e irremediablemente regreso enfermo. Me gusta la de Mochis en la apacible Plazuela 27 de septiembre y la de Xalapa en la Universidad Veracruzana, mientras que la de Palacio de Minería me parece poco práctica y nada acogedora, aunque sus salones imponen.  Me gustó la de Guatemala, también en centro de convenciones, aunque su oferta editorial es limitada. En Satillo y en Chihuahua me tocó ver la mudanza de plazas públicas a centros de convenciones y en ambos casos me parece que ganaron espacio pero perdieron público. Recuerdo que la feria en Quito, Ecuador se celebraba en un lugar muy alejado del centro al que no era sencillo llegar. En Tijuana he visto no pocas mudanzas. De Palacio Municipal a la Avenida Revolución (mi sede favorita),  luego a Plaza Río para retornar al Cecut en donde estuvo desde 2013 hasta 2024. El Cecut podría parecer su sede natural, pero este viernes la gran fiesta tijuanense de los libros se aleja por primera vez desde 1980 de lo que se considera el corazón de Tijuana para irse unos cuantos kilómetros al este, más allá del umbral psicológico que representa la 5 y 10. La feria se instala en el Museo del Trompo lo que no deja de ser una apuesta arriesgada, una moneda al aire. Tengo muchas más dudas que certezas.  Si atiendo a mis circunstancias personales, la realidad es que saliendo de mi casa un viernes por la tarde llegaría más rápido al Riviera de Ensenada que al Museo del Trompo, pues las vías “rápidas” son algo peor que un vía crucis y los infernales congestionamientos viales nos obligarán a ir a vuelta de rueda. Tampoco es que sobren las alternativas de transporte público. Sin embargo, quiero creer que para miles de familias tijuanenses el Trompo será una sede más cómoda y accesible. Hay que darle el beneficio de la duda. Si la Feria del Libro de Tijuana consigue atraer nuevos públicos y si unas cuantas familias visitan el evento por primera vez y lo descubren, entonces habrá valido la pena la mudanza. Mi pronóstico no es optimista pero quisiera equivocarme. Al final de cuentas, creo que  vale la pena correr el riesgo.