Échate este Trompo a la uña
Por la naturaleza de mi oficio, las
ferias del libro han formado parte de mi vida. Por razones laborales me ha
tocado ir a recorrer vendimias librescas en muchísimas ciudades de México y unas
cuantas de otros países. Me ha tocado perderme y agobiarme en ferias monstruosas
como la de Guadalajara y Buenos Aires o pasar apacibles tardes frente a tres o
cuatro puestecitos de libros viejos en Coatepec o Antigua. He visitado ferias montadas
en modernos centros de convenciones o bajo la sombra de los árboles y el quiosco
de la plaza del pueblo. La primera feria a la que acudí en mi vida fue a la de
mi natal Monterrey y era el año de 1992. Se celebraba y se ha celebrado siempre
en Cintermex, la fría y tradicional sede de los grandes eventos regios. La primera
vez que acudí a la Feria del Libro de Tijuana fue en mayo de 1999 y se
celebraba en el patio central de Palacio Municipal. Había apenas unos cuantos puestos montados y
recuerdo que las estrellas del cartel eran el futuro canciller Jorge Castañeda
con La Herencia y el gran Élmer Mendoza con Un asesino solitario (el primer
libro que compré en Tijuana). En lo
personal prefiero las ferias de plaza
pública o parque, aquellas que de una forma u otra están integradas a la
anatomía de la ciudad y son parte de su pulso. Claro, que una feria se celebre
en un parque o plaza no significa que sea chica. Ahí está la descomunal Feria
del Libro de Madrid en el Parque El Retiro que me parece fascinante o la Feria
del Zócalo en la Ciudad de México. La Feria de Buenos Aires se celebra en un predio
llamado La Rural, antiguos establos de vacas a las orillas de Palermo. Es una
feria tan grande como la de Guadalajara, pero me parece que tiene más espacio
vital y permite respirar. La de Bogotá se celebra en Corferias y sus pabellones
suelen ser creativos. La de Guadalajara me produce sentimientos encontrados
pues me fascina y me repele a un mismo
tiempo. Todo en ella es desbordante y aunque me alucina e hipnotiza la oferta
editorial, siempre acabo por asfixiarme, saturarme e irremediablemente regreso
enfermo. Me gusta la de Mochis en la apacible Plazuela 27 de septiembre y la de
Xalapa en la Universidad Veracruzana, mientras que la de Palacio de Minería me
parece poco práctica y nada acogedora, aunque sus salones imponen. Me gustó la de Guatemala, también en centro de
convenciones, aunque su oferta editorial es limitada. En Satillo y en Chihuahua
me tocó ver la mudanza de plazas públicas a centros de convenciones y en ambos
casos me parece que ganaron espacio pero perdieron público. Recuerdo que la feria
en Quito, Ecuador se celebraba en un lugar muy alejado del centro al que no era
sencillo llegar. En Tijuana he visto no pocas mudanzas. De Palacio Municipal a
la Avenida Revolución (mi sede favorita), luego a Plaza Río para retornar al Cecut en
donde estuvo desde 2013 hasta 2024. El Cecut podría parecer su sede natural,
pero este viernes la gran fiesta tijuanense de los libros se aleja por primera
vez desde 1980 de lo que se considera el corazón de Tijuana para irse unos
cuantos kilómetros al este, más allá del umbral psicológico que representa la 5
y 10. La feria se instala en el Museo del Trompo lo que no deja de ser una
apuesta arriesgada, una moneda al aire. Tengo muchas más dudas que
certezas. Si atiendo a mis circunstancias
personales, la realidad es que saliendo de mi casa un viernes por la tarde
llegaría más rápido al Riviera de Ensenada que al Museo del Trompo, pues las vías
“rápidas” son algo peor que un vía crucis y los infernales congestionamientos
viales nos obligarán a ir a vuelta de rueda. Tampoco es que sobren las
alternativas de transporte público. Sin embargo, quiero creer que para miles de
familias tijuanenses el Trompo será una sede más cómoda y accesible. Hay que
darle el beneficio de la duda. Si la Feria del Libro de Tijuana consigue atraer
nuevos públicos y si unas cuantas familias visitan el evento por primera vez y
lo descubren, entonces habrá valido la pena la mudanza. Mi pronóstico no es
optimista pero quisiera equivocarme. Al final de cuentas, creo que vale la pena correr el riesgo.