Eterno Retorno

Sunday, February 16, 2025

Buko y Poe

 


Hoy que Estados Unidos vive sus horas más oscuras y pestilentes, a mí me ha dado por caminar sobre las huellas de sus dos narradores más injustamente estereotipados: Poe y Bukowski. En este febrero tan denso estoy empezando a leer un ensayo llamado La razón de la oscuridad de la noche. Edgar Allan Poe y cómo se forjo la ciencia en Estados Unidos, escrito por el profesor británico John Tresch.  Me ha bastado navegar por los primeros párrafos para intuir que estoy ante una obra mayor. Los grandes libros irradian algo, como si un olor los delatara y me parece que este es uno de ellos. Se trata de un sui generis ensayo biográfico sobre Poe cuya columna vertebral es su compleja relación con el espíritu de la época reinante en la primera mitad del Siglo XIX, específicamente con la ciencia y sus puntos ciegos. El nombre Edgar Allan Poe evoca cuervos, gatos negros, mansiones lúgubres y pálidas doncellas moribundas, pero la realidad es que el autor de El pozo y el péndulo fue alguien obsesionado con desentrañar los orígenes del universo, a medio camino entre el entusiasmo divino y el gélido materialismo. Leyó a los atormentados poetas del Romanticismo, pero su verdadera obsesión eran Newton, Kepler y Laplace.  Con un respetable andamiaje teórico en materia de física y matemáticas, Poe se obsesionó con desentrañar los enigmas del Cosmos. La catarsis de esta búsqueda se refleja en su ensayo poético Eureka, leído ante un escaso público en una noche de furiosa tormenta en 1848, un año antes de su muerte. En Eureka Poe se proponía, según sus propias palabras, “desentrañar los misterios del Universo físico, metafísico y matemático; material y espiritual; de su esencia, origen, creación; de su condición presente y de su destino”. Poe murió prematuramente a los 40 años. Una borrachera fulminante aparentemente inducida por mapaches electorales acabó con su vida. Sus últimas horas fueron un delirium tremens por las calles de Baltimore. ¿Hasta dónde habría llegado de haber seguido por el sendero científico?

El otro libro que estoy leyendo es La enfermedad de escribir, de Charles Bukowski, acaso el más estereotipado de los narradores estadounidenses. Confieso que yo mismo, durante mucho tiempo, me alejé de Bukowski como una forma de rechazo a los no pocos bukowskianos que conocí en algún momento de la vida. De una u otra forma, el tremendo Hank se ha convertido en un cliché, el santo patrono de nihilistas teporochos. La enfermedad de escribir compila las cartas que el Buko escribió a no pocos de sus colegas a lo largo de más de 48 años, entre 1945 y 1993.  Al leer su correspondencia, te das cuenta que el Bukowski real va mucho más allá de su personaje. Cierto, es un crítico feroz del establishment literario pero también das cuenta que es un tipo cultísimo con un vasto arsenal de lecturas que van de Shakespeare a Dostoievski o Celine. Pero sobre todas las cosas, lo que acaba por resultar hasta conmovedor es el aferre del Buko a la escritura, su canija terquedad a la hora de tocar puertas para ser publicado. No le importó acumular un rechazo tras otro. Él no perdía el entusiasmo a la hora de mandar sus cuentos y poemas a todas las revistas y periódicos imaginables. Poe tuvo un fugaz pero intenso estrellato. Aunque siempre fue pobre, llegó a recitar El Cuervo en salas repletas ante auditorios de más de 3 mil personas. En cualquier caso, no vivió para contarla.  A Bukowski, en cambio, el estrellato le llegó en la madurez luego de perrearla en empleos pordioseros y de someter a su hígado a los peores licores imaginables. Hoy ambos habitan en la jaula del estereotipo, pero me queda claro que sus mentes fueron mucho más complejas de lo que su personaje público aparentaba.

Lo cierto es que debe ser duro ser escritor en un país tan mierda como Estados Unidos. Cuestión de analizar el destino de los grandes literatos del patio vecino. Hemingway, Faulkner, Fitzgerald, Lovecraft, Foster Wallace, Salinger, Pynchon, Sylvia Plath. La mayoría alcohólicos, deprimidos, psicóticos, suicidas. Ese país te hace reventar por dentro.