Nada de lo que hoy vemos permanecerá
Contra viento y marea, el propósito
de caminar y trotar de manera constante se ha mantenido firme en este 2024. Después
de la hazaña de cruzar la Baja de mar a mar, me he aferrado a mantener la
disciplina de recorrer de seis a siete kilómetros diarios. A veces más, a veces
menos. El problema es que el entorno no
siempre te la pone fácil. Yo estaba muy feliz yendo cada mañana a la pista olímpica
del Imder Rosarito después dejar a Ikercho en la escuela, pero resulta que la
han cerrado para repararla y todo hace indicar que el cierre, al puro estilacho
rosaritense, va para largo. Mi plan B ha sido ir a recorrer los senderos
aledaños al Baja Center. Hay uno que otro perro salvaje rondando por ahí y la
lluvia suele dejar las veredas enlodadas, pero la experiencia es relajante. En
esta época las colinas están alfombradas de flores amarillas (que durarán menos
de dos meses y para mayo estarán secas). Los conejos corretean por los caminos
y los cuervos y gavilanes surcan el cielo nublado. Pero claro, mientras camino
me es inevitable no sentir nostalgia anticipada. Nostalgia por esas veredas
campestres que más temprano que tarde estarán pavimentadas e infestadas de
carros en perpetuo congestionamiento. Nostalgia por las laderas que estarán
cubiertas de fraccionamientos, centros comerciales y casetas de seguridad. Nada
de lo que hoy vemos permanecerá. Tan solo el Pacífico en el horizonte y sus
estáticos barcos como hologramas y las torres en ruinas del Desbarrancadero
resort recortando el atardecer con su herrumbre.