La de anoche fue mi séptima cita con Maiden. ¿Habrá una octava?
La de anoche en Chula Vista fue la séptima vez en mi vida que vi a Iron
Maiden, después de un larguísimo ayuno de catorce años. La sexta vez había sido en febrero de 2008 en
Los Ángeles durante la histórica gira del Flight 666. Fue también mi primer
concierto post-pandemia. La Doncella de Hierro forma y ha formado parte de mi vida desde la temprana
adolescencia. Vaya, si el mundo de la
música fuera el Olimpo griego, Maiden es el equivalente a mi Zeus; si fuera el
Valhala sería Odín. Claro, en el mismo altar están Sabbath, Judas y Motorhead,
pero la Doncella está en el centro. No fui a tomar una sopa de nostalgia ni a subirme
a la máquina del tiempo, pues resulta que jamás he dejado de escuchar a esa
banda (creo que nunca ha pasado una semana en mi vida sin que ponga un disco
suyo). Tampoco se trata de un regreso o
una reunión, pues nunca se han ido ni han dejado de grabar discos y el último
es simplemente chingón.
Sorprende la canija energía que derrocha la banda en el escenario. Vaya que
sirve la vida sana y el haber vivido históricamente alejados de las drogas. Sus
edades oscilan entre los 64 y los 70 años, pero no paran de correr por todo el
stage, en especial Bruce Dickinson, que
salta, gira, va y viene de arriba abajo
conservando un grandísimo nivel de voz aún después del cáncer. Uno va a los
conciertos como quien sigue ciertas liturgias y sacramentos. Algunas cosas son
idénticas pero otras tienen variantes. En los siete conciertos que los he visto, hay tres rolas que jamás han faltado: The Trooper,
The Number of the Beast y Iron Maiden. Anoche fue la primera vez que no escuché
cantar 2 Minutes to Midnight. También la primera vez que Eddie irrumpe desde la primera rola, ahora vestido de
Samurái gigante para representar fielmente
la portada de Senjutsu, con toda la escenografía japonesa. También fue la
primera vez que Aces High, una rola tradicional de apertura, fue elegida como cierre
con el respectivo discurso de Churchill que me sigue y me seguirá emocionando.
Es sin duda el concierto de Maiden con más producción que he visto. También el
de boletaje y parafernalia más cara y aun así lleno a reventar. Un gusto
compartir la experiencia con mi amigo Juan Carlos Ortiz, con quien he ido a los
últimos tres conciertos de la Doncella. Pero claro, extrañamos al Octavio (que
se fue a Monterrey al Metal Fest), al Tizoc y al Neto que nunca faltaban a las
citas maidenianas. Un gran fin de semana para la música. De esas veces que me
habría gustado partirme en tres: Helloween y Hammerfall en CDMX, Metal Fest en
Monterrey con un cartelazo que incluyó a los cuatro grandes del Thrash
germánico, además de Mayhem, Dismember y
una buena cofradía. La vida sería muy aburrida sin Metal. La de anoche fue mi
séptima cita con Maiden. ¿Habrá una octava?